EL HORROR EN LAS PEQUEÑAS COSAS
No cabe duda de que la realidad que transcurre por entre las páginas de este poemario de Mosab Abu Toha, es terrible y desoladora, pero quizás lo que acentúa esa constancia es la delicadeza con que lo cuenta; su mesura. O mejor, su dignidad. No se ceba en la rabia, la venganza o la morbosa descripción de los crímenes que ocurren a cualquier hora cada día, pero levanta el acta. Él interpela, cuenta, expone serenamente sin pretender compasión ni complicidad; tan solo que escuchemos lo que tienen que decirnos los que están al otro lado. Que escuchemos de una vez por todas. Y eso es lo que conmueve. Esa manera de describir la vida diaria de niños jugando en las plazas, escolares yendo a clase, de agua hirviendo para el café, de las fresas madurando y los bebés naciendo, con los drones pendiendo de un hilo sobre los simulacros de normalidad. una rutina normal. Él desgrana las tareas de quienes no quieren dejar de ser seres humanos, que se levantan cada día para cumplir sus obligaciones; que llevan los relojes a arreglar, o leen los periódicos y se obstinan en cumplimentar la rutina mientras la metralla perfora los cristales, los edificios se derrumban y van quedando, cada vez, menos cosas que sobrevivan a sus dueños. Y menos dueños que sobrevivan a las cosas. Mosab sabe lo que es la aniquilación, sabe de cuerpos despedazados y de explosiones rompiendo tímpanos y acelerando el bombeo de la sangre, de críos que no saben distinguir una nube de vapor de agua de una de polvo; en Palestina, el olor a pólvora no significa fiesta sino un puñado de nombres tachados de la lista. A medida que el poemario avanza va dando detalles, poco a poco amplía la información. No oculta la herida, pero va desprendiendo la gasa con cuidado. Cuando nos queremos dar cuenta, el horror está ahí; nos ha ido introduciendo en él suavemente, sin empujar. Él nos lo muestra, pero no insiste. No insiste más de lo preciso porque lo que también sabe es que su realidad está al otro lado del mundo. Del mundo que lo ha expulsado y no se quita las gafas de sol para no ver el color verdadero de la sangre. El mundo del “vive y deja morir” encogiéndose de hombros porque no tenemos por qué inmiscuirnos en la vida de nadie. El mundo que hace una transferencia a la Cruz Roja con la mano derecha para paliar en algo las fechorías que perpetran sus envíos de armas con la mano izquierda. Cada uno en su casa y Dios o Alá o quien sea, en la de todos. Porque, mientras estamos aquí para escuchar el sobrecogedor don de la poesía, ¿qué nueva desgracia se estará cerniendo sobre los suyos? ¿cuántos hospitales quedarán de pie cuando terminemos esta reunión? ¿podrán nuestros aplausos imponerse al estruendo de las bombas? Al llegar a este punto soy consciente de que me voy a meter en aguas pantanosas. No quisiera traspasar ciertas líneas de seguridad que controlan la estabilidad de mi espíritu, pero es inevitable volver a cuestionarme una vez más, qué sentido tiene que la poesía nos emocione sentimentalmente y no sacuda nuestras conciencias para hacer que nos arremanguemos. Tanto poeta como hay en el mundo, tanto intelectual, tanto artista bienintencionado, ¿no podríamos servir como una cámara acorazada que mantuviera a raya las injusticias y la destrucción?
Cuando íbamos a dar los conciertos en los campamentos del Sáhara, en el campo de refugiados de Damasco o en la Plaza del pesebre de Belén, recibíamos esta clase de comentarios, con escepticismo, o con censura y, aunque yo no he encontrado respuesta convincente y ni tampoco me he desanimado del todo por ello, me ha dado suficiente combustible para agitar y hacer funcionar mis cavilaciones.
Pero si Mosab en medio del espanto, mientras retumban las paredes y el suelo en cualquier momento puede convertirse en un volcán, es capaz de sentarse en un supuesto columpio para enhebrar palabras y construir imágenes de una novedad y una fuerza sorprendentes, me siento absuelta de culpa por hacer lo que soy incapaz de dejar de hacer: intentar utilizar las palabras como aldabones.
Porque no sé cuántas cosas podemos hallar en el oído de Mosab, aparte del rumor de las caracolas y alguna de las historias de las que él dice que le contó su abuelo, pero él sí sabe hallar cosas impensadas. Él ha hecho unas asociaciones, envidiables, que son otros tantos hallazgos que enriquecen su poesía. Si las perlas son el resultado de la herida de una ostra, este poemario cumple el requisito.
El libro contiene fotografías. Pero el libro no es un álbum. Las fotografías son otros tantos poemas como fogonazos que hieren más por lo que significan que por lo que muestran. Un espejo roto, ¿qué puede tener de siniestro si no es porque el pedazo que falta ha hecho añicos la imagen del poeta? No, no son fotos mudas. No son reflejos, son reflexiones. Como la foto de la soga. La soga que se estrecha y estrangula, la que va reduciendo inexorablemente el mapa de Palestina que antes ocupaba una hoja entera de mi cuaderno de Historia Sagrada en mis años escolares. ¿Qué mapa se dibujará ahora en los colegios palestinos? aunque… ¿quedará todavía algún colegio? ¿seguirán los pupitres alineados y las pizarras no se habrán desprendido de las alcayatas que las fijan a las paredes? ¿quedarán paredes?
He salido del libro como si emergiera a la superficie, después de una extraña travesía, sin haber recuperado aún el equilibro sobre la tierra firme. Y con una imagen fija delante de mí, la primera que abre el libro y siento una inexplicable desazón. Lo mismo es miedo. Miedo al ver que una manzana, espontáneamente, rueda hasta alcanzar el borde de la mesa, antes de que estalle la explosión.
Ana Rossetti en el acto de presentación de Cosas que tal vez halles ocultas en mi oído
No lo sé
Una habitación con libros
Esa habitación me traslada a otra que ya no existe: la conozco por los poemas de Mosab Abu Toha. Quizá sea alguna sala de la biblioteca que fundó en Ciudad de Gaza
Elena Medel
Una mujer y su hija se reencuentran con un hombre -marido, padre- que escapa de la guerra. Ella se llama Concha Méndez y la acompaña Paloma, de cuatro años; el hombre, Manuel Altolaguirre, se reúne con ellas en París tras cruzar la frontera y penar en campos de concentración y hospitales psiquiátricos. Lo dictó Méndez a la hija de su hija, Paloma Ulacia Altolaguirre, en un volumen titulado Memorias habladas, memorias armadas, en Renacimiento. Tras descansar la primera noche en un hotel, la familia recibió la invitación de Paul y Nusch Éluard -poeta él, artista ella- para instalarse en su casa de Saint-Denis.
Méndez explica la generosidad de los Éluard por la empatía de quienes habían sufrido el hambre y la enfermedad en la Gran Guerra, y se recrea en «un detalle que nos llenó de emoción. Éluard había puesto en las repisas de nuestro cuarto una serie de libros de poesía española que había comprado especialmente para nosotros, porque él no leía español«. Luego partirían al exilio en América, pero quedémonos ahí: en ese fragmento convertido en un lugar. La página 111 de las Memorias se transforma en la habitación de una casa al norte de París; una habitación en una casa con un jardín baldío, en el que Méndez se distrae cada mañana sembrando plantas que nunca verá florecer.
Esa habitación me traslada a otra que ya no existe: la conozco por los poemas de Mosab Abu Toha. Quizá se trate de la de su adolescencia, después de su infancia en el campo de refugiados de Shati, o de la que compartió con su esposa y sus tres hijos en Beit Lahia, o incluso de alguna sala de la Biblioteca Edward Said, que fundó en Ciudad de Gaza: un centro cultural con actividades literarias, talleres de informática o clases de idiomas, que ofrecía un respiro en el asedio.
Esas habitaciones las he leído en su poemario Cosas que tal vez halles ocultas en mi oído, que el año pasado publicó Ediciones del Oriente y del Mediterráneo -qué catálogo espléndido-, con traducción de Joselyn Michelle Almeida. El libro incluye algunos de los poemas que llevó consigo a Estados Unidos; intentando pasar a Egipto, Abu Toha fue secuestrado y torturado por el ejército israelí. En ‘La metralla busca la risa’ las bombas derriban la casa de sus vecinos, en la que «todos han muerto: / los niños, los padres, los juguetes, los actores de televisión, / los personajes de las novelas y los libros de poesía, / ‘yo’, ‘él’ y ‘ella’. No quedan pronombres».
Otros poemas se fechan ya en el tiempo del exilio. Quien busque rabia, la encontrará; también denuncia, crudeza. Pero sobre todo Mosab Abu Toha reivindica su derecho a la creación, a la posibilidad de escribir sobre el genocidio desde la belleza, la imaginación, incluso el humor. Cosas que tal vez halles ocultas en mi oído se abre con un poema muy lúdico, ‘Palestina de la A a la Z’, en el que desde cada letra del alfabeto inglés -alterna esta lengua con el árabe; me interesan mucho sus reflexiones sobre la implicación política de este gesto, y sus contradicciones- repasa su memoria íntima y la vincula con la del país. Asigna la b a ‘libro’, por book y border, ‘frontera’. «Un libro que no menciona ni mi lengua ni mi país, y tiene mapas de todos los lugares salvo el lugar donde nací, como si yo fuera un hijo ilegítimo de la Madre Tierra». Para la letra f escoge friends, ‘amigos’, y fish, ‘pez’, compañía y alimento, y por eso regresa a «los libros de mi salón en Gaza, los poemas en mis libretas, todavía solos». Enumera todos los lugares -las habitaciones- de su felicidad, hoy en ruinas, y el texto lo impregna de dolor y de ternura, de nostalgia feliz y de estremecimiento.
¿Para qué sirve un libro? No me refiero a una cuestión emocional, o sí: pienso en su utilidad, en el provecho que brinda a quien lo posee y a quien lo lee. Para qué sirvieron los libros que Paul y Nusch Éluard compraron en un idioma extranjero. Para qué sirvieron los libros que Mosab Abu Toha consiguió para la Biblioteca Edward Said, los que dejó en su casa de Beit Lahia, los que escribió y no logró salvar y ahora se mezclan con ceniza y cascotes.
Para qué mencionar para qué sirven los libros -los libros, para qué- cuando la cifra de asesinados, heridos y desaparecidos en el asedio de Israel a Gaza aumentará entre el momento en el que la teclee y el momento en el que la leas. La edición española de Cosas que tal vez halles ocultas en mi oído se cierra con una entrevista a Mosab Abu Toha por el poeta estadounidense Ammiel Alcalay, judío. Conversan acerca de la historia de la familia de Abu Toha, marcada desde 1948. Él menciona a sus muertos; estremecen sus amigos, jovencísimos. Se detienen en la literatura, en la relación con la tradición palestina, en cómo la ocupación ha invadido lo que escriben y el compromiso no se entiende como opción. Abu Toha se detiene con orgullo en el mencionado proyecto de la biblioteca.
Meses después, en enero de 2025, el ejército israelí la destruyó en uno de sus ataques. Diría que aún existe, porque existe en sus palabras de Mosab Abu Toha. Mentiría.
[Elena Medel | El Mundo | La Lectura | 21 de septiembre de 2025]
El poeta de la muerte en Gaza: “Intento que al menos sobrevivan las historias de los asesinados”
Francisco Carrión @fcarrionmolina El Independiente 23/07/2025
“Nos merecemos una muerte mejor/ Nuestros cuerpos están desfigurados y retorcidos,/ bordados con balas y metralla./ Nuestros nombres se pronuncian mal/en la radio y televisión…”, escribe Mosab Abu Toha, el gazatí que zurce el dolor y la rabia a golpe de poemas. Sus versos son directos y punzantes. Como los proyectiles israelíes que matan a diario desde octubre de 2023 a decenas de palestinos. Pero, a diferencia de la metralla que llueve sin cesar sobre la Franja, los dardos de Abu Toha son inofensivamente pacíficos. Solo sacuden la conciencia de quienes los leen.
“Por desgracia, la realidad hoy resulta peor que lo que cuenta ese poema”, advierte en conversación con El Independiente Abu Toha. “Lo escribí sobre nuestro pueblo, sobre cómo nuestros miembros fueron descuartizados por los ataques aéreos y sus nombres no se pronunciaban correctamente en la televisión. Pero el 7 de octubre, después de que Israel iniciara su genocidio contra el pueblo, la muerte se ha cobrado cientos de miles de vidas. 60.000 de ellas por ataques aéreos y balas. El resto murió porque no hay medicinas, ni combustible, ni ambulancias, ni atención médica. Así que, si tuviera que volver a escribir el poema, también añadiría el hecho de que muchas familias quedaron sepultadas bajo los escombros de sus casas durante meses. Ya no son solo personas desmembradas y desfiguradas por los bombardeos, sino también personas que quedaron bajo los escombros”.

En su cuenta de X, desafiando la censura que impone la corrección política que trata de evitarnos ver la cruda realidad de cuerpos mutilados, despedazados o ensangrentados, Abu Toha -afincado en Estados Unidos tras su salida de Gaza vía El Cairo- comparte las historias de los asesinados. Les concede el nombre y una biografía que una contienda sin fin les niega. “Hace unos meses vi el vídeo de una niña que quedó aplastada bajo el techo de un aula donde se había refugiado con su familia. La mitad de su cuerpo estaba sepultada bajo el techo y la otra mitad colgaba. Nos merecemos un día mejor. Esto no es la guerra. Esto no es la muerte. Espero que no sea la muerte en absoluto”, desliza el autor de Cosas que tal vez halles ocultas en mi oído, publicado en castellano por Ediciones del Oriente y del Mediterráneo.
Desde los primeros bombardeos hace 21 meses, Abu Toha ha perdido en Gaza a decenas de parientes, amigos y vecinos. El domingo a la lista de muertos se añadió Ali. “Mi primo Ali ha muerto hoy mientras esperaba comida. Tenía 34 años y era padre de cuatro hijos. Mirad cómo el hambre le había demacrado el rostro y agotado el cuerpo”, escribió tras recibir la noticia. “Hoy ha sido un día de pérdidas insoportables. Mi primo ha sido asesinado, el hermano de mi esposa y otro primo han resultado heridos, y muchos de mis amigos del barrio han regresado con miembros amputados. Eran hombres jóvenes, hijos, padres, que habían salido desesperados para traer aunque fuera un poco de comida a sus familias. Sus frágiles cuerpos apenas podían soportar el viaje de más de 10 kilómetros, pero ¿qué otra opción tenían? ¿Cómo puede alguien quedarse en una tienda de campaña mientras sus hijos y sus padres ancianos se retuercen de hambre? Lo que está haciendo Israel es monstruoso, y debe rendir cuentas”, relata.
Abu Toha -galardonado este año con el Premio Pulitzer por una serie de ensayos publicados en The New Yorker que narran la vida en Gaza- salió de Gaza a finales de noviembre de 2023 tras ser secuestrado durante tres días por las fuerzas israelíes. “Los israelíes me lo robaron todo: el pasaporte, mi familia, mi dinero, mis tarjetas de débito y crédito, mi ropa, mis zapatos, todo lo que tenía, incluso mi reloj. Cuando llegamos a Egipto, me obligaron a solicitar un visado para Estados Unidos”, admite. Desde entonces, observa el exterminio de los suyos desde lejos. Van cayendo uno a uno. Sin tregua, entre rumores de un alto el fuego que llevan semanas negociando Hamás e Israel en Qatar y que nunca llega.
“Lo estoy perdiendo todo. No puedo detenerlo. Veo cómo me arrebatan todo, las vidas de algunos de mis amigos y algunos de mis alumnos. He pasado el último año y medio viendo cómo lo perdía todo, viendo cómo me arrebataban para siempre las cosas que amo”, maldice.
“La casa bombardeada. Todos han muerto:/ los niños, los padres, los juguetes, los actores de televisión,/ los personajes de las novelas y los libros de poesía,/ «yo», «él» y «ella». No quedan pronombres. Ni siquiera/ para los niños cuando aprendan las oraciones/ el próximo año. La metralla vuela en la oscuridad,/ busca las risas de la familia,/ ocultas tras montones de muros desfigurados y marcos sangrantes. La radio/ ya no habla. Se han quemado las pilas,/ la antena está rota./ Hasta el locutor sintió dolor cuando la radio/ fue alcanzada. Hasta nosotros, al oír la bomba/ mientras caía, nos arrojamos/ al suelo,/ cada uno contando a los de alrededor./ Estábamos a salvo, pero el corazón nos duele todavía.”
“Sigo escribiendo poemas, pero como estoy viajando y también sigo las noticias, traduzco y publico en mis redes sociales, no dedico tanto tiempo a escribir poesía como antes. Ni siquiera puedo sentarme a pensar en escribir un poema. Escribo poemas de vez en cuando, pero no como antes”, reconoce Abu Toha. En los ratos en los que deja de informar del reguero interminable de muertes, el poeta regresa a los versos. “Gaza se ha convertido en un gran funeral” es el título de uno de los poemas que ha logrado pergeñar en los últimos meses.
Sostiene que, a pesar de la carnicería que sobrevuela Gaza, no ha pensado jamás en rendirse. Su salvavidas es la poesía. Estrofas que, como balas, cruzan el espacio y rompen el silencio y la indiferencia, cuando no la complicidad, con los que los despachos en Occidente tratan con la operación militar israelí. “Los poemas que escribo no tratan sobre matar a otras personas. No incito a la gente a matar a otras personas como hacen los israelíes con nuestro pueblo en Gaza, en el Líbano y también en Siria. Pero lo único que puedo hacer con mi poesía es resistir el borrado, el acto de olvidar las historias de las personas que fueron asesinadas por las fuerzas israelíes. Me resisto al borrado, al olvido de estas historias. Llevo estas historias a las personas que no saben nada sobre Gaza. Me resisto al genocidio israelí compartiendo las historias de cada uno de mis alumnos, de mi pueblo, de los niños, los padres y las madres y de todos”.
De viaje en viaje, Abu Toha -que pasó por Madrid el pasado noviembre- reconoce que la reacción internacional al sufrimiento en Gaza -donde el hambre deja su marca en cuerpos esqueléticos- le ha hecho perder parte de la esperanza. “Todo el mundo ha estado viendo lo que está pasando en Gaza. Mucha gente en todo el mundo ha pedido un alto el fuego, un embargo de armas. Solo hay que esperar. Los gobiernos del mundo han ignorado todo esto. La gente en Estados Unidos y Europa ha pedido a sus gobiernos que dejen de enviar armas a Israel. Ningún político en todo el mundo ha dicho que el pueblo palestino tiene derecho a defenderse bajo la ocupación. Nadie ha hablado de ningún derecho que tenga el pueblo palestino por vivir bajo la ocupación. Pero Israel tiene derecho a todo. Tiene derecho a defenderse matando a los niños y a sus padres. Tienen derecho de destruir casas, de volar casas en Cisjordania y también en Gaza…”.
Y frente a los densos silencios, Abu Toha apuesta por “la educación”. “La gente necesita aprender, leer, escuchar al pueblo palestino, sus historias y sus esperanzas. Occidente, en general, no ha sabido escuchar al pueblo palestino, no ha sabido proteger sus derechos humanos, sus derechos básicos a existir en su propia tierra, a obtener lo que todo el mundo obtiene como ser humano”, comenta.
Una tarea para que el poeta que retrata la muerte en Gaza aún estamos a tiempo. “Nunca es demasiado tarde. No tiene sentido dejar de hablar de lo que está pasando. Porque eso es lo que quiere Israel. Eso es lo que quieren los genocidas que quieren matar a todo el mundo en Gaza, en Palestina, y robarles la tierra. Eso es lo que quieren. Así que no debemos hacer lo que ellos quieren”, replica. “¿Agotado? Sí, me siento agotado, por supuesto. Soy un ser humano. Pero no puedo quejarme porque mi gente en Gaza está siendo torturada”.
Abu Toha prefiere decir que la poesía “no es su arma sino una herramienta de supervivencia». “Porque cuando doy voz a mi pueblo, que no tiene voz, a mis alumnos que fueron asesinados, intento que sobrevivan. Aunque ellos no sobrevivan, al menos sus historias sobrevivirán”, murmura. Gaza lleva sitiada desde 2007. Siempre hay drones, F-16, y en el mar hay buques de guerra y cañoneras. Nunca ha habido paz en Gaza. La paz llegará cuando Palestina sea libre y cuando el pueblo palestino tenga derecho a vivir en su propia tierra con dignidad y sin ocupación”, concluye.
A pesar de la metralla que ha desfigurado la Franja, reducido a escombros su geografía y convertido en nómadas perpetuos a su menguante población, el poeta sueña con retornar a lo que queda de casa. “Me encantaría ir a Gaza ahora, después de terminar mi llamada contigo. Espero poder volver pronto para reconstruir y ver a mi familia. No veo a mi padre desde hace más de un año. Tampoco a mi madre. No veo a mis hermanos ni a sus hijos. Mi hermana dio a luz hace meses y es el primer bebé que no he visto, al que no he besado, al que no he cogido en brazos, al que no he acunado…”.
Artículo completo en El Independiente
Mosab Abu Toha en la biblioteca Edward Said, de libros en lengua inglesa, que fundó en Gaza en 2019, poteriormente destruida por el ejército israelí.
Premio Pulitzer
Es un honor
para mí recibir hoy el Premio Pulitzer. Muchísimas gracias al jurado y a
los miembros de la junta directiva por honrarme.
Dedico este éxito a mi familia, amigos, profesores y estudiantes de Gaza.
Bendiciones a los 31 miembros de mi familia que murieron en un ataque aéreo en 2023.
Bendiciones a las almas de mis cuatro primos hermanos, dos de los cuales
murieron junto con sus cónyuges e hijos. Bendiciones al alma de mi tía
abuela, Fátima, cuyo «cadáver» permanece bajo los escombros de su casa
desde octubre de 2024. Bendiciones a las tumbas de mis abuelos, a
quienes nunca encontraré.
Bendiciones a las almas de mis alumnos que murieron buscando comida o
leña. A la escuela donde estudié y enseñé, a la biblioteca que fundé y a
la que añadí un libro de poesía antes de 2023.
Bendiciones a muchos más. ¡Estoy orando por un alto el fuego inmediato y permanente y por JUSTICIA y PAZ!
#mosababutoha #Palestina #Gaza #poesía #poemasdesdeGaza #thepulitzerprizes #cosasquetalvezhallesocultasenmioído
La poesía salvó la vida de este escritor palestino: "Quiero ayudar a que la gente visualice cada muerte
Mosab Abu Toha logró salir de Gaza con su familia gracias a sus contactos en EEUU, donde publicó su primer poemario y ha ganado el Pulitzer y el American Book Award. Hoy da clase de Literatura en la universidad y utiliza la poesía para narrar su sufrimiento: "No necesito que nadie entienda entienda al pueblo palestino, sólo que tengan buen corazón"
Al tercer día lo liberaron: "Disculpe el error, puede usted volver a casa". Él se preguntó qué quedaría de aquella casa a la que le invitaban a volver. Poco después confirmaría, a casi 10.000 km de allí, que su antiguo hogar había quedado reducido a ruinas.
El 19 de noviembre de 2023, mes y medio después de aquel 7 de octubre que cambiaría su vida para siempre, Mosab Abu Toha viajaba junto a su mujer y a sus tres hijos hacia el paso fronterizo de Rafah, en el sur de Gaza. El benjamín de la familia, de tres años y medio, había nacido en Estados Unidos, así que la embajada les había ofrecido ayuda con la evacuación. Pero en el enésimo checkpoint, un soldado israelí posó sus ojos en el joven padre de familia.
"El hombre de la mochila negra con un niño pelirrojo en brazos: ponga al niño en el suelo y camine hacia mí".
De rodillas, escuchó una orden por megafonía: todos los hombres debían desnudarse. Durante tres días estuvo esposado. Le ataron a una silla con los ojos vendados, le golpearon en la cara y el estómago, le insultaron a gritos y le ordenaron hasta la extenuación que demostrara que no pertenecía a Hamás. Mosab recitaba para sus adentros aquel poema suyo intentando mantener la mente fría:
"Mi abuelo fue un terrorista./ Cultivó su huerto,/ regó las rosas en el patio,/ fumó cigarrillos con mi abuela/ en la playa amarilla, allí tumbado/ como en una alfombra de rezar".
Y al tercer día llegó la liberación en forma de disculpa con una sonrisa llena de amabilidad. No, Mosab Abu Toha no era un peligroso terrorista sino un poeta palestino ganador del premio Pulitzer por sus columnas de opinión en The New Yorker y del American Book Award con su primer libro, Cosas que tal vez halles ocultas en mi oído. Poemas desde Gaza -editado en España por Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, con traducción de Joselyn Michelle Almeida, y que presentó el pasado noviembre en Casa Árabe-, columnista habitual de The New York Times y amigo por correspondencia de Noam Chomsky desde que una publicación suya se hizo viral en Facebook y lo llevó a fundar la primera biblioteca pública en inglés de la Franja y a dar clase en Harvard como profesor visitante, pero a esa historia regresaremos más tarde.
Ahora estamos con Mosab saliendo finalmente de Gaza y sin saber quién hizo la llamada definitiva desde EEUU. No lo sabrá nunca.
Responde al Zoom desde su casa familiar en Siracusa, en el extremo norte del Estado de Nueva York, donde da clases de Literatura en la universidad. "Estamos bien", confirma. "Mis hijos van al colegio y yo tengo trabajo, también escribo poemas y traduzco noticias de última hora que llegan desde Gaza y las comparto en mis redes sociales. A veces conozco a algunos de los muertos de los que hablan, son mis vecinos, mis amigos, mis alumnos, mis familiares. Mi esposa y yo hemos perdido a mucha gente en los últimos 18 meses".
Y Mosab relativiza. La política migratoria de Trump no asusta a quien ha logrado escapar del infierno: "Supongo que me expongo a la deportación por hablar tan abiertamente de lo que pasa en Palestina, pero no estoy más preocupado que cualquier otro inmigrante en EEUU. Estamos bien".
No es fácil conversar con este hombre que a sus 32 años ha vivido muchas más vidas que cualquiera de sus entrevistadores. No le interesa tanto hablar de su propia experiencia como dejar claro un mensaje: Occidente no quiere ver lo que le está pasando a su pueblo porque en el fondo sabe que es culpable, por acción o por omisión. No sus gobiernos sino la gente, que para eso los han votado. "Sois cómplices de los crímenes de guerra que se están cometiendo contra el pueblo palestino", sentencia.
Intentamos volver a su historia, que empieza mucho antes del 7 de octubre. Mucho antes, incluso, de nacer. Con aquel abuelo terrorista que cultivaba su huerto y fumaba en la playa.
¿Qué implica ser la tercera generación de refugiados?
Mi abuelo conservó hasta el fin de sus días las llaves de su casa en Yaffa, de donde le expulsaron en 1948, por si algún día regresaba, pero murió como refugiado antes de que yo naciera. Para mí, él es también la Palestina de antes de la ocupación, a la que a mí me gustaría regresar algún día, no a la devastada por la guerra. Mi abuelo se fue antes de que yo naciera, igual que mi tierra. De él sólo heredé la condición de refugiado y yo se la he transmitido a mis hijos. Espero que termine aquí, tiene que haber un fin.
¿Cuándo se dio cuenta el niño Mosab de que su situación no era como la de los demás?
La primera vez que sentí que vivía en un lugar terrible tenía siete u ocho años. Un cohete destruyó un edificio a apenas 100 metros de donde estaba. En los mismos días vi la muerte televisada del niño Muhammad Al-Durrah, de 12 años, tiroteado ante las cámaras cuando se refugiaba tras un muro junto a su padre. Ahí comprendí que mi hogar era un lugar peligroso para mí.
La poesía como bálsamo llegó tras la guerra de 2014, cuando Israel y Hamás intercambiaron una lluvia ininterrumpida de cohetes durante 51 largos días. Mosab perdió a tres de sus mejores amigos. Un ataque aéreo destruyó completamente la casa de su vecino y derrumbó parcialmente la suya. Y él transformó su crónica diaria del horror en Facebook en poemas, pequeños testimonios sin rimas ni adornos, algunos en verso, otros no, pero todos llenos de sonoridad: «Les duelen los oídos al oír las sirenas,/ a nosotros nos ensordecen las explosiones».
El primer poema brotó a borbotones del recuerdo de su propio dolor físico. Cuando tenía 17 años, Mosab estaba haciendo la compra y escuchó un fuerte estruendo. Lo siguiente que recuerda quedó grabado en frases cortas como aquellos segundos entrecortados en los que sobrevivió por pura casualidad: «Como un loco, empiezo a correr./ Alguien me da un pañuelo para limpiarme la sangre/ de la mejilla izquierda y de la frente./ Necesito mucho más que eso./ No son solo las mejillas y la frente./ La metralla me ha perforado el cuello,/ y el hombro».
"La poesía me permite redefinir el lenguaje y abrir mis sentimientos. No necesito que nadie entienda al pueblo palestino, sólo que tengan buen corazón"
¿Qué significa la poesía para usted?
Me ayuda a redefinir el lenguaje. Es distinto escribir sobre tu propia casa destruida que hacerlo sobre la de un amigo. Una niña muerta en un bombardeo es diferente de la niña quemada viva en una tienda de campaña. Cada ataque aéreo es absolutamente diferente. Usamos las mismas palabras para referirnos a cosas únicas. La poesía redefine esas palabras, el verbo asesinar, el sustantivo masacre, para contar la historia de esas personas. Quiero ayudar a la gente a visualizar lo que significa cada muerte, cada herida, para moverlos a la acción, para romper esa anestesia colectiva.
¿Y funciona?
Mucha gente se escuda en que la situación es complicada, pero como ser humano no necesito entender lo que está pasando, no tengo que estar de acuerdo con los israelíes o los palestinos. Como artista te abro mis sentimientos no para que entiendas, sino para que sientas lo que te estoy contando. ¿No te genera ningún sentimiento ver a esos niños asesinados? ¿De verdad no te parece que esto debe parar? No necesito que nadie ame al pueblo palestino, sólo que tengan buen corazón y exijan un alto el fuego.
Durante la guerra de 2014 que inoculó en Mosab el virus de la poesía también quedó reducida a escombros la Universidad Islámica de Gaza, en la que Mosab estudiaba Filología Inglesa, justo cuando estaba a punto de graduarse. Entre las ruinas rescató casi indemne una antología de la literatura estadounidense y le pareció paradójico que las bombas fabricadas en EEUU destruyeran su propio legado.
"La cultura es un objetivo de guerra, no se trata sólo de matar a la gente sino de destruir su herencia y su educación"
El joven estudiante se fotografió con aquella obra y publicó su reflexión en Facebook. Su post se hizo inmediatamente viral y empezaron a llegar libros por correo, muchos de grandes nombres como Noam Chomsky. Tantos llegaron que un par de años y un crowdfunding más tarde abría en Beit Lahia la primera sucursal de la Biblioteca Edward Said, en honor al intelectual palestino-estadounidense. En 2019 abrió un segundo local en la ciudad de Gaza antes de partir hacia Harvard para ejercer como profesor visitante durante dos años. Allí nacería su hijo.
Hoy ninguna de sus bibliotecas sigue en pie. Tampoco existe ya su colección personal.
¿Es la cultura también un objetivo de guerra?
Pues claro. No se trata sólo de matar a la gente, sino también en destruir su herencia, su cultura y su educación. Algo de lo que nadie habla es de todos esos niños que llevan año y medio sin escolarizar. En lugar de aprender el alfabeto o matemáticas van a refugios escolares que son basura. Y digo basura, literalmente. Eso si no pasan el día con su familia haciendo cola para conseguir un balde de agua o corriendo de una tienda de campaña a otra, intentando sobrevivir. Es devastador.
Como si el destino mandara una señal, Mosab recibe una llamada. Es la guardería de su hijo, donde sí aprende los animales, las letras, los números. Donde está seguro. Donde no hay basura.
¿Es posible construir un hogar en el exilio?
Para mí, como individuo, creo que siempre que tenga a mi mujer y a mis hijos conmigo llevaré mi hogar allá donde vaya. Pero mi esperanza es poder establecernos en la tierra a la que pertenecemos, donde tenemos nuestros recuerdos de infancia, donde enterramos a nuestros abuelos, a nuestros hermanos, a nuestros amigos. Con suerte, algún día conseguiremos el sueño del pueblo palestino: vivir en nuestra propia patria en seguridad y en paz.
Y cierra Mosab la conversación citando otro de sus poemas:
"Una vez dijeron que Palestina sería libre mañana.
¿Cuándo es mañana? ¿Qué es la libertad?
¿Cuánto tiempo dura?".
Artículo completo en El Mundo

El poeta palestino Mosab Abu Toha, nació en Gaza, ‘donde no elegí nacer, porque yo, al igual que tú, no pude elegir el lugar donde vine al mundo’, sus escritos hablan de casas derrumbadas, familias asesinadas y el miedo a ir al baño porque la bomba podría caer en ese momento y morir desnudo… nadie quiere morir.
Mosab habla así en 2022, al presentar su primer poemario, ‘Cosas que puedes encontrar ocultas en mi oído‘, publicado por la legendaria City Lights de San Francisco, fundada en 1953 por Lawrence Ferlinghetti. En 2022: el año anterior al 7 de octubre de 2023, cuando Gaza ya había sido bombardeada tantas veces que los padres usaban los bombardeos para recordar la fecha: ‘Por ejemplo, en nuestra zona se dice: Mi hijo nació durante la guerra, o Mi hijo nació dos meses después de la guerra’.
Mosab comenzó a escribir poesía en 2014, después de la operación militar israelí que arrasó barrios enteros y antes de la operación militar israelí que arrasará aún más barrios : ‘La mayoría de mis poemas tratan sobre la oscura realidad de Gaza. Aquí la gente piensa en la muerte y las guerras; no pueden pensar en el mañana ni en el futuro, porque siempre tememos que la historia se repita’.
Y toda guerra -que no es una guerra, cuando de un lado está la fuerza aérea y del otro, civiles indefensos- nos arrebata edificios, familias, sueños: ‘Por eso maduramos tan rápido. Tenía nueve años cuando vi un helicóptero disparar contra un edificio y derrumbarlo’. Viviendo en estas condiciones, nos vemos obligados a dejar atrás nuestra infancia. La guerra nos envejece, aumentando nuestro sufrimiento y nuestro dolor. Ahora que soy padre, me veo a través de los ojos de mis tres hijos, que ahora viven en condiciones aún peores que cuando yo era niño.
Empezó a escribir poemas en inglés, Mosab, para que los escucháramos. Para denunciar al mundo lo que Israel, con la complicidad de los gobiernos occidentales, les estaba haciendo a los palestinos: ‘Cuando escribo en inglés, pienso en un oyente occidental como si le hablara directamente para contarle lo que está sucediendo aquí en Gaza’.
Nos escribe porque quiere que nos pongamos en su lugar: ‘La ocupación intenta manipular las acciones de las víctimas —los palestinos— y convertirlos en terroristas. Si alguien odia a otra persona, pensará que todo lo que hace es malo, sin importar lo que haga, incluso lo más inocente. Los colonos, los ocupantes, siempre nos temen, hagamos lo que hagamos, porque saben que este no es su hogar ni su tierra’. Escribe sobre su abuelo, un refugiado: ‘Para mí, mi abuelo representa a Palestina. El ocupante cree que mi abuelo o cualquier palestino es un terrorista, pero yo muestro quién eran realmente’.
Mosab escribió en 2014, cuando, según documentos de la ONU, en menos de dos meses, más de 12.000 apartamentos fueron completamente destruidos por la artillería israelí y otros sufrieron daños tan graves que no pudieron seguir habitados. 2.251 palestinos murieron a causa de las bombas israelíes, en su mayoría civiles. Entre ellos, 551 niños y 299 mujeres. En el mismo período, también murieron 66 soldados israelíes y cinco civiles, incluido un niño. 11.231 palestinos resultaron heridos, entre ellos 3.540 mujeres y 3.436 niños, un tercio de los cuales tenían discapacidad. Casi 300.000 palestinos fueron desplazados.
He cumplido 27 años y no he salido de Gaza ni una sola vez: esto es una privación. Nunca he tenido la oportunidad de tener una vista aérea de Gaza ni de mi casa, porque no hay aeropuerto. Estamos asediados por todos lados. Al final comprendí que en Gaza se nos impide siquiera imaginar el mundo que nos rodea.
El siguiente poema está dedicado a su abuelo*, quien se vio obligado a vivir en una tienda de campaña después de que los colonos ocuparan su casa. ‘Seguimos viviendo en una tienda de campaña, abuelo’, escribió Mosab en 2024, antes de lograr salir de Gaza con su esposa y sus tres hijos. En el cruce de Rafah, la policía israelí lo arrestó, lo retuvo durante tres días, le rompió los dientes, le llenó los moretones y le confiscó todas sus bolsas con ropa para los niños. Su madre y su familia siguen atrapados en Gaza.
Les hablo de Mosab porque estoy convencida de que lo más importante en la vida es ponerse en el lugar del otro. Si pudiera elegir una superpotencia, sería esta. Otro poeta palestino fallecido en el exilio, Mahmoud Darwish, lo dice en uno de sus poemas: ‘Piensa en los demás‘: Cuando estés a punto de regresar a casa, a tu hogar, no olvides a la gente de las tiendas. Mientras duermes contando los planetas, piensa en los demás, en aquellos que no encuentran un lugar donde dormir. Los poemas de Mosab Abu Toha nos ayudan a ponernos en su lugar, en el de su abuelo, en el de todas las víctimas de décadas de ocupación y segregación en violación del derecho internacional, de la limpieza étnica de la que nuestros gobiernos son cómplices.
Publicó este poema para el mundo desde la Biblioteca pública Edward Said que Mosab, a los 24 años, fundó en Gaza con libros en inglés que pidió como regalo de todo el mundo. La biblioteca fue arrasada hace meses por la artillería israelí.
*Mi abuelo era un terrorista*
Mi abuelo era un terrorista.
Cuidaba su campo,
regaba las rosas del patio,
fumaba cigarrillos con mi abuela
en la playa amarilla, tumbado allí
como una alfombra de oración.
Mi abuelo era un terrorista:
recogía naranjas y limones,
iba a pescar con sus hermanos hasta el mediodía y
cantaba una canción reconfortante de camino
al herrador con su caballo pío.
Mi abuelo era un terrorista.
Preparaba una taza de té con leche y
se sentaba en su tierra verde,
suave como la seda.
Mi abuelo era un terrorista.
Salía de su casa,
dejándola para los invitados que llegaban,
dejaba un poco de agua en la mesa, la mejor,
para que los invitados no murieran de sed después de su conquista.
Mi abuelo era un terrorista.
Caminó hasta el pueblo seguro más cercano,
vacío como un cielo sombrío,
vacío como una tienda desierta,
oscuro como una noche sin estrellas.
Mi abuelo era un terrorista.
Mi abuelo era un hombre,
el sostén de diez familias,
cuyo lujo era tener una tienda de campaña,
con una bandera azul de la ONU colocada en un mástil oxidado,
en la playa, al lado de un cementerio.
Francesca Fornario – Roma
Artículo de Carlos Alcorta en El Diario Montañés, el 13 de junio de 2025




