Una mirada abierta a otros horizontes: narrativa, poesía, ensayo, novela gráfica... Un puente entre Oriente y Occidente, entre Norte y Sur: Afganistán, Afroamérica, Argelia, Checoslovaquia, China, Grecia, India, Irán, Italia, Francia, Japón, Marruecos, Mauritania, Rumanía, Rusia, Sahara, Túnez, Turquía...
Ni la venganza ni el perdón ni las cárceles ni siquiera el olvido pueden modificar el invulnerable pasado Jorge Luis Borges
La celebrada novela El camino de las ordalías de Abdellatif Laâbi, quizá el más grande poeta vivo de Marruecos, mostraba un relato itinerario de la tortura en la prisión, de la puesta en libertad, del sentir de nuevo la respiración y el cuerpo de la ciudad de Fez y la fauna de los hombres libres, de la recuperación —en definitiva— de la infancia (voces, rostros, nombres) y el encuentro con la familia: contar un cuento a su hija, visitar la tumba de la madre y tratar de recomponer el color de sus ojos: «Los tenía garzos, de un tono particular, más cercano al verde que al azul, como de orégano fresco». Pero hay otro itinerario que contradice la afirmación de Abdellatif Laâbi de que «la prisión es una isla que deriva sordamente por la curva inasible del tiempo» y que, sin embargo, expresa «el sufrimiento exacto». Me refiero a la obra de Jocelyne Laâbi Ese Marruecos que fue el mío: un libro memorioso en el que la autora intenta compendiar la vida de una niña en Mequinez, adonde arribó de la mano de una familia colonialista, con el relato de los años apasionantes, pero también oscuros, de su crecimiento como persona, estudiante y rebelde enamorada del joven poeta y teatrero Laâbi (que representaba un papel en la obra de Brecht Los fusiles de la señora Carrar), con el que enmaridó en 1964. Eran esos mismos años del surgimiento de una nueva cultura, del movimiento poético y de la insurrección en torno a la revista rabatí Souffles, fundada y dirigida por Abdellatif Laâbi y en la que también se afanaría Jocelyne. Este libro, que comienza como unas memorias con el recuerdo del acíbar usado para combatir la onicofagia de una niña, exhibe la foto colonial de Marruecos desde los ojos de una adolescente francesa que acude al colegio de las monjas en la ciudad de Mequinez. Es la historia de una familia obrera típica de la época, con un padre judeófobo y una hija a punto de descubrir —confesión de la madre— que Louis, el querido padre, fue además un miliciano antirresistente. Más que un ajuste de cuentas con los demonios familiares, es una comprensiva carta al padre y un canto de amor a Marruecos, la patria exasperante y nutricia. A continuación, se produce un salto en el relato que nos lleva a la víspera de la detención, el 27 de enero de 1972, del marido —Abdellatif Laâbi— con el que aquella joven ha formado una familia con dos hijos y un tercero en camino. Pero, en seguida, un flash-back nos retrotrae al año 1964, los «burbujeantes, apasionantes años sesenta» durante los cuales ha explorado un nuevo mundo y ha adquirido una nueva lengua: «domesticaba esa lengua, antaño incomprensible ruido de fondo». Ahora sí, hay un relato, desde la propia vivencia sufrida, de aquellos nefastos años, conocidos como los años de plomo, que dejaron una honda herida en la sociedad marroquí. Uno de los hitos que señalan ese tiempo fue, por ejemplo, la sangrienta represión dirigida por el general Ufkir, amigo del monarca Hassán ii, contra una manifestación de estudiantes, parados y chabolistas en Casablanca en marzo de 1965. En ese mismo año, la narradora de esta obra abandona la licenciatura para dedicarse a la crianza de su hijo Yacine (después nacerían Hind y Qods), en tanto Abdellatif se hace profesor de francés. Al año siguiente fundan la revista Souffles, publicación imprescindible para la historia del poscolonialismo y que sería cerrada por prohibición gubernativa el mismo año de la detención del poeta. Pese a la corta vida de Souffles (1966-1972), esta rabiosamente juvenil «revista cultural árabe del Magreb» se atrevió a tocar todos los palos: cine, cultura nacional, arte, literatura magrebí, descolonización, negritud, cuestión palestina… La revista planteará las cuestiones más incisivas que serán debatidas en Marruecos en los siguientes decenios, como, entre otras, la lengua de expresión, la herencia colonial o la cultura popular. Los 22 números de la publicación (en realidad 17, ya que hubo 5 dobles números) crecieron en torno a un grupo amistoso de poetas, creadores y activistas, entre los cuales estuvieron —además del propio Laâbi— Nissaboury, Khatibi, Khair-Eddine, Serfaty, Chebaa, Melehi, Benjelloun, Chraibi, Alloula, etc. En 1970, Laâbi y Serfaty junto con otros crean la organización Ilal-Amam [Adelante], de carácter marxista-leninista, y Souffles deriva hacia una revista cada vez más radical y política, con una clara orientación internacionalista y revolucionaria. El núcleo central de la novela autobiográfica de Jocelyne es el relato de la lucha y la constitución del movimiento de las familias de los presos políticos, una lucha que fue esencialmente femenina. Quien narra esta historia es una mujer con muchas aristas: la funcionaria, la amante (a través de una conmovedora relación epistolar recogida en el libro), la militante política, la madre, la luchadora feminista, la amiga. Por eso esta historia, que ya fue contada anteriormente por otros, como el mismo Laâbi en El camino de las ordalías, adquiere en la voz de Jocelyne una valiosa y prístina vuelta de tuerca. Los matices son incontables, por ejemplo, el rasgo de poética sororidad con su suegra Ghita: «la conocí, por fin, el día en que leí el lenguaje de Ghita convertido en escritura por su hijo». Para Jocelyne, la cárcel —desde fuera de ella— también fue una escuela de vida y de cambio, sobre todo para las mujeres (esposas, madres, hermanas), y también de solidaridad: «Juntas luchamos y ese juntas quizá sea nuestra más hermosa victoria». Hay páginas de gran delicadeza, como la que dedica a la muerte de su amiga Evelyne Serfaty (que sufrió prisión y torturas) o la consagrada a la muerte de Saída (también Abdellatif le dedicó el cuento Saída y los ladrones del sol). Debo reiterar que el punto de vista genérico lo cambia todo: esta historia, conocida y referida por otros, en el recuento de Jocelyne se convierte en otra historia más compleja, más rica, excéntrica, intimista, cordial, feminista. El tiempo indigno de la prisión y la lucha de las mujeres por los derechos de sus hombres cautivos (a veces, desaparecidos) devienen un tiempo de «amor y amistad, abnegación, mezquindad, rabia y risa, impotencia y cólera, felicidad, duelo» en la sentida crónica de Jocelyne. La represión ejercida por el poder contra una juventud con ansias de cambio y modernización y la lucha de las mujeres por los derechos humanos de quienes, si no hubiera sido por ellas, habrían sido ninguneados, olvidados, borrados, es una parcela de la memoria del Marruecos reciente que sigue viva gracias a testimonios como Ese Marruecos que fue el mío de Jocelyne Laâbi.
En busca de la energía magnética del continente africano
La idea de escribir un libro juntos viene de lejos. Nuestra amistad se remonta a la década de 1990, cuando ambos éramos estudiantes en Francia, el uno originario de la República del Congo [Mabanckou], el otro de la República de Yibuti [Waberi]. En aquella época, asistimos a la liberación de Nelson Mandela y el fin del apartheid, y muchos países africanos, sobre todo tras la Cumbre Francoafricana de La Baule, que condicionaba la ayuda francesa a la instauración de regímenes democráticos, empezaron a dar la espalda al marxismo-leninismo, optando —al menos sobre el papel— por el principio del multipartidismo político (Benín, Cabo Verde, Costa de Marfil, República del Congo, Gabón, Níger, el antiguo Zaire…). Pero aquella tendencia, a pesar del optimismo mostrado por los pueblos africanos, quedó rápidamente ensombrecida por el genocidio del pueblo tutsi en Ruanda, las guerras civiles de Sierra Leona y Liberia, el conflicto entre Somalia y Eritrea, o la caída del régimen chadiano de Hissène Habré, derrocado por su asesor militar, Idriss Déby, con el apoyo de la Libia de Muamar el Gadafi… Pese a esas zonas de penumbra, seguimos siendo optimistas en lo que al futuro de nuestro continente se refiere, un continente que, a nuestro entender, resulta cada vez más imperioso conocer. Nuestras conversaciones giraban en torno a nuestras respectivas culturas: la del Cuerno de África para Abdourahman Waberi, escenario de heteróclitos intereses geopolíticos; la del África central para Alain Mabanckou, territorio donde se estableció la Francia Libre durante la ocupación nazi. Y si bien coinciden en muchos aspectos, en otros son diametralmente opuestas, lo cual es ilustrativo de la multiplicidad de nuestros usos y costumbres. Siempre que visitamos África, oímos con deleite ese vocabulario urbano que funde la lengua francesa con las lenguas locales, prueba de que vivimos, hoy más que nunca, en una época de mestizaje, de fusión cultural propia de la «civilización de bronce», como formuló el poeta congoleño Tchicaya U Tam’si. Somos conscientes de que África se halla en el mundo, y el mundo en África. Lo mismo puede decirse del resto de continentes, por cuanto nuestros destinos, para bien o para mal, se encuentran estrechamente ligados. Nos negamos a concebir África como un catálogo de penurias o un continente perseguido por una maldición ancestral, atravesado por las disputas étnicas. La energía de las «diásporas africanas» siempre ha concitado nuestro asombro, una llama ardiente que deseábamos plasmar en un libro; sin embargo, por entonces no teníamos una idea clara del género idóneo para llevarlo a cabo, hasta que un día, mientras tomábamos, como de costumbre, una copa en el distrito xviii de París decidimos trazar una especie de recorrido por las culturas africanas, sin ningún tipo de línea directriz, en el que cada letra del alfabeto condujera hacia una noción, una práctica, un concepto, un instante de la historia, la literatura, la pintura, la política, la economía, la gastronomía, etc. Huelga decir que el África de nuestros corazones y de nuestros sueños rebasa las dimensiones del continente africano, que su historia es más profunda que cualquier Wakanda. Las diásporas africanas (desde Canadá hasta Argentina pasando por Haití; desde los archipiélagos y riberas suajili a la isla Mauricio pasando por Madagascar) así como las poblaciones negras de las grandes ciudades (desde París hasta Singapur o Melbourne) lo arropan con afecto. Este libro constituye un alfabeto particular, una especie de retrato o, más concretamente, una mitografía a partir de la cual percibir y sentir el pulso de un continente inmenso, cuya potencia cultural se despliega ante nuestros ojos. La voz y la importancia de África en los asuntos mundiales, aunque ayer minimizadas, incluso menospreciadas, son hoy incuestionables. África se halla en vías de imponer una marca, un estilo, una manera de ser en el mundo y de relacionarse con otras poblaciones. Obviamente, este proyecto tiene un marcado componente iniciático. Hemos discutido largo y tendido sobre su acusada personalidad, que recuerda a una colorida y emotiva película narrada por un dúo de actores cómplices que emprenden la tarea de escribir no vestidos formalmente, sino relajados, descorbatados, con tejanos y zapatillas, en un ambiente festivo, a fin de acompañar los caprichos del alma, recurriendo, cuando así es menester, a las experiencias de sus respectivas peregrinaciones. Nuestra intención no era agotar cada tema, sino más bien entonar un canto de amor a las culturas de nuestro continente, a sus habitantes de ayer y de hoy, a sus excepcionales recursos y a su espectacular mundialización, al margen de cierta contaminación en el cielo africano provocada por la increíble longevidad de algunas dictaduras africanas. En este libro, además de darle una fuerte identidad visual, hemos intentado evitar los estereotipos facilones que dibujan un África subdesarrollada, en busca de pan o de un salvador blanco al estilo hollywoodense. Nos hemos hecho eco de numerosos problemas de nuestro tiempo, lo cual en ocasiones ha aumentado la complejidad del proyecto. La naturaleza fragmentaria del diccionario, su condición de obra inacabada, no debería de comportar un problema, al contrario: le ofrece al lector la posibilidad de ahondar ahí donde hemos preferido no extendernos. Tenemos intención de continuar con nuestra colaboración; por tanto, este libro invita a explorar otros diccionarios, otras obras de ficción, de teoría, de historia, de imágenes. También representa, como se verá enseguida, el fruto maduro de una amistad que llevamos cultivando desde nuestra época de estudiantes, cuando nos disponíamos a enviar nuestros primeros manuscritos a las editoriales. Por último, esperamos que su estilo lúdico funcione como una cámara alimentada por la energía magnética de todo el continente africano.
Qué doloroso es componer una antología como esta. Palestina, Gaza de manera brutal y ante la mirada impotente de medio mundo, Cisjordania, subrepticiamente a través de la expansión inclemente de los colonos, sigue sufriendo una campaña de erradicación. Una agresión inclemente, prolongada desde hace más de 75 años. La campaña de exterminio física y cultural emprendida por un proyecto sionista preciso en su brutalidad ha entrado en un momento de «solución final» que, pensábamos, había quedado atrás en los anales del siglo pasado. Empero, se trata de algo real, cruel en sus métodos, injurioso en una política de silenciamiento de la víctima y ensalzamiento de los verdugos que, por desgracia, sigue vigente en numerosos ámbitos del mundo occidental. Durante décadas la voz palestina ha sido silenciada, si no desvirtuada por medio de la criminalización y el falso victimismo de quienes con ahínco la han usurpado; y si asistimos a algo parecido a un grito de indignación, una repulsa mundial a lo que viene sufriendo la población de la Franja de Gaza desde octubre de 2023, se debe a la barbarie extrema, desatada, injustificable incluso para sus valedores tradicionales, de los dirigentes sionistas actuales. Se han lanzado sin ambages ni circunloquios a consumar el gran sueño de una ideología racista y antihumana que pretende vaciar Palestina de sus habitantes, todo ello en nombre de un derecho divino que, en realidad, esconde un entramado de intereses económicos, comerciales y geopolíticos con un claro trasfondo neocolonialista. Las terribles consecuencias de la destrucción de centenares de aldeas y la expulsión de cientos de miles de personas, en 1948 y a lo largo de los años siguientes, presiden los poemas de los autores que los sufrieron en primera persona, Abu Salma o los hermanos Tuqán, Ibrahim y Fadwa, por ejemplo; pero también hay en ellos, y en quienes les siguieron, una reivindicación orgullosa de la identidad palestina y una apuesta consciente por la resistencia. Precisamente, el término «literatura de la resistencia» fue reivindicado por uno de los grandes intelectuales palestinos, Gassán Kanafani, asesinado por el Mosad en Beirut en 1972, desde el título mismo de su célebre Adab al-muqawama fi Filastin al-muhtalla, 1948-1966 (Literatura de Resistencia en Palestina Ocupada 1948-1966), estudio seminal sobre la nueva poesía palestina. Kanafani atribuye a los por aquel entonces jóvenes poetas que publicaban sus primeros libros un nuevo modo de hacer poesía. Ideas sencillas, expresadas con un agudo hálito poético, imágenes directas, símbolos originales, la implicación real y profunda del yo poético… Para Kanafani, la aparición de una nueva corriente creativa en la Palestina histórica representa un alzamiento en toda regla contra lo que denomina el «culturicidio palestino». La ocupación sionista ha mostrado siempre gran aptitud para reprimir los intentos de una expresión artística genuina prohibiendo libros y editoriales, asfixiando a los centros educativos y evitando el desarrollo de una conciencia y cultura palestinas propias, sobre todo en las urbes. Por fortuna, añadía, poetas como Tawfiq Zayyad, Mahmud Darwish, Samih al-Qasim y Salem Yubrán, quienes componen la espina dorsal del estudio, levantaron un estandarte estilístico y espiritual que ha mantenido viva durante décadas la palabra resistente frente a la Ocupación. Los versos escritos desde Palestina y sus gentes empujadas al destierro hablan de eso, de amor a la tierra —«no podrán amor nuestro, arrancarte los ojos», escribía Fadwa Tuqán— de los símbolos nacionales palestinos, el olivo, el tomillo, las vides, el higo chumbo, el olor de la yerba húmeda… y también de fedayines, de gentes comunes y corrientes que defienden a los suyos «con los dientes» —diría Tawfiq Zayyad—, en un afán, criminalizado desde el exterior las más de las veces, por hacer valer unos derechos usurpados del modo más vil. Es tal la afrenta padecida por el pueblo de Palestina que un autor de natural apacible y de pulsión indudablemente intimista neo romántica, como el gazatí Harun Hashem Rashid, interpelaba hace décadas a sus «compañeros de angustia e infortunio» insistiendo en que él también era «uno de ellos en el fuego del odio», en la traducción del profesor Martínez Montávez en su antología El poema es Filistín (1980). Se puede apreciar en todos estos poemas tristeza e indignación, pero también una profunda convicción de luchar por lo que es justo. Y un sonoro latido de esperanza. Sin embargo, los poemas palestinos que se han escrito en y sobre Gaza desde octubre de 2023 aluden en primera instancia al terror, el hambre, la aniquilación y la desesperanza ante unas matanzas cometidas día y noche ante la pasividad del planeta en su conjunto. En palabras del joven poeta gazatí Mohammed Moussa no podía haber sido de otro modo: padecer un genocidio aporta una perspectiva sombría en la que «los poetas de Gaza están forjando una nueva poesía, redefiniendo su esencia y significado. Nos vemos compelidos a redactar elegías, a escribir de continuo sobre el hambre que asuela nuestros cuerpos y sobre las familias y los niños a quienes han quemado vivos en sus tiendas». La destrucción sistemática, planificada, de la tierra de Gaza, sus gentes y su historia ha devastado los cimientos de la creación literaria. De qué otra cosa que de muerte y desolación puede escribirse en la enorme fosa común en que ha quedado convertida Gaza. La devastación ha dado lugar a diversos subgéneros y poetas a quienes se atribuye la paternidad de determinadas tendencias temáticas o discursivas. Así, Ni’ma Hasan es la poeta de las jaimas en los campos de refugiados; Anees Ghanima, el de las ruinas, y Alaa al Qatrawi, a quien el régimen de Tel Aviv privó de sus cuatro hijos menores de edad, la de la maternidad reducida a la nada. Todos y todas hablan de cementerios, desplazados, casas borradas del mapa, el frío que estrangula los huesos, la sed del verano tórrido y desamparado. Y siempre el hambre, la hambruna como castigo colectivo impuesto por la Ocupación para forzar, de paso, el éxodo palestino. «Me lacera el hambre, pero tengo más hambre de vida», dice Haydar al Ghazali, que ha hecho de este padecimiento un leitmotiv hasta recrear, sarcasmo del destino, el género de los poetas saalik (vates errantes del desierto) de la época preislámica (siglos v/vi), que describían el padecimiento del estómago vacío con un realismo —y unas metáforas— que solo los poetas contemporáneos de Gaza han podido igualar. Si es que no lo han superado. No todo, sin embargo, es desesperanza. Mona Musaddar ansía el fin del genocidio y lo invoca: «Cuando termine el genocidio no mandaré mensajes a los amigos preguntando si siguen vivos»; Fatena al Ghorra da consejos a los suyos para que sobrevivan a los bombardeos, la hambruna y la indiferencia de la llamada comunidad internacional; y Amal Abu Asi vuelve a plantar cara a la barbarie y la sinrazón de un Estado criminal: «Gaza seguirá existiendo mientras haya pájaros surcando el cielo». Los más recuerdan a su madre, bien porque los bombardeos la han asesinado, bien porque casi todos solemos tender a pensar en nuestras madres en los momentos de máxima desolación. Ahmad al Qarinawi la recuerda «con su túnica de terciopelo», mientras Salim al Naffar, asesinado por las bombas de la ocupación lo mismo que Hiba Abu Nada o Maryam Hegazi, llora su partida: «¿Precisamente ahora tenías que soltarme la mano?». Doha al Kahlut dibuja, por su parte, una visión confusa y distante de la madre en mitad, una vez más, de la desolación: «Ansío tu mano, pero resultas tan irreal y distinta allá, en el horizonte, entre el sueño y la vigilia». Nos gustaría decir, a modo de colofón, que todavía, según se escriben estas líneas al menos, días antes de la entrada en vigor del llamado plan de Trump, estamos a tiempo de detener tamaña barbarie. Algunos pueblos y un puñado de dirigentes de este mundo parecen haber despertado de un cínico letargo que continúa, sin embargo, asolando al resto. Hasta el momento, no ha sido suficiente. La gente de Palestina y Gaza en particular está acostumbrada a sufrir pesares. Y a resistir. Lo llevan haciendo desde hace un siglo, cuando comenzó a intensificarse la colonización de Palestina y el expolio cometido sobre sus legítimos dueños. Yawad al Aqqad se preguntaba, como tantos otros escritores palestinos: «para qué sirve la poesía, las palabras, entre tanta sangre; si, con todo lo que está ocurriendo, el mundo calla, condena, vuelve a callar y termina refugiándose en una mudez imperturbable, ¿de qué sirve?». La poesía tiene que servir, querido Yawad, sí; servirá. Y Gaza seguirá, contra viento y marea, resistiendo al más feroz de los proyectos de usurpación del siglo xxi. «Mi pueblo lo tiene claro: o morir o resistir; libertad para poder vivir», afirma la eternamente combativa Dareen Tatur. De lo contrario, para vergüenza de la humanidad en su conjunto, nunca podremos borrar de nuestra conciencia el gran temor expresado por Yazid Shaath en su escalofriante «Gaza, fosa común». No dejemos que ocurra.
Ignacio Gutiérrez de Terán Madrid, octubre de 2025
Cada vez que intento escribir, aparece Gaza con su jeta rebelde…Y alza los dedos en señal de victoria Neama Hassan
En Palestina, la poesía no es un adorno, una baratija de quita y pon. En su historia reciente, la poesía ha gozado de un singular poder de transformación social y cultural. Precisamente por ello, por su exitosa tradición, el genocidio de Gaza la ha situado ante su prueba más terrible desde la Nakba. La poesía hoy en Palestina tiene que cumplir en un contexto en el que nada cumple, pues la justicia ha fracasado por completo. [...]
NUEVAS POETAS PALESTINAS
La poesía en Palestina es una realidad material e inmaterial, personal y colectiva, a la que difícilmente puede hallársele rival literario o artístico. La historia reciente de Palestina explica este raro estatuto, en la medida en que los versos de sus poetas han sido, desde la Nakba inicial, una herramienta fundamental para luchar contra la desposesión del pueblo palestino a manos de Israel. En esta misión de denuncia de la injusticia, concienciación de la necesidad de resistir y canto a la tierra, sobresalieron desde temprano las voces de varias poetas, en especial la de Fadwa Tuqan (1917-2003), referencia indiscutible para los «poetas palestinos de resistencia», y, a partir de 1967, la de Salma Khadra Jayyusi (1925-2023) y la de Mayy Sayig (1941-2023). Todas plantearon el paso de lo íntimo a lo público, algo que sigue preocupando a las poetas actuales. Con el comienzo del siglo xxi, el número de poetas palestinas, de diversa procedencia y singularidad, ha crecido de manera cuando menos sorprendente. En esta selección, por mera funcionalidad, se ha atendido a la obra de poetas nacidas después de 1977, el año de nacimiento de la ya mencionada Ghada Shafii. Son todas ellas, por así decir, poetas «posintifada». Estas poetas critican la caracterización del ser palestino como un ser encerrado en un conflicto, que solo puede ser víctima o miliciano. O dicho en términos más actuales: cuestionan performativamente qué sea la identidad palestina, o la identidad misma. En este orden de cosas, resulta singular que el conflicto de género quede en segundo plano, lo cual no significa que desaparezca. Unos meses antes del 7 de octubre de 2023, Rola Sirhán (n. 1978), crítica literaria y poeta, se preguntaba sobre las consecuencias del desmesurado peso de la lucha y la resistencia en la cultura palestina. En su opinión, imperaba una lógica intelectual caduca: la «cultura del fusil y los fedayines» había fracasado a efectos emancipatorios, los que debe perseguir toda auténtica cultura. Había llegado, según ella, el momento de preguntarse qué cultura querían los palestinos de las nuevas generaciones. La poesía escrita por mujeres ofrece algunas respuestas. Una sería cierto romanticismo desengañado, del que se saca genio y grito: «Somos las que inculcaron a la tierra / el gusto por la sangre. / Somos las culpables», dice un poema de Jumana Mustafa. Otra, la reformulación del sujeto poemático de mujer, que puede ser una prisionera en una cárcel de Israel, como en el poema de Dareen Tatur, o una «prisionera» en Gaza, como en los de Hind Joudah. Son poetas de la situación, de la circunstancia; poetas fuertemente emplazadas. La ironía, ácida, que en algunos casos llega al sarcasmo, atraviesa buena parte de esta producción, en una herramienta de sanación o de simple supervivencia: Mona Musaddar habla de la huella dactilar que dejan unas uñas pintadas al cavar una tumba; para Asmaa Azaizeh la historia es un perro encadenado a un árbol. El genocidio de Gaza, la limpieza étnica de Cisjordania, el apartheid en Israel, el olvido de los refugiados de los campamentos del Líbano, Siria y Jordania, la diáspora cronificada, marcan el presente palestino. Los motivos para la esperanza son escasos, casi inexistentes, y aun así la poesía palestina no se detiene. Hay en ella espacio para el poema en prosa, en verso libre, con pie métrico: las palestinas, que siempre han rehusado ser buenas víctimas, tampoco se someten a la apisonadora global de lo poéticamente predecible, la conveniencia o la moda. Ni, a pesar de las dudas sobre el sentido de escribir en tiempos de genocidio, al silencio. * * * Los poemas antologados, que hemos traducido de sus originales árabes, pertenecen a los libros consignados en los perfiles biográficos de cada autora. En algunos casos traducimos textos publicados solo en internet, o inéditos facilitados por las poetas. Las poéticas han sido escritas por las autoras para esta ocasión; llevan la fecha en que nos fueron remitidas. En los casos de Hiba Abu Nada, fallecida, y Ghada Shafii, desaparecida, se da la reflexión sobre su obra de un poeta coetáneo. Agradecemos a las autoras su amabilidad y su generosidad, su entusiasmo y su confianza, sin los que este libro no habría salido adelante. Como bien dice el poema de Dalia Taha, los palestinos siempre están dispuestos a dar un poco más de lo debido.
La obra de Nasser Rabah enraíza en una Gaza
que desde hace veinte años está bajo asedio. Él mismo así lo declara.
Como declara, en lo literario, su vínculo con la tradición palestina,
representada por Mahmud Darwish, y con la tradición árabe en general y
la egipcia y un poeta como Amal Dunqul en particular. Rabah es un poeta
singular. Así lo han reconocido otros escritores gazatíes más jóvenes,
como Mosab Abu Toha, que reivindican su figura y su magisterio.
Atrevido, cálido, directo, honesto, Rabah recoge la herencia de los
grandes que le han precedido y propone su texto, pone al poema a hablar.
Nasser Rabah es un refugiado. Si bien la condición de refugiado se
hereda, a diferencia de la tierra y sus derechos, por los que cada
palestino lucha, esta condición conlleva una conciencia existencial y va
más allá del estatuto jurídico, bajo el que viven prácticamente la
mitad de los palestinos. De ello se derivan dos de las características
principales de su poesía: la fuerza objetual de la realidad, que incluye
el rechazo de la espectralidad del ser en que se quiere recluir a lo
palestino, y el humor como antídoto contra las falsas ilusiones: «El
cardiólogo que me trata ya solo me recomienda que deje de escribir el
diario de un pueblo muerto». Las escenas de sus poemas rehúyen la
retórica, las imágenes son necesarias y la lengua precisa. La
perplejidad, las dudas, las contradicciones forman parte de su
humanidad, de la visión de alguien que no consigue entender su mundo,
Gaza, y se sorprende de ello.
En los poemas de esta antología de las últimas obras de Nasser Rabah, en
excelente traducción de Alberto Benjamín López Oliva, los edificios son
como las personas, están heridos, muertos, hambrientos, amputados,
necesitan una ambulancia; la esperanza es una última pastilla, por más
que esté caducada; el jarabe para la tos marca el paso del tiempo; o
existe un olor inconfundible, que nadie había identificado antes: el de
los estudiantes que han suspendido. Y el poeta, a pesar de las bombas y
la aniquilación, prosigue su búsqueda del poema autónomo, universal, que
todo poeta pretende, como este extraordinario y no declarado haiku:
Un par de calcetines: dos pájaros ebrios cuelgan del tendedero.
Luz Gómez
Madrid, 1 de marzo de 2025
Nasser Rabah, autor de «Gaza: el poema hizo su parte», entrevistado por Beatriz Lecumberri en El País / Planeta Futuro.
Nasser Rabah, poeta de Gaza: “Nuestras
emociones están como muertas. Vamos a los funerales mecánicamente, como
si fuéramos al mercado”
El escritor, que acaba de publicar en
España un libro escrito en parte durante esta guerra, considera que sus
versos son un “deber patriótico” para documentar la tragedia humanitaria
Beatriz Lecumberri
Madrid – 13 JUN 2025 – EL PAÍS / PLANETA FUTURO
La voz y las palabras de Nasser
Rabah llegan desde su casa parcialmente destruida por los bombardeos
israelíes en el campo de refugiados de Al Maghazi, en el centro de la
franja de Gaza, donde nació en 1963 y donde permanece hasta hoy, rodeado
de ruinas y del sonido, demasiado cercano, de los disparos y
bombardeos. La entrevista con este periódico se extiende durante
semanas, porque las preguntas se quedan sin respuesta a veces durante
días, hasta que, de repente, el poeta reaparece y la conversación se
retoma.
“Mis nuevas preocupaciones
cotidianas representan una carga inesperada: proteger a mis hijos en la
medida de lo posible de la metralla y las balas perdidas, buscar comida,
mantener un mínimo de higiene, conseguir leña…”, enumera, casi
disculpándose.
Nasser Rabah es uno de los
principales poetas palestinos actuales y ha publicado varios libros de
poemas en árabe, español, inglés y francés, entre otros. Su voz ha
cobrado fuerza desde que estalló esta guerra, en octubre de 2023, y en
España acaba de editarse Gaza: el poema hizo su parte (Ediciones del oriente y del mediterráneo), escrito en buena parte en los últimos meses.
“Rabah posee una voz singular,
espiritual, profunda y universal, que se alza por encima de las
vicisitudes de su pueblo”, explica a este diario Inmaculada Jiménez
Morell, directora de publicaciones en Ediciones de Oriente y del
Mediterráneo.
En sus versos hay casas en
ruinas, pájaros que huyen, muertos, mutilados, polvo, vacío, tristeza y
miedo. También un atisbo de esperanza. Su obra se ha liberado de
artificios para convertirse en una tabla diaria de salvación. La belleza
de su poesía, de la que Rabah reconoce no ser del todo consciente,
radica en esa simpleza arrasadora e innovadora, capaz de describir, en
un fogonazo, la supervivencia y el sufrimiento de los gazatíes.
“En tiempos de guerra, veo la poesía casi como un deber patriótico, una misión nacional para documentar el desastre”, asegura.
Pregunta. ¿Cómo se escribe poesía en medio de la guerra, de la huida y del hambre?
Respuesta. Mi ritmo de escritura se ha acelerado, ya que la
adrenalina fluye todo el tiempo y las escenas de tristeza, dolor y
horror se derraman ante mis ojos y ante mi corazón. Mis dedos tienen
prisa por expresarse y gritar, a pesar de mis nuevas preocupaciones
cotidianas, que representan una carga inesperada, como proteger a mis
hijos en la medida de lo posible de la metralla y las balas perdidas,
buscar comida, mantener un mínimo de higiene o conseguir leña…
Es sin duda otro tipo de poesía
Sí. En la guerra, no nos preocupamos tanto por la calidad, la
estructura del poema, la musicalidad del lenguaje o las metáforas.
Escribimos lo que sucede, lo que vemos, de forma simple. Los textos se
vuelven más realistas. Pero, sorprendentemente, vistos desde fuera,
estos versos pueden parecer estéticamente buenos y alcanzan incluso un
nivel de fantasía cinematográfica, porque la realidad en Gaza realmente
parece una ficción. Escribimos, por ejemplo, frases como esta:
“Entrenamos nuestros ojos para contar mal los miembros que nos faltan”.
Una afirmación periodística y hasta poética.
¿Qué ha querido expresar con esa frase?
Me refiero a las personas, especialmente los niños, a las que se les
han amputado miembros, a veces incluso sin anestesia. Cada día vemos a
gente a la que le falta un brazo o una pierna y ya nos parece algo
normal. Yo a veces pienso que intentamos superar la tristeza y el dolor
viéndolos enteros, con sus dos brazos y sus dos piernas, por eso es como
si entrenáramos nuestros ojos para no contar los miembros que les
faltan.
Hace unos meses usted también
escribió este verso: “En la guerra el corazón se asfixia, arden sus
palabras, los pájaros se funden en él como un rojo rocío, revolotea
sobre un gran mástil al que llaman patria”.
Sí, en tiempos de guerra, veo la poesía casi como un deber
patriótico, una misión nacional para documentar el desastre histórico y
expresar las preocupaciones de la gente sometida a bombardeos y
desplazamientos. Mi misión sigue siendo encontrar poesía entre los
escombros de Gaza.
¿Cuándo y cómo escribe?
Después de que termino los quehaceres indispensables para que mi
familia y yo podamos sobrevivir, me siento exhausto y deprimido. Además,
casi todos los días hay noticias de amigos o vecinos que resultan
heridos o mueren. Pero escribo en la pantalla de mi teléfono móvil
tantos poemas y textos como puedo. Escribo con el alma cansada, pero
escribo porque siento que me libera de alguna manera de la opresión y es
mi forma de aguantar hasta que termine la guerra.
Usted y su familia siguen viviendo en su casa.
Nos fuimos 40 días, en enero de 2024, y nos refugiamos en otra
vivienda y luego en una tienda de campaña, pero regresamos. Parte de
nuestra casa estaba destrozada, pero limpiamos los escombros, reparamos
alguna pared y aquí seguimos, sobreviviendo. Pero son días duros, los
bombardeos no cesan, y nosotros estamos muy cerca de la frontera con
Israel, como a un kilómetro, y el peligro está omnipresente. A eso se
añade la falta de comida y de dinero.
Su biblioteca personal fue destruida por los tanques israelíes.
Sí, mi casa y otras casas vecinas fueron blanco de los tanques del
ejército israelí durante la invasión del campo de Al Maghazi. Y yo tengo
el sentimiento no confirmado de que la biblioteca fue bombardeada
deliberadamente… Las otras dos habitaciones de la casa que fueron
destruidas tenían una orientación directa hacia los tanques, pero
bombardear la biblioteca requería un ángulo de visión muy estrecho para
que el proyectil la alcanzara.
En esta guerra han muerto
escritores, profesores, artistas y han sido bombardeados centros
culturales, educativos o históricos. ¿Qué lectura hace usted de estas
pérdidas humanas y materiales?
Creo que el objetivo de Israel es eliminar cualquier posibilidad de
que exista una entidad política palestina, es decir un Estado palestino,
en el futuro, por lo que destruye viviendas, hospitales, escuelas,
mezquitas, instituciones culturales y lugares arqueológicos, además de
aniquilar al mayor número posible de civiles. Además, mata de hambre a
la población para que la opción de marcharse de Gaza en cuanto sea
posible cobre fuerza en la mente de la gente.
¿Cuál es el último poema que ha escrito?
Se titula Cómo morimos, lo terminé hace dos días.
Dice algo así: “Cuántos murieron, ya no importa, cuántos hemos muerto,
no hay memoria para contar. La guerra es un cielo feo, música de fondo
para un holocausto repetido. Cuántos murieron, ya no importa, las manos
quemadas no saben contar”.
Son poemas de una inmensa tristeza
Son un reflejo de nuestra vida. A veces pienso que somos tan
infelices en Gaza que nuestras emociones están como muertas. Vamos a los
funerales mecánicamente, como si fuéramos al mercado, nuestros niños
saben distinguir los sonidos de los disparos, de los misiles y la muerte
es una sombra que nos acompaña siempre. Mis poemas son tristes, hablan
de la herida que nos causa esta guerra, pero también de la
supervivencia, de la fuerza de la gente y de su humanidad, que resiste
pese a que Israel la intenta pisotear.
Poesía entre los escombros: Gaza: el poema hizo su parte de Nasser Rabah
Crecen
rosas en los cascotes. Y desde una Gaza devastada por el genocidio nos
llegan los diamantes poéticos de Nasser Rabah, destellos de la fuerza de
vida de una sociedad palestina que vencerá a la muerte.
3 agosto, 2025 | Joan Arnau | De Verdad digital
Nasser Rabah es otro más de los hombres y mujeres palestinos que
luchan por sobrevivir y proteger a su familia. Una existencia amenazada
por un criminal genocidio que sacude la conciencia de todo el planeta.
Pero Nasser Rabah es también, y sobre todo, poeta. Debajo de las
bombas, viviendo en casas destruidas, sin apenas comida, no puede dejar
de escribir. Sus versos se elevan al cielo porque surgen desde el fondo
del infierno. Miran el horror transformado ya en tragedia cotidiana, y
lo retratan desde un dolor infinito, inabarcable. Pero sus poemas se
alimentan de la fuerza de un pueblo indoblegable, al que el poeta da
voz. Tal y como el mismo Nasser nos plantea: “mis poemas son tristes,
hablan de la herida que nos causa esta guerra, pero también de la
supervivencia, de la fuerza de la gente y de su humanidad, que resiste
pese a que Israel la intenta pisotear”.
Rabah sabe que un poema no puede capturar la magnitud de lo que se
sufre en Gaza. Pero tal y como nos recuerda “la poesía no está para
hacer el trabajo de la prensa o la televisión, sino para retratar lo que
la cámara no puede ver: los sentimientos, el silencio y el dolor”.
Ediciones del Oriente y del Mediterráneo acaba de publicar “Gaza: el
poema hizo su parte”, un compendio de los versos más actuales de Nasser
Rabah. Su lectura nos impacta y nos conmueve. Sus versos son de una
belleza trágica, y surgen de una voz poética arrasadora.
Muchos poetas han sido asesinados en Gaza. Hiba Abu Nada o Refaat
Alareer siguieron escribiendo hasta el mismo día en que las bombas del
ejército israelí les arrebataron la vida.
Pero los poetas siguen escribiendo en Gaza. Y Nasser Rabah es quizá
el más grande de ellos. En permanente diálogo con la gran tradición
poética palestina, representada por Mahmud Darwish. Y que hoy siguen
enarbolando muchos jóvenes poetas palestinos que reconocen a Nasser
Rabah como una referencia.
Rabah sabe, vive, el papel imprescindible de la poesía, incluso en
los momentos más extremos: “Los poemas del genocidio no son el resultado
de una experiencia o una visión meramente personal: el dolor es más que
nunca colectivo y precisa encontrar en la poesía un cauce de expresión.
El poema es como la cometa de un niño que ondula en el aire, tiene vida
propia y está a merced de lo imponderable”.
Buscar, encontrar la poesía, es una tarea primordial: “en tiempos de
guerra, veo la poesía casi como un deber patriótico, una misión nacional
para documentar el desastre histórico y expresar las preocupaciones de
la gente sometida a bombardeos y desplazamientos. Mi misión sigue siendo
encontrar poesía entre los escombros de Gaza”.
“Mi misión sigue siendo encontrar poesía entre los escombros de Gaza”(Nasser Rabah)
Patria fuera de servicio
El gimnasio está fuera de servicio.
¿A quién le importa? No tengo tiempo para cuidar mi cuerpo
frente a espejos hechos añicos:
¡Para qué! No hay cafés para lucirse un jueves, ni balcones
para una tarde de domingo.
La luz se va por todas partes.
Las bibliotecas se buscan a sí mismas entre las cenizas.
No importa… Ningún libro conmueve mi corazón tras el libro
de los tanques.
La vida y yo:
un ciego de rodillas entrega un anillo de luz a una ciega.
Lo que queda es la imaginación,
un músculo incansable.
La imaginación es el café de los extraños, los espejos
del inconsciente, las bibliotecas de los cautivos.
La imaginación es lo que nos queda para hacer una patria
de la nada.
(Nasser Rabah, poeta de Gaza. 26 de junio de 2024)
El poema hizo su parte
El poema hizo su parte y se
marchó. Ya no hay fiesta ni celebración de nacimiento. No hay flauta que
guíe a quienes acuden a la oración del encuentro. No hay nubes con las
que intercambiar elogios, ni árboles que me llamen con hermosos nombres o
extiendan mi sombra. Rezo a una ventana: su raíz está en mi corazón, y
tiende sus ramas sobre mi nostalgia.
Los poetas
En el pasado, los poetas tenían
un sexto dedo en cada mano, para que la mano pudiera soportar el dolor
de escribir. Tenían tres sentidos adicionales: leer lo invisible,
comprender el lenguaje de las abejas y los árboles y curar a los
amantes.
No tenían nada en lugar del corazón, para poder pasar por el dolor de la vida hasta el final sin una muerte prematura.
Cuando morimos
Cuántos murieron, ya no
importa, cuántos hemos muerto, no hay memoria para contar. La guerra es
un cielo feo, música de fondo para un holocausto repetido. Cuántos
murieron, ya no importa, las manos quemadas no saben contar.
Artículo completo en De Verdad digital https://deverdaddigital.com/poesia-entre-los-escombros/
Versos que lloran a los escombros de Gaza
03.08.25 – Vitoria-Gasteiz, España – Ali Salem Iselmu Abderrahaman – Pressenza
POESÍA
Al poeta palestino Nasser Rabah lo conocí a través del poeta
argentino David Wapner, de allí nació la idea de traducir su libro
“Caminantes con vestidos ligeros”. Cuando me llegaron los poemas, al
principio no los podía descifrar en mi ordenador, eran símbolos
ilegibles. Después me llegó un documento PDF el cual me permitió conocer
la obra de Nasser.
Yo había leído poemas de Mahmud Darwish, de Semih El-kasim y algún
relato del escritor Ghassan kanafani, esa era mi experiencia en la
literatura del exilio y refugio de Palestina.
Gracias a David Wapner autor del prologo de “Caminantes con vestidos
ligeros” los poemas de Nasser atravesaron el atlántico, llegaron a las
manos del editor mexicano Antonio Revilla y el poemario se publicó a
finales de junio de este año después de un arduo trabajo.
A medida que me adentraba en los poemas sentía que eran míos. El
exilio, la nostalgia y la tristeza estaban en cada verso, en cada
palabra. Gaza estaba delante de mis ojos, la recorría en el corazón y en
la memoria de un poeta.
Con cada verso lloraba en silencio al ver la destrucción ante mis
ojos. Hojeaba una página después otra, me encontraba a medida que
avanzaba en la traducción con poemas como “Tu vieja melodía” que me
dejaban mudo, cuando describían el dolor de una ciudad:
«Es tu tiempo en la ciudad muerta
debajo de cada alegría que ha perecido
es el tiempo que has de cargar con mis hombros
con el saco de harina
llevar los días de un destierro a otro
completar tu vieja melodía».
La obra de Nasser me recordaba poemas míos como “Limpiaré mis
lágrimas” o “Somos apátridas del cielo”. De pequeño vi las bombas caer
sobre los campamentos saharauis en plena huida a la hammada de Tinduf en
Argelia, yo tenía nueva años, me escondía detrás de mis padres para no
ver el fuego de la metralla atravesar el cielo.
Cuando veía las imágenes de los bombardeos en televisión, la muerte
de cada gazatí en busca de comida. Volvía a mi mente el horror de la
infancia, la muerte de niños por hambre y desnutrición. Una
deshumanización contraria a cualquier ética o moral. Nasser describe ese
dolor en un canto que nace entre la mole de escombros:
Gaza, Gaza.
Eran testigos el muro, la hierba y el árbol
cuando vieron el cráter que dejó la explosión,
escucharon su boca abierta gritar:
“devuélvanme mi cuerpo”.
Hoy la Universidad Autónoma de Nuevo León de México, Monterrey, ha
editado el libro “Caminantes con vestidos ligeros”. Los versos de Nasser
vuelan por encima de los muros, del bloqueo y el asedio, llaman a cada
uno de nosotros, nos interpelan y nos interrogan cada vez que observamos
el ocaso o el amanecer.
Nos hablan en la soledad de cada página, entre cada silencio. Nos
llevan de vuelta a Gaza para recordarnos aquella franja de tierra
convertida hoy en un nuevo monumento, quizás otro Auschwitz, cuando el
poeta vuelve a clamar:
Era tierra.
Yo era tierra como otra,
sencilla, ajena al tiempo
a la distancia, a los viajeros.
Una piedra rodeada todo el tiempo por una pared ciega
en la que cada día se cuenta por las tristes heridas
de los cautivos del silencio y el frío,
de los muertos que partirán
los que vendrán a mí.
Creo firmemente en la poesía, en el poder de la palabra. Observo la
humedad de la mañana, los rayos de sol, la lluvia de diminutas gotas. Me
acuerdo cuando fui expulsado de mi ciudad, de la península de Dajla,
bajo el fuego de las balas. He allí donde nacen mis lágrimas en los
versos de Nasser, en los niños de Gaza. Entonces me acuerdo del Sahara y
los saharauis en cada grano arena, en cada palabra, en estos versos:
Somos apátridas
que lloramos a la lluvia
a la nube que se precipita
a la montaña que guarda nuestra voz,
somos aquellos errantes
un pueblo que siembra una raíz,
al que expulsaron de los pastos
del océano de arenas blancas.
Gaza necesita volver a vivir, a surgir del hambre, de la muerte y
curar sus heridas. En los versos de Nasser Rabah hay una esperanza
perdida, un deseo de libertad, una lágrima en los ojos de cada niño que
yace debajo de los escombros.
No cabe duda de que la realidad que transcurre por entre las páginas
de este poemario de Mosab Abu Toha, es terrible y desoladora, pero
quizás lo que acentúa esa constancia es la delicadeza con que lo cuenta;
su mesura. O mejor, su dignidad. No se ceba en la rabia, la venganza o
la morbosa descripción de los crímenes que ocurren a cualquier hora cada
día, pero levanta el acta. Él interpela, cuenta, expone serenamente sin
pretender compasión ni complicidad; tan solo que escuchemos lo que
tienen que decirnos los que están al otro lado. Que escuchemos de una
vez por todas. Y eso es lo que conmueve. Esa manera de describir la vida
diaria de niños jugando en las plazas, escolares yendo a clase, de agua
hirviendo para el café, de las fresas madurando y los bebés naciendo,
con los drones pendiendo de un hilo sobre los simulacros de normalidad.
una rutina normal. Él desgrana las tareas de quienes no quieren dejar de
ser seres humanos, que se levantan cada día para cumplir sus
obligaciones; que llevan los relojes a arreglar, o leen los periódicos y
se obstinan en cumplimentar la rutina mientras la metralla perfora los
cristales, los edificios se derrumban y van quedando, cada vez, menos
cosas que sobrevivan a sus dueños. Y menos dueños que sobrevivan a las
cosas. Mosab sabe lo que es la aniquilación, sabe de cuerpos
despedazados y de explosiones rompiendo tímpanos y acelerando el bombeo
de la sangre, de críos que no saben distinguir una nube de vapor de agua
de una de polvo; en Palestina, el olor a pólvora no significa fiesta
sino un puñado de nombres tachados de la lista. A medida que el poemario
avanza va dando detalles, poco a poco amplía la información. No oculta
la herida, pero va desprendiendo la gasa con cuidado. Cuando nos
queremos dar cuenta, el horror está ahí; nos ha ido introduciendo en él
suavemente, sin empujar. Él nos lo muestra, pero no insiste. No insiste
más de lo preciso porque lo que también sabe es que su realidad está al
otro lado del mundo. Del mundo que lo ha expulsado y no se quita las
gafas de sol para no ver el color verdadero de la sangre. El mundo del
“vive y deja morir” encogiéndose de hombros porque no tenemos por qué
inmiscuirnos en la vida de nadie. El mundo que hace una transferencia a
la Cruz Roja con la mano derecha para paliar en algo las fechorías que
perpetran sus envíos de armas con la mano izquierda. Cada uno en su
casa y Dios o Alá o quien sea, en la de todos. Porque, mientras estamos
aquí para escuchar el sobrecogedor don de la poesía, ¿qué nueva
desgracia se estará cerniendo sobre los suyos? ¿cuántos hospitales
quedarán de pie cuando terminemos esta reunión? ¿podrán nuestros
aplausos imponerse al estruendo de las bombas? Al llegar a este punto
soy consciente de que me voy a meter en aguas pantanosas. No quisiera
traspasar ciertas líneas de seguridad que controlan la estabilidad de mi
espíritu, pero es inevitable volver a cuestionarme una vez más, qué
sentido tiene que la poesía nos emocione sentimentalmente y no sacuda
nuestras conciencias para hacer que nos arremanguemos. Tanto poeta como
hay en el mundo, tanto intelectual, tanto artista bienintencionado, ¿no
podríamos servir como una cámara acorazada que mantuviera a raya las
injusticias y la destrucción?
Cuando íbamos a dar los conciertos en los campamentos del Sáhara, en
el campo de refugiados de Damasco o en la Plaza del pesebre de Belén,
recibíamos esta clase de comentarios, con escepticismo, o con censura y,
aunque yo no he encontrado respuesta convincente y ni tampoco me he
desanimado del todo por ello, me ha dado suficiente combustible para
agitar y hacer funcionar mis cavilaciones.
Pero si Mosab en medio del espanto, mientras retumban las paredes y
el suelo en cualquier momento puede convertirse en un volcán, es capaz
de sentarse en un supuesto columpio para enhebrar palabras y construir
imágenes de una novedad y una fuerza sorprendentes, me siento absuelta
de culpa por hacer lo que soy incapaz de dejar de hacer: intentar
utilizar las palabras como aldabones.
Porque no sé cuántas cosas podemos hallar en el oído de Mosab, aparte
del rumor de las caracolas y alguna de las historias de las que él dice
que le contó su abuelo, pero él sí sabe hallar cosas impensadas. Él ha
hecho unas asociaciones, envidiables, que son otros tantos hallazgos que
enriquecen su poesía. Si las perlas son el resultado de la herida de
una ostra, este poemario cumple el requisito.
El libro contiene fotografías. Pero el libro no es un álbum. Las
fotografías son otros tantos poemas como fogonazos que hieren más por lo
que significan que por lo que muestran. Un espejo roto, ¿qué puede
tener de siniestro si no es porque el pedazo que falta ha hecho añicos
la imagen del poeta? No, no son fotos mudas. No son reflejos, son
reflexiones. Como la foto de la soga. La soga que se estrecha y
estrangula, la que va reduciendo inexorablemente el mapa de Palestina
que antes ocupaba una hoja entera de mi cuaderno de Historia Sagrada en
mis años escolares. ¿Qué mapa se dibujará ahora en los colegios
palestinos? aunque… ¿quedará todavía algún colegio? ¿seguirán los
pupitres alineados y las pizarras no se habrán desprendido de las
alcayatas que las fijan a las paredes? ¿quedarán paredes?
He salido del libro como si emergiera a la superficie, después de una
extraña travesía, sin haber recuperado aún el equilibro sobre la tierra
firme. Y con una imagen fija delante de mí, la primera que abre el
libro y siento una inexplicable desazón. Lo mismo es miedo. Miedo al ver
que una manzana, espontáneamente, rueda hasta alcanzar el borde de la
mesa, antes de que estalle la explosión.
Ana Rossetti en el acto de presentación de Cosas que tal vez halles ocultas en mi oído
No lo sé
Una habitación con libros
Esa habitación me traslada a otra que ya no existe: la conozco por
los poemas de Mosab Abu Toha. Quizá sea alguna sala de la biblioteca que
fundó en Ciudad de Gaza
Elena Medel
Una mujer y su hija se reencuentran con un hombre -marido, padre- que escapa de la guerra. Ella se llama Concha Méndez y la acompaña Paloma, de cuatro años; el hombre, Manuel
Altolaguirre, se reúne con ellas en París tras cruzar la frontera y
penar en campos de concentración y hospitales psiquiátricos. Lo dictó Méndez a la hija de su hija, Paloma Ulacia Altolaguirre, en un volumen titulado Memorias habladas, memorias armadas, en Renacimiento. Tras descansar la primera noche en un hotel, la familia recibió la invitación de Paul y Nusch Éluard -poeta él, artista ella- para instalarse en su casa de Saint-Denis.
Méndez explica la generosidad de los Éluard por la empatía de quienes
habían sufrido el hambre y la enfermedad en la Gran Guerra, y se recrea
en «un detalle que nos llenó de emoción. Éluard había puesto en
las repisas de nuestro cuarto una serie de libros de poesía española
que había comprado especialmente para nosotros, porque él no leía
español«. Luego partirían al exilio en América, pero quedémonos ahí: en ese fragmento convertido en un lugar. La página 111 de las Memorias se
transforma en la habitación de una casa al norte de París; una
habitación en una casa con un jardín baldío, en el que Méndez se distrae
cada mañana sembrando plantas que nunca verá florecer.
Esa habitación me traslada a otra que ya no existe: la conozco por los poemas de Mosab Abu Toha. Quizá se trate de la de su adolescencia, después de su infancia en el campo de refugiados de Shati, o de la que compartió con su esposa y sus tres hijos en Beit Lahia, o incluso de alguna sala de la Biblioteca Edward Said, que fundó en Ciudad de Gaza:
un centro cultural con actividades literarias, talleres de informática o
clases de idiomas, que ofrecía un respiro en el asedio.
Esas habitaciones las he leído en su poemario Cosas que tal vez halles ocultas en mi oído,
que el año pasado publicó Ediciones del Oriente y del Mediterráneo -qué
catálogo espléndido-, con traducción de Joselyn Michelle Almeida. El
libro incluye algunos de los poemas que llevó consigo a Estados
Unidos; intentando pasar a Egipto, Abu Toha fue secuestrado y torturado
por el ejército israelí. En ‘La metralla busca la risa’ las
bombas derriban la casa de sus vecinos, en la que «todos han muerto: /
los niños, los padres, los juguetes, los actores de televisión, / los
personajes de las novelas y los libros de poesía, / ‘yo’, ‘él’ y ‘ella’.
No quedan pronombres».
Otros poemas se fechan ya en
el tiempo del exilio. Quien busque rabia, la encontrará; también
denuncia, crudeza. Pero sobre todo Mosab Abu Toha reivindica su
derecho a la creación, a la posibilidad de escribir sobre el genocidio
desde la belleza, la imaginación, incluso el humor. Cosas que tal vez halles ocultas en mi oído se abre con un poema muy lúdico, ‘Palestina de la A a la Z’, en el que desde cada letra del alfabeto inglés -alterna esta lengua con el árabe;
me interesan mucho sus reflexiones sobre la implicación política de
este gesto, y sus contradicciones- repasa su memoria íntima y la vincula
con la del país. Asigna la b a ‘libro’, por book y border,
‘frontera’. «Un libro que no menciona ni mi lengua ni mi país, y tiene
mapas de todos los lugares salvo el lugar donde nací, como si yo fuera
un hijo ilegítimo de la Madre Tierra». Para la letra f escoge friends, ‘amigos’, y fish, ‘pez’, compañía y alimento, y por eso regresa a «los libros de mi salón en Gaza, los poemas en mis libretas, todavía solos».
Enumera todos los lugares -las habitaciones- de su felicidad, hoy en
ruinas, y el texto lo impregna de dolor y de ternura, de nostalgia feliz
y de estremecimiento.
¿Para qué sirve un libro? No me refiero a una cuestión
emocional, o sí: pienso en su utilidad, en el provecho que brinda a
quien lo posee y a quien lo lee. Para qué sirvieron los libros
que Paul y Nusch Éluard compraron en un idioma extranjero. Para qué
sirvieron los libros que Mosab Abu Toha consiguió para la Biblioteca
Edward Said, los que dejó en su casa de Beit Lahia, los que escribió y
no logró salvar y ahora se mezclan con ceniza y cascotes.
Para qué mencionar para qué
sirven los libros -los libros, para qué- cuando la cifra de asesinados,
heridos y desaparecidos en el asedio de Israel a Gaza aumentará entre el
momento en el que la teclee y el momento en el que la leas. La edición
española de Cosas que tal vez halles ocultas en mi oído
se cierra con una entrevista a Mosab Abu Toha por el poeta
estadounidense Ammiel Alcalay, judío. Conversan acerca de la historia de
la familia de Abu Toha, marcada desde 1948. Él menciona a sus muertos;
estremecen sus amigos, jovencísimos. Se detienen en la
literatura, en la relación con la tradición palestina, en cómo la
ocupación ha invadido lo que escriben y el compromiso no se entiende
como opción. Abu Toha se detiene con orgullo en el mencionado proyecto de la biblioteca.
Meses después, en enero de 2025, el ejército israelí la destruyó en uno de sus ataques. Diría que aún existe, porque existe en sus palabras de Mosab Abu Toha. Mentiría.
El poeta de la muerte en Gaza: “Intento que al menos sobrevivan las historias de los asesinados”
Francisco Carrión @fcarrionmolina El Independiente 23/07/2025
“Nos merecemos una muerte mejor/ Nuestros cuerpos están
desfigurados y retorcidos,/ bordados con balas y metralla./ Nuestros
nombres se pronuncian mal/en la radio y televisión…”, escribe Mosab Abu
Toha, el gazatí que zurce el dolor y la rabia a golpe de poemas. Sus
versos son directos y punzantes. Como los proyectiles israelíes que
matan a diario desde octubre de 2023 a decenas de palestinos. Pero, a
diferencia de la metralla que llueve sin cesar sobre la Franja, los
dardos de Abu Toha son inofensivamente pacíficos. Solo sacuden la
conciencia de quienes los leen.
“Por desgracia, la realidad hoy resulta peor que lo que cuenta
ese poema”, advierte en conversación con El Independiente Abu Toha. “Lo
escribí sobre nuestro pueblo, sobre cómo nuestros miembros fueron
descuartizados por los ataques aéreos y sus nombres no se pronunciaban
correctamente en la televisión. Pero el 7 de octubre, después de que
Israel iniciara su genocidio contra el pueblo, la muerte se ha cobrado
cientos de miles de vidas. 60.000 de ellas por ataques aéreos y balas.
El resto murió porque no hay medicinas, ni combustible, ni ambulancias,
ni atención médica. Así que, si tuviera que volver a escribir el poema,
también añadiría el hecho de que muchas familias quedaron sepultadas
bajo los escombros de sus casas durante meses. Ya no son solo personas
desmembradas y desfiguradas por los bombardeos, sino también personas
que quedaron bajo los escombros”.
Mosab Abu Toha en la presentación de Cosas que tal vez halles ocultas en mi oído en Casa Árabe de Madrid.
En su cuenta de X, desafiando la censura que impone la corrección
política que trata de evitarnos ver la cruda realidad de cuerpos
mutilados, despedazados o ensangrentados, Abu Toha -afincado en Estados
Unidos tras su salida de Gaza vía El Cairo- comparte las historias de
los asesinados. Les concede el nombre y una biografía que una contienda
sin fin les niega. “Hace unos meses vi el vídeo de una niña que quedó
aplastada bajo el techo de un aula donde se había refugiado con su
familia. La mitad de su cuerpo estaba sepultada bajo el techo y la otra
mitad colgaba. Nos merecemos un día mejor. Esto no es la guerra. Esto no
es la muerte. Espero que no sea la muerte en absoluto”, desliza el
autor de Cosas que tal vez halles ocultas en mi oído, publicado en
castellano por Ediciones del Oriente y del Mediterráneo.
Desde los primeros bombardeos hace 21 meses, Abu Toha ha perdido
en Gaza a decenas de parientes, amigos y vecinos. El domingo a la lista
de muertos se añadió Ali. “Mi primo Ali ha muerto hoy mientras esperaba
comida. Tenía 34 años y era padre de cuatro hijos. Mirad cómo el hambre
le había demacrado el rostro y agotado el cuerpo”, escribió tras recibir
la noticia. “Hoy ha sido un día de pérdidas insoportables. Mi primo ha
sido asesinado, el hermano de mi esposa y otro primo han resultado
heridos, y muchos de mis amigos del barrio han regresado con miembros
amputados. Eran hombres jóvenes, hijos, padres, que habían salido
desesperados para traer aunque fuera un poco de comida a sus familias.
Sus frágiles cuerpos apenas podían soportar el viaje de más de 10
kilómetros, pero ¿qué otra opción tenían? ¿Cómo puede alguien quedarse
en una tienda de campaña mientras sus hijos y sus padres ancianos se
retuercen de hambre? Lo que está haciendo Israel es monstruoso, y debe
rendir cuentas”, relata.
Abu Toha -galardonado este año con el Premio Pulitzer por una
serie de ensayos publicados en The New Yorker que narran la vida en
Gaza- salió de Gaza a finales de noviembre de 2023 tras ser secuestrado
durante tres días por las fuerzas israelíes. “Los israelíes me lo
robaron todo: el pasaporte, mi familia, mi dinero, mis tarjetas de
débito y crédito, mi ropa, mis zapatos, todo lo que tenía, incluso mi
reloj. Cuando llegamos a Egipto, me obligaron a solicitar un visado para
Estados Unidos”, admite. Desde entonces, observa el exterminio de los
suyos desde lejos. Van cayendo uno a uno. Sin tregua, entre rumores de
un alto el fuego que llevan semanas negociando Hamás e Israel en Qatar y
que nunca llega.
“Lo estoy perdiendo todo. No puedo detenerlo. Veo cómo me
arrebatan todo, las vidas de algunos de mis amigos y algunos de mis
alumnos. He pasado el último año y medio viendo cómo lo perdía todo,
viendo cómo me arrebataban para siempre las cosas que amo”, maldice.
“La casa bombardeada. Todos han muerto:/ los niños, los padres,
los juguetes, los actores de televisión,/ los personajes de las novelas y
los libros de poesía,/ «yo», «él» y «ella». No quedan pronombres. Ni
siquiera/ para los niños cuando aprendan las oraciones/ el próximo año.
La metralla vuela en la oscuridad,/ busca las risas de la familia,/
ocultas tras montones de muros desfigurados y marcos sangrantes. La
radio/ ya no habla. Se han quemado las pilas,/ la antena está rota./
Hasta el locutor sintió dolor cuando la radio/ fue alcanzada. Hasta
nosotros, al oír la bomba/ mientras caía, nos arrojamos/ al suelo,/ cada
uno contando a los de alrededor./ Estábamos a salvo, pero el corazón
nos duele todavía.”
“Sigo escribiendo poemas, pero como estoy viajando y también sigo las
noticias, traduzco y publico en mis redes sociales, no dedico tanto
tiempo a escribir poesía como antes. Ni siquiera puedo sentarme a pensar
en escribir un poema. Escribo poemas de vez en cuando, pero no como
antes”, reconoce Abu Toha. En los ratos en los que deja de informar del
reguero interminable de muertes, el poeta regresa a los versos. “Gaza se
ha convertido en un gran funeral” es el título de uno de los poemas que
ha logrado pergeñar en los últimos meses.
Sostiene que, a pesar de la carnicería que sobrevuela Gaza, no ha
pensado jamás en rendirse. Su salvavidas es la poesía. Estrofas que,
como balas, cruzan el espacio y rompen el silencio y la indiferencia,
cuando no la complicidad, con los que los despachos en Occidente tratan
con la operación militar israelí. “Los poemas que escribo no tratan
sobre matar a otras personas. No incito a la gente a matar a otras
personas como hacen los israelíes con nuestro pueblo en Gaza, en el
Líbano y también en Siria. Pero lo único que puedo hacer con mi poesía
es resistir el borrado, el acto de olvidar las historias de las personas
que fueron asesinadas por las fuerzas israelíes. Me resisto al borrado,
al olvido de estas historias. Llevo estas historias a las personas que
no saben nada sobre Gaza. Me resisto al genocidio israelí compartiendo
las historias de cada uno de mis alumnos, de mi pueblo, de los niños,
los padres y las madres y de todos”.
De viaje en viaje, Abu Toha -que pasó por Madrid el pasado noviembre-
reconoce que la reacción internacional al sufrimiento en Gaza -donde el
hambre deja su marca en cuerpos esqueléticos- le ha hecho perder parte
de la esperanza. “Todo el mundo ha estado viendo lo que está pasando en
Gaza. Mucha gente en todo el mundo ha pedido un alto el fuego, un
embargo de armas. Solo hay que esperar. Los gobiernos del mundo han
ignorado todo esto. La gente en Estados Unidos y Europa ha pedido a sus
gobiernos que dejen de enviar armas a Israel. Ningún político en todo el
mundo ha dicho que el pueblo palestino tiene derecho a defenderse bajo
la ocupación. Nadie ha hablado de ningún derecho que tenga el pueblo
palestino por vivir bajo la ocupación. Pero Israel tiene derecho a todo.
Tiene derecho a defenderse matando a los niños y a sus padres. Tienen
derecho de destruir casas, de volar casas en Cisjordania y también en
Gaza…”.
Y frente a los densos silencios, Abu Toha apuesta por “la educación”.
“La gente necesita aprender, leer, escuchar al pueblo palestino, sus
historias y sus esperanzas. Occidente, en general, no ha sabido escuchar
al pueblo palestino, no ha sabido proteger sus derechos humanos, sus
derechos básicos a existir en su propia tierra, a obtener lo que todo el
mundo obtiene como ser humano”, comenta.
Una tarea para que el poeta que retrata la muerte en Gaza aún estamos
a tiempo. “Nunca es demasiado tarde. No tiene sentido dejar de hablar
de lo que está pasando. Porque eso es lo que quiere Israel. Eso es lo
que quieren los genocidas que quieren matar a todo el mundo en Gaza, en
Palestina, y robarles la tierra. Eso es lo que quieren. Así que no
debemos hacer lo que ellos quieren”, replica. “¿Agotado? Sí, me siento
agotado, por supuesto. Soy un ser humano. Pero no puedo quejarme porque
mi gente en Gaza está siendo torturada”.
Abu Toha prefiere decir que la poesía “no es su arma sino una
herramienta de supervivencia». “Porque cuando doy voz a mi pueblo, que
no tiene voz, a mis alumnos que fueron asesinados, intento que
sobrevivan. Aunque ellos no sobrevivan, al menos sus historias sobrevivirán”,
murmura. Gaza lleva sitiada desde 2007. Siempre hay drones, F-16, y en
el mar hay buques de guerra y cañoneras. Nunca ha habido paz en Gaza. La
paz llegará cuando Palestina sea libre y cuando el pueblo palestino
tenga derecho a vivir en su propia tierra con dignidad y sin ocupación”,
concluye.
A pesar de la metralla que ha desfigurado la Franja, reducido a
escombros su geografía y convertido en nómadas perpetuos a su menguante
población, el poeta sueña con retornar a lo que queda de casa. “Me
encantaría ir a Gaza ahora, después de terminar mi llamada contigo.
Espero poder volver pronto para reconstruir y ver a mi familia. No veo a
mi padre desde hace más de un año. Tampoco a mi madre. No veo a mis
hermanos ni a sus hijos. Mi hermana dio a luz hace meses y es el primer
bebé que no he visto, al que no he besado, al que no he cogido en
brazos, al que no he acunado…”.
Mosab Abu Toha en la biblioteca Edward Said, de libros en lengua inglesa, que fundó en Gaza en 2019, poteriormente destruida por el ejército israelí.
Premio Pulitzer
Es un honor
para mí recibir hoy el Premio Pulitzer. Muchísimas gracias al jurado y a
los miembros de la junta directiva por honrarme.
Dedico este éxito a mi familia, amigos, profesores y estudiantes de Gaza.
Bendiciones a los 31 miembros de mi familia que murieron en un ataque aéreo en 2023.
Bendiciones a las almas de mis cuatro primos hermanos, dos de los cuales
murieron junto con sus cónyuges e hijos. Bendiciones al alma de mi tía
abuela, Fátima, cuyo «cadáver» permanece bajo los escombros de su casa
desde octubre de 2024. Bendiciones a las tumbas de mis abuelos, a
quienes nunca encontraré.
Bendiciones a las almas de mis alumnos que murieron buscando comida o
leña. A la escuela donde estudié y enseñé, a la biblioteca que fundé y a
la que añadí un libro de poesía antes de 2023.
Bendiciones a muchos más. ¡Estoy orando por un alto el fuego inmediato y permanente y por JUSTICIA y PAZ! #mosababutoha#Palestina#Gaza#poesía #poemasdesdeGaza #thepulitzerprizes#cosasquetalvezhallesocultasenmioído
La poesía salvó la vida de este escritor palestino:
"Quiero ayudar a que la gente visualice cada muerte
Mosab Abu Toha logró salir de Gaza con su familia gracias a
sus contactos en EEUU, donde publicó su primer poemario y ha ganado el Pulitzer
y el American Book Award. Hoy da clase de Literatura en la universidad y
utiliza la poesía para narrar su sufrimiento: "No necesito que nadie
entienda entienda al pueblo palestino, sólo que tengan buen corazón"
Sara Polo | El Mundo | 6 de mayo de 2025
Mosab Abu Toha en Casa Árabe el día de presentación de Cosas que tal vez halles ocultas en mi oído (fotografía de Rosa Díaz | EFE).
Al tercer día lo liberaron: "Disculpe el error, puede
usted volver a casa". Él se preguntó qué quedaría de aquella casa a la que
le invitaban a volver. Poco después confirmaría, a casi 10.000 km de allí, que
su antiguo hogar había quedado reducido a ruinas.
El 19 de noviembre de 2023, mes y medio después de aquel 7
de octubre que cambiaría su vida para siempre, Mosab Abu Toha viajaba junto a
su mujer y a sus tres hijos hacia el paso fronterizo de Rafah, en el sur de
Gaza. El benjamín de la familia, de tres años y medio, había nacido en Estados
Unidos, así que la embajada les había ofrecido ayuda con la evacuación. Pero en
el enésimo checkpoint, un soldado israelí posó sus ojos en el joven padre de
familia.
"El hombre de la mochila negra con un niño pelirrojo en
brazos: ponga al niño en el suelo y camine hacia mí".
De rodillas, escuchó una orden por megafonía: todos los
hombres debían desnudarse. Durante tres días estuvo esposado. Le ataron a una
silla con los ojos vendados, le golpearon en la cara y el estómago, le
insultaron a gritos y le ordenaron hasta la extenuación que demostrara que no
pertenecía a Hamás. Mosab recitaba para sus adentros aquel poema suyo
intentando mantener la mente fría:
"Mi abuelo fue un terrorista./ Cultivó su huerto,/ regó
las rosas en el patio,/ fumó cigarrillos con mi abuela/ en la playa amarilla,
allí tumbado/ como en una alfombra de rezar".
Y al tercer día llegó la liberación en forma de disculpa con
una sonrisa llena de amabilidad. No, Mosab Abu Toha no era un peligroso
terrorista sino un poeta palestino ganador del premio Pulitzer por sus columnas
de opinión en The New Yorker y del American Book Award con su primer libro,
Cosas que tal vez halles ocultas en mi oído. Poemas desde Gaza -editado en
España por Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, con traducción de Joselyn
Michelle Almeida, y que presentó el pasado noviembre en Casa Árabe-, columnista
habitual de The New York Times y amigo por correspondencia de Noam Chomsky
desde que una publicación suya se hizo viral en Facebook y lo llevó a fundar la
primera biblioteca pública en inglés de la Franja y a dar clase en Harvard como
profesor visitante, pero a esa historia regresaremos más tarde.
Ahora estamos con Mosab saliendo finalmente de Gaza y sin
saber quién hizo la llamada definitiva desde EEUU. No lo sabrá nunca.
Responde al Zoom desde su casa familiar en Siracusa, en el
extremo norte del Estado de Nueva York, donde da clases de Literatura en la
universidad. "Estamos bien", confirma. "Mis hijos van al colegio
y yo tengo trabajo, también escribo poemas y traduzco noticias de última hora
que llegan desde Gaza y las comparto en mis redes sociales. A veces conozco a
algunos de los muertos de los que hablan, son mis vecinos, mis amigos, mis
alumnos, mis familiares. Mi esposa y yo hemos perdido a mucha gente en los
últimos 18 meses".
Y Mosab relativiza. La política migratoria de Trump no
asusta a quien ha logrado escapar del infierno: "Supongo que me expongo a
la deportación por hablar tan abiertamente de lo que pasa en Palestina, pero no
estoy más preocupado que cualquier otro inmigrante en EEUU. Estamos bien".
No es fácil conversar con este hombre que a sus 32 años ha
vivido muchas más vidas que cualquiera de sus entrevistadores. No le interesa
tanto hablar de su propia experiencia como dejar claro un mensaje: Occidente no
quiere ver lo que le está pasando a su pueblo porque en el fondo sabe que es
culpable, por acción o por omisión. No sus gobiernos sino la gente, que para
eso los han votado. "Sois cómplices de los crímenes de guerra que se están
cometiendo contra el pueblo palestino", sentencia.
Intentamos volver a su historia, que empieza mucho antes del
7 de octubre. Mucho antes, incluso, de nacer. Con aquel abuelo terrorista que
cultivaba su huerto y fumaba en la playa.
¿Qué implica ser la tercera generación de refugiados?
Mi abuelo conservó
hasta el fin de sus días las llaves de su casa en Yaffa, de donde le expulsaron
en 1948, por si algún día regresaba, pero murió como refugiado antes de que yo
naciera. Para mí, él es también la Palestina de antes de la ocupación, a la que
a mí me gustaría regresar algún día, no a la devastada por la guerra. Mi abuelo
se fue antes de que yo naciera, igual que mi tierra. De él sólo heredé la
condición de refugiado y yo se la he transmitido a mis hijos. Espero que
termine aquí, tiene que haber un fin.
¿Cuándo se dio cuenta el niño Mosab de que su situación no
era como la de los demás?
La primera vez que
sentí que vivía en un lugar terrible tenía siete u ocho años. Un cohete
destruyó un edificio a apenas 100 metros de donde estaba. En los mismos días vi
la muerte televisada del niño Muhammad Al-Durrah, de 12 años, tiroteado ante
las cámaras cuando se refugiaba tras un muro junto a su padre. Ahí comprendí
que mi hogar era un lugar peligroso para mí.
La poesía como bálsamo llegó tras la guerra de 2014, cuando
Israel y Hamás intercambiaron una lluvia ininterrumpida de cohetes durante 51
largos días. Mosab perdió a tres de sus mejores amigos. Un ataque aéreo
destruyó completamente la casa de su vecino y derrumbó parcialmente la suya. Y
él transformó su crónica diaria del horror en Facebook en poemas, pequeños
testimonios sin rimas ni adornos, algunos en verso, otros no, pero todos llenos
de sonoridad: «Les duelen los oídos al oír las sirenas,/ a nosotros nos
ensordecen las explosiones».
El primer poema brotó a borbotones del recuerdo de su propio
dolor físico. Cuando tenía 17 años, Mosab estaba haciendo la compra y escuchó
un fuerte estruendo. Lo siguiente que recuerda quedó grabado en frases cortas
como aquellos segundos entrecortados en los que sobrevivió por pura casualidad:
«Como un loco, empiezo a correr./ Alguien me da un pañuelo para limpiarme la
sangre/ de la mejilla izquierda y de la frente./ Necesito mucho más que eso./
No son solo las mejillas y la frente./ La metralla me ha perforado el cuello,/
y el hombro».
"La poesía me
permite redefinir el lenguaje y abrir mis sentimientos. No necesito que nadie
entienda al pueblo palestino, sólo que tengan buen corazón"
¿Qué significa la poesía para usted?
Me ayuda a
redefinir el lenguaje. Es distinto escribir sobre tu propia casa destruida que
hacerlo sobre la de un amigo. Una niña muerta en un bombardeo es diferente de
la niña quemada viva en una tienda de campaña. Cada ataque aéreo es
absolutamente diferente. Usamos las mismas palabras para referirnos a cosas
únicas. La poesía redefine esas palabras, el verbo asesinar, el sustantivo
masacre, para contar la historia de esas personas. Quiero ayudar a la gente a visualizar
lo que significa cada muerte, cada herida, para moverlos a la acción, para
romper esa anestesia colectiva.
¿Y funciona?
Mucha gente se
escuda en que la situación es complicada, pero como ser humano no necesito
entender lo que está pasando, no tengo que estar de acuerdo con los israelíes o
los palestinos. Como artista te abro mis sentimientos no para que entiendas,
sino para que sientas lo que te estoy contando. ¿No te genera ningún
sentimiento ver a esos niños asesinados? ¿De verdad no te parece que esto debe
parar? No necesito que nadie ame al pueblo palestino, sólo que tengan buen
corazón y exijan un alto el fuego.
Durante la guerra de 2014 que inoculó en Mosab el virus de
la poesía también quedó reducida a escombros la Universidad Islámica de Gaza,
en la que Mosab estudiaba Filología Inglesa, justo cuando estaba a punto de
graduarse. Entre las ruinas rescató casi indemne una antología de la literatura
estadounidense y le pareció paradójico que las bombas fabricadas en EEUU
destruyeran su propio legado.
"La cultura
es un objetivo de guerra, no se trata sólo de matar a la gente sino de destruir
su herencia y su educación"
El joven estudiante se fotografió con aquella obra y publicó
su reflexión en Facebook. Su post se hizo inmediatamente viral y empezaron a
llegar libros por correo, muchos de grandes nombres como Noam Chomsky. Tantos
llegaron que un par de años y un crowdfunding más tarde abría en Beit Lahia la
primera sucursal de la Biblioteca Edward Said, en honor al intelectual
palestino-estadounidense. En 2019 abrió un segundo local en la ciudad de Gaza
antes de partir hacia Harvard para ejercer como profesor visitante durante dos
años. Allí nacería su hijo.
Hoy ninguna de sus bibliotecas sigue en pie. Tampoco existe
ya su colección personal.
¿Es la cultura también un objetivo de guerra?
Pues claro. No se
trata sólo de matar a la gente, sino también en destruir su herencia, su
cultura y su educación. Algo de lo que nadie habla es de todos esos niños que
llevan año y medio sin escolarizar. En lugar de aprender el alfabeto o
matemáticas van a refugios escolares que son basura. Y digo basura,
literalmente. Eso si no pasan el día con su familia haciendo cola para
conseguir un balde de agua o corriendo de una tienda de campaña a otra,
intentando sobrevivir. Es devastador.
Como si el destino mandara una señal, Mosab recibe una
llamada. Es la guardería de su hijo, donde sí aprende los animales, las letras,
los números. Donde está seguro. Donde no hay basura.
¿Es posible construir un hogar en el exilio?
Para mí, como
individuo, creo que siempre que tenga a mi mujer y a mis hijos conmigo llevaré
mi hogar allá donde vaya. Pero mi esperanza es poder establecernos en la tierra
a la que pertenecemos, donde tenemos nuestros recuerdos de infancia, donde
enterramos a nuestros abuelos, a nuestros hermanos, a nuestros amigos. Con
suerte, algún día conseguiremos el sueño del pueblo palestino: vivir en nuestra
propia patria en seguridad y en paz.
Y cierra Mosab la conversación citando otro de sus poemas:
"Una vez dijeron que Palestina sería libre mañana.
En
Reflexión y Liberación, Francesca Fornario, desde Roma, publica «Mi
abuelo fue un terrorista», del poeta palestino Mosab Abu Toha.
El poeta palestino Mosab Abu
Toha, nació en Gaza, ‘donde no elegí nacer, porque yo, al igual que tú,
no pude elegir el lugar donde vine al mundo’, sus escritos hablan de
casas derrumbadas, familias asesinadas y el miedo a ir al baño porque la
bomba podría caer en ese momento y morir desnudo… nadie quiere morir.
Mosab habla así en2022, al presentar su primer poemario, ‘Cosas que puedes encontrar ocultas en mi oído‘,
publicado por la legendaria City Lights de San Francisco, fundada en
1953 por Lawrence Ferlinghetti. En 2022: el año anterior al 7 de octubre
de 2023, cuando Gaza ya había sido bombardeada tantas veces que los
padres usaban los bombardeos para recordar la fecha: ‘Por ejemplo, en
nuestra zona se dice: Mi hijo nació durante la guerra, o Mi hijo nació
dos meses después de la guerra’.
Mosab comenzó a escribir poesía en 2014, después de la operación militar israelí que arrasó barrios enteros y
antes de la operación militar israelí que arrasará aún más barrios :
‘La mayoría de mis poemas tratan sobre la oscura realidad de Gaza. Aquí
la gente piensa en la muerte y las guerras; no pueden pensar en el
mañana ni en el futuro, porque siempre tememos que la historia se
repita’.
Y toda guerra -que no es una guerra, cuando de un lado está la fuerza aérea y del otro, civiles indefensos- nos arrebata edificios, familias, sueños: ‘Por
eso maduramos tan rápido. Tenía nueve años cuando vi un helicóptero
disparar contra un edificio y derrumbarlo’. Viviendo en estas
condiciones, nos vemos obligados a dejar atrás nuestra infancia. La
guerra nos envejece, aumentando nuestro sufrimiento y nuestro dolor.
Ahora que soy padre, me veo a través de los ojos de mis tres hijos, que
ahora viven en condiciones aún peores que cuando yo era niño.
Empezó a escribir poemas en inglés, Mosab, para que los escucháramos. Para
denunciar al mundo lo que Israel, con la complicidad de los gobiernos
occidentales, les estaba haciendo a los palestinos: ‘Cuando escribo en
inglés, pienso en un oyente occidental como si le hablara directamente
para contarle lo que está sucediendo aquí en Gaza’.
Nos escribe porque quiere que nos pongamos en su lugar: ‘La ocupación
intenta manipular las acciones de las víctimas —los palestinos— y
convertirlos en terroristas. Si alguien odia a otra persona, pensará que
todo lo que hace es malo, sin importar lo que haga, incluso lo más
inocente. Los colonos, los ocupantes, siempre nos temen, hagamos lo que
hagamos, porque saben que este no es su hogar ni su tierra’. Escribe
sobre su abuelo, un refugiado: ‘Para mí, mi abuelo
representa a Palestina. El ocupante cree que mi abuelo o cualquier
palestino es un terrorista, pero yo muestro quién eran realmente’.
Mosab escribió en 2014, cuando, según documentos de la ONU,
en menos de dos meses, más de 12.000 apartamentos fueron completamente
destruidos por la artillería israelí y otros sufrieron daños
tan graves que no pudieron seguir habitados. 2.251 palestinos murieron a
causa de las bombas israelíes, en su mayoría civiles. Entre ellos, 551 niños y 299 mujeres. En el mismo período, también murieron 66 soldados israelíes y cinco civiles, incluido un niño. 11.231 palestinos resultaron heridos, entre ellos 3.540 mujeres y 3.436 niños, un tercio de los cuales tenían discapacidad. Casi 300.000 palestinos fueron desplazados.
He cumplido 27 años y no he salido de Gaza ni una sola vez:
esto es una privación. Nunca he tenido la oportunidad de tener una
vista aérea de Gaza ni de mi casa, porque no hay aeropuerto. Estamos
asediados por todos lados. Al final comprendí que en Gaza se nos impide
siquiera imaginar el mundo que nos rodea.
El siguientepoema está dedicado a su abuelo*,
quien se vio obligado a vivir en una tienda de campaña después de que
los colonos ocuparan su casa. ‘Seguimos viviendo en una tienda de
campaña, abuelo’, escribió Mosab en 2024, antes de lograr salir de Gaza con su esposa y sus tres hijos. En el cruce de Rafah, la policía israelí lo arrestó,
lo retuvo durante tres días, le rompió los dientes, le llenó los
moretones y le confiscó todas sus bolsas con ropa para los niños. Su
madre y su familia siguen atrapados en Gaza.
Les hablo de Mosab porque estoy convencida de que lo más importante
en la vida es ponerse en el lugar del otro. Si pudiera elegir una
superpotencia, sería esta. Otro poeta palestino fallecido en el exilio, Mahmoud Darwish, lo dice en uno de sus poemas: ‘Piensa en los demás‘:
Cuando estés a punto de regresar a casa, a tu hogar, no olvides a la
gente de las tiendas. Mientras duermes contando los planetas, piensa en
los demás, en aquellos que no encuentran un lugar donde dormir. Los poemas de Mosab Abu Toha nos ayudan a ponernos en su lugar,
en el de su abuelo, en el de todas las víctimas de décadas de ocupación
y segregación en violación del derecho internacional, de la limpieza
étnica de la que nuestros gobiernos son cómplices.
Publicó este poema para el mundo desde la Biblioteca pública
Edward Said que Mosab, a los 24 años, fundó en Gaza con libros en inglés
que pidió como regalo de todo el mundo. La biblioteca fue arrasada hace
meses por la artillería israelí.
*Mi abuelo era un terrorista*
Mi abuelo era un terrorista. Cuidaba su campo, regaba las rosas del patio, fumaba cigarrillos con mi abuela en la playa amarilla, tumbado allí como una alfombra de oración.
Mi abuelo era un terrorista: recogía naranjas y limones, iba a pescar con sus hermanos hasta el mediodía y cantaba una canción reconfortante de camino al herrador con su caballo pío.
Mi abuelo era un terrorista. Preparaba una taza de té con leche y se sentaba en su tierra verde, suave como la seda.
Mi abuelo era un terrorista. Salía de su casa, dejándola para los invitados que llegaban, dejaba un poco de agua en la mesa, la mejor, para que los invitados no murieran de sed después de su conquista.
Mi abuelo era un terrorista. Caminó hasta el pueblo seguro más cercano, vacío como un cielo sombrío, vacío como una tienda desierta, oscuro como una noche sin estrellas.
Mi abuelo era un terrorista. Mi abuelo era un hombre, el sostén de diez familias, cuyo lujo era tener una tienda de campaña, con una bandera azul de la ONU colocada en un mástil oxidado, en la playa, al lado de un cementerio.
Francesca Fornario – Roma
Artículo de Carlos Alcorta en El Diario Montañés, el 13 de junio de 2025