Hombre enraizado en su tierra, en ese universo del Friuli, limítrofe con Yugoslavia, que tenía como centro Casarsa, el pueblo de la familia materna, donde se establece en 1942 con su madre y su hermano, huyendo de la guerra. Ese año aparece, precisamente, su primer poemario, Poesie a Casarsa, escrito en dialecto friulano. Para él la lengua de la tierra es tan valiosa como la lengua nacional, y, con algunos amigos, funda la Academiuta di lenga furlana, en cuya revista publican traducciones de Juan Ramón Jiménez, Carles Cardò y otros poetas catalanes, pues para ellos el catalán es también una lengua de la tierra que hay que defender. Tras una breve militancia en el Movimiento Popular Friulano, finalmente, en 1948, ingresa en el Partido Comunista italiano. Comienza a leer a Marx y a Gramsci, abre los ojos a los conflictos y a las luchas sociales y se convierte en secretario de la sección de san Giovanni de Casarsa del PCI. Es entonces cuando escribe la antología Dónde está mi patria y la novela El sueño de una cosa, que toma el título de una frase de Marx, aunque no la publicará hasta 1962. Años después explicará en una entrevista su compromiso político de esos años en estos términos:
"los campesinos del Friuli mantenían una dura lucha contra los grandes propietarios de la región. Esa fue mi primera experiencia de la lucha de clases. La lucha de los trabajadores agrícolas provocaba en mí la nostalgia de la justicia, al tiempo que satisfacía mi inclinación a la poesía. Por tanto, la idea comunista apareció con toda naturalidad asociándose, fundiéndose, con las luchas campesinas, la realidad de la tierra. Es posible que incluso mi adhesión al PCI haya estado determinada sentimentalmente por dicha experiencia... No lo niego... y no me parecería contradictorio con una formación marxista".
Sin embargo, en enero de 1950 tiene que trasladarse con su madre a Roma, a raíz de la primera condena que sufre, acusado de actos deshonestos en la vía pública. La acusación es un mazazo que lo expulsa de su paraíso infantil, de la tierra que había visto morir a su hermano menor, Guido, en un oscuro episodio de rivalidades entre grupos antifascistas de partisanos en esa región en que se confrontaban nacionalismos de signos diferentes. Maestro y militante comunista apreciado, la denuncia y posterior condena lo convierten en un apestado: es expulsado de la docencia y también del partido comunista. Este lo condena sin ambages "por indignidad moral y política". Pero el exilio romano, pese a todas las dificultades, hará de ese joven desconocido y sin recursos, que tiene que multiplicarse para conseguir un hogar digno para él y su madre, que nunca lo abandonó, el Pasolini luchador comprometido con sus ideales y con la creación artística que ha llegado hasta nosotros.
SELECCIÓN DE ARTÍCULOS DE PRENSA TOMADA DE ESCRITOS CORSARIOS
ACULTURACIÓN Y ACULTURACIÓN
En
estos tiempos de austeridad, muchos lamentan las molestias derivadas de
la falta de vida social y cultural organizada, fuera del Centro «malo»,
en las periferias «buenas» (dormitorios sin zonas verdes, sin
servicios, sin autonomía, sin relaciones humanas reales). Lamento
retórico. Porque si todo lo que se dice que falta en las periferias
existiera, lo seguiría organizando el Centro. El mismo Centro que, en
pocos años, ha destruido todas las culturas periféricas que, hasta hace
pocos años, aseguraban una vida propia, sustancialmente libre, incluso a
las periferias más pobres o miserables.
Ningún
centralismo fascista ha logrado lo que el centralismo de la
civilización de consumo. El fascismo proponía un modelo, reaccionario y
monumental, que luego se quedaba en letra muerta. Las culturas
particulares (campesinas, subproletarias, obreras) seguían obedeciendo,
imperturbables, a sus modelos antiguos. La represión se limitaba a
obtener su adhesión de palabra. Hoy, por el contrario, la adhesión a los
modelos propuestos por el Centro es total e incondicional. Se reniega
de los modelos culturales reales. La abjuración es un hecho. Se puede
decir, por lo tanto, que la «tolerancia» de la ideología hedonista
implantada por el nuevo poder es la peor de las represiones de la
historia humana. ¿Cómo se ha podido ejercer esta represión? Mediante dos
revoluciones en el interior de la organización burguesa: la de las
infraestructuras y la del sistema de información. Las carreteras, la
motorización, etc. han unido estrechamente la periferia con el Centro,
anulando las distancias materiales. Pero la revolución del sistema de
información ha sido aún más radical y decisiva. Con la televisión, el
Centro ha igualado todo el país, tan diverso por su historia y tan rico
en culturas originales. Ha emprendido una labor de homologación
destructora de la autenticidad y la concreción. Ha impuesto, como decía,
sus modelos, los de la nueva industrialización que ya no se conforma
con un «hombre que consume» y pretende que las ideologías distintas de
la del consumo sean inconcebibles. Un hedonismo neolaico, ciegamente
olvidadizo de los valores humanistas y ciegamente ajeno a las ciencias
humanas.
Antes,
la ideología impuesta por el poder era, como es sabido, la religión, y
el único fenómeno cultural que «homologaba» a los italianos era el
catolicismo. Ahora el catolicismo compite con un nuevo fenómeno cultural
«homologador», el hedonismo de masas. Como tal competidor, el nuevo
poder ha empezado ya a liquidarlo desde hace unos años.
Porque
en el modelo del Joven Hombre y la Joven Mujer propuesto e impuesto por
la televisión no hay nada de religioso. Son dos personas que valoran la
vida solo a través de sus Bienes de Consumo (y siguen yendo a misa los
domingos; en coche, por supuesto). Los italianos han aceptado con
entusiasmo este nuevo modelo que les impone la televisión según las
normas de la Producción Creadora de Bienestar (o mejor dicho, de
salvación de la miseria). Lo han aceptado, pero ¿realmente son capaces
de realizarlo?
No.
O lo realizan solo en parte, convirtiéndose en su caricatura, o logran
realizarlo en una medida tan escasa que se vuelven sus víctimas. La
frustración o incluso la angustia neurótica son ya estados de ánimo
colectivos. Por ejemplo, los subproletarios, hasta hace poco, respetaban
la cultura y no se avergonzaban de su ignorancia. Al contrario, estaban
orgullosos de su modelo popular de analfabetos que sin embargo conocían
el misterio de la realidad. Miraban con cierto desprecio altivo a los
«hijos de papá», a los pequeñoburgueses, de los que se diferenciaban
aunque estuvieran obligados a servirlos. Ahora, en cambio, empiezan a
avergonzarse de su ignorancia. Han abjurado de su modelo cultural (los
más jóvenes ni siquiera lo recuerdan, lo han perdido por completo) y el
nuevo modelo que tratan de imitar descarta el analfabetismo y la
tosquedad. Los muchachos subproletarios —humillados— borran su oficio en
su carné de identidad y lo sustituyen por la calificación de
«estudiante». Naturalmente, en cuanto empezaron a avergonzarse de su
ignorancia también empezaron a despreciar la cultura (característica
pequeñoburguesa, que adquirieron por mimetismo). Al mismo tiempo, el
muchacho pequeñoburgués, para adecuarse al modelo «televisivo» —que le
resulta connatural, pues lo ha creado e impuesto su propia clase— se
vuelve extrañamente tosco y desdichado. Si los subproletarios se han
aburguesado, los burgueses se han subproletarizado. Como la cultura que
producen es de carácter tecnológico y estrictamente pragmático, impide
que se desarrolle el viejo «hombre» que aún llevan dentro. La
consecuencia es cierto entumecimiento de sus facultades intelectuales y
morales.
La
responsabilidad de la televisión en todo esto es enorme. No como «medio
técnico», claro está, sino como instrumento del poder y poder en sí
misma. No solo es un lugar a través del cual pasan los mensajes, sino un
centro que fabrica mensajes. Es el lugar donde se concreta una
mentalidad que de lo contrario no se sabría dónde situarla. A través del
espíritu de la televisión se pone de manifiesto, en concreto, el
espíritu del nuevo poder.
No
cabe duda (a los resultados me remito) de que la televisión es más
autoritaria y represiva que ningún otro medio de información del mundo. A
su lado, el periódico fascista y los letreros mussolinianos pintados en
las alquerías mueven a risa, como (con dolor) el arado frente al
tractor. El fascismo, lo digo una vez más, fue incapaz de arañar
siquiera el alma del pueblo italiano; el nuevo fascismo, a través de los
nuevos medios de comunicación e información (sobre todo, justamente, la
televisión), no solo la ha arañado, sino que la ha lacerado, la ha
violado, la ha afeado para siempre…
Publicado en Il Corriere della Sera con el título “Desafío a los dirigentes de la televisión” el 9 de diciembre de 1973.
10 de junio de 1974
Estudio sobre la revolución antropológica en Italia*
2 de junio: en la primera página de l’Unità hay un titular para las grandes ocasiones: «Viva la república antifascista».
Claro que sí, viva la república antifascista. Pero ¿qué sentido real tiene esta frase? Tratemos de analizarlo.
En
concreto se origina en dos hechos que la justifican plenamente: 1) La
victoria aplastante del «no» el 12 de mayo, y 2) la matanza fascista de
Brescia el 28 del mismo mes.
La
victoria del «no» en realidad es una derrota no solo de Fanfani y del
Vaticano, sino también, en cierto sentido, de Berlinguer y del partido
comunista. ¿Por qué? Fanfani y el Vaticano han demostrado que no han
entendido nada de lo que ha pasado en nuestro país durante los últimos
diez años: el pueblo italiano ha resultado —de un modo objetivo y
palmario— muchísimo más «avanzado» de lo que pensaban, por estar
anclados en el viejo conservadurismo campesino y paleoindustrial.
Pero
es preciso tener el valor intelectual de decir que Berlinguer y el
Partido Comunista Italiano también han demostrado que tampoco han
entendido bien lo sucedido en nuestro país en los últimos diez años.
Porque ellos no querían el referendo, no querían una «guerra de
religión» y tenían mucho miedo del resultado positivo de las votaciones.
Es más, sobre este particular eran claramente pesimistas. Sin embargo
la «guerra de religión» resultó una previsión abstrusa, arcaica,
supersticiosa y sin fundamento. Muy lejos estaba de imaginar el más
optimista de los comunistas que los italianos se mostrarían tan
modernos. Tanto el Vaticano como el partido comunista han errado en sus
análisis sobre la situación «real» de Italia.
Tanto
el Vaticano como el partido comunista han demostrado que han observado
mal a los italianos y no han creído en su capacidad de evolucionar
rápidamente, superando todos los cálculos.
Ahora el Vaticano lamenta su error. El pci, en cambio, simula no haberlo cometido y se regocija por el triunfo inesperado.
Pero ¿ha sido un verdadero triunfo?
Tengo
buenas razones para dudarlo. Ya ha pasado casi un mes desde aquel feliz
12 de mayo, de modo que puedo ejercer mi crítica sin que se tome por un
derrotismo inoportuno.
Mi
opinión es que el 59% de noes no demuestra, por arte de birlibirloque,
una victoria del laicismo, el progreso y la democracia, en absoluto. En
cambio demuestra dos cosas:
1)
Que las «clases medias» han cambiado radicalmente —yo diría
antropológicamente—: sus valores positivos ya no son los valores
reaccionarios y clericales, sino los valores (experimentados sin llegar a
«nombrarlos» todavía) de la ideología hedonista del consumo y la
consiguiente tolerancia modernista de tipo estadounidense. Ha sido el
propio país —merced al «desarrollo» de la producción de bienes
superfluos, la imposición del afán de consumo, la moda, la información
(sobre todo, de un modo imponente, la televisión)— el que ha creado
estos valores, tirando cínicamente a la basura los valores tradicionales
y a la propia Iglesia, que era su símbolo.
2)
Que la Italia campesina y paleoindustrial se ha desmoronado, se ha
deshecho, ya no existe, y en su lugar hay un vacío que probablemente
espera ser colmado por un completo aburguesamiento, del tipo antes
mencionado (modernizante, falsamente tolerante, «americanizante», etc.).
El
«no» ha sido una victoria, sin duda alguna. Pero lo que señala
realmente es una «mutación» de la cultura italiana, que se aleja tanto
del fascismo tradicional como del progresismo socialista.
Si
las cosas están así, ¿qué sentido tiene entonces la «matanza de
Brescia» (como antes la de Milán)? ¿Es una matanza fascista, que implica
una indignación antifascista? Si lo que cuenta son las palabras, hay
que contestar afirmativamente. Si son los hechos, entonces la respuesta
solo puede ser negativa; o por lo menos capaz de replantear los viejos
términos del problema.
Italia
nunca ha sido capaz de expresar una gran Derecha. Esto, probablemente,
es el hecho determinante de toda su historia reciente. Pero no se trata
de una causa sino de un efecto. Italia no ha tenido una gran Derecha
porque ha carecido de una cultura capaz de expresarla. Solo ha podido
expresar esa tosca, ridícula y feroz derecha que es el fascismo. En este
sentido el neofascismo parlamentario es la fiel continuación del
fascismo tradicional. Solo que, mientras tanto, toda forma
de continuidad histórica se ha roto. El «desarrollo», promovido
pragmáticamente por el Poder, se ha instaurado históricamente en una
especie de epojé, que ha transformado radicalmente, en pocos años, el mundo italiano.
Este
salto «cualitativo» concierne tanto a los fascistas como a los
antifascistas, pues se trata del paso de una cultura formada con
analfabetismo (el pueblo) y humanismo andrajoso (las clases medias) por
una organización cultural arcaica, a la organización moderna de la
«cultura de masas». El asunto, en realidad, es de enorme importancia: es
un fenómeno, repito, de «mutación» antropológica. Sobre todo, quizá,
porque ha cambiado los caracteres necesarios del Poder. La «cultura de
masas», por ejemplo, no puede ser una cultura eclesiástica, moralista y
patriótica, ya que está vinculada directamente al consumo, que tiene
leyes internas y una autosuficiencia ideológica capaces de crear
automáticamente un Poder que ya no sabe qué hacer con la Iglesia, la
Patria, la Familia y otras quimeras parecidas.
La
homologación «cultural» consiguiente concierne a todos, pueblo y
burguesía, obreros y subproletarios. La situación social ha cambiado en
el sentido de que se ha unificado extraordinariamente. La matriz que
engendra a todos los italianos ya es la misma. En Italia ya no hay una
diferencia apreciable —más allá de la opción política como esquema
muerto que se rellena gesticulando— entre un ciudadano cualquiera
fascista y un ciudadano cualquiera antifascista. Ambos son cultural,
psicológica y, lo que es más impresionante, físicamente intercambiables.
En el comportamiento diario, mímico, somático, no hay nada que distinga
—repito, más allá de unas elecciones o un acto político— a un fascista
de un antifascista (de mediana edad o joven; los viejos, en este
sentido, todavía pueden ser distintos). Esto en lo que se refiere a los
fascistas y antifascistas moderados; en el caso de los extremistas la
homologación todavía es más radical.
Los
que han cometido la horrible matanza de Brescia han sido fascistas.
Pero profundicemos en este fascismo suyo. ¿Es un fascismo que se basa en
Dios? ¿En la Patria? ¿En la Familia? ¿En la mojigatería tradicional, en
la moralidad intolerante, en el orden castrense aplicado a la vida
civil? Aunque este fascismo todavía se define a sí mismo, perversamente,
con arreglo a todas estas cosas, ¿es una definición sincera? El
criminal Esposti —por poner un ejemplo—, en el caso de que en Italia se
restaurase, al son de las bombas, el fascismo, ¿estaría dispuesto a
aceptar la Italia de su retórica hueca y nostálgica? ¿La Italia no
consumista, ahorradora y heroica (como él la creía)? ¿La Italia incómoda
y rústica? ¿La Italia sin televisión ni bienestar? ¿La Italia sin
motocicletas ni cazadoras de cuero? ¿La Italia con las mujeres tapadas y
encerradas en casa? No: es evidente que hasta el más fanático de los
fascistas consideraría anacrónico renunciar a todas estas conquistas del
«desarrollo». Unas conquistas que anulan con su sola presencia todo el
misticismo y el moralismo del fascismo tradicional.
Así que el fascismo ya no es el fascismo tradicional. Entonces, ¿qué es?
Los jóvenes de los campamentos fascistas, los jóvenes de las sam1,
los jóvenes que secuestran a personas y ponen bombas en los trenes se
llaman o son llamados «fascistas», pero se trata de una definición
puramente nominal. En realidad son absolutamente idénticos a
la gran mayoría de sus contemporáneos. No hay nada que los distinga,
repito, ni en lo cultural, ni en lo psicológico ni en lo somático.
Solamente una «decisión» abstracta y apriorística que para darse a
conocer se tiene que declarar. Podemos hablar casualmente durante horas
con un joven fascista dinamitero sin percatarnos de que es fascista.
Mientras que hace tan solo diez años bastaba, no digo con una palabra:
con una simple mirada para distinguirlo y reconocerlo.
El
ambiente cultural de donde han salido estos fascistas es completamente
distinto del tradicional. Estos diez años de historia italiana que han
llevado a los italianos a votar «no» en el referendo, han producido
—merced al mismo mecanismo profundo— a estos nuevos fascistas, cuya
cultura es idéntica a la de quienes han votado «no» en el referendo.
Por
lo demás, son unos pocos cientos o miles, y si el gobierno y la policía
lo hubieran querido, ya desde 1969 habrían salido completamente de
escena.
El
fascismo de las matanzas, por consiguiente, es un fascismo nominal, sin
una ideología propia (invalidada por la calidad de vida real de estos
fascistas) y, además, artificial: es promovido por el Poder que, después
de haber liquidado pragmáticamente al fascismo tradicional y a la
Iglesia (el clericalfascismo, que era una realidad cultural italiana),
decidió mantener activas unas fuerzas que le sirvieran para
contrarrestar la subversión comunista, de acuerdo con una estrategia
mafiosa y del Commissariato di Pubblica Sicurezza. Los verdaderos
responsables de las matanzas de Milán y Brescia no son los jóvenes
monstruos que pusieron las bombas ni sus siniestros instigadores y
costeadores. De modo que es inútil y retórico simular que se atribuye
una responsabilidad real a estos jóvenes y a su fascismo nominal y artificial.
La cultura a la que pertenecen y que contiene los elementos de su
locura pragmática es, insisto una vez más, la misma que la de la inmensa
mayoría de los chicos de su edad. No solo en ellos crea unas
condiciones intolerables de conformismo y neurosis, con el consiguiente
extremismo (que es la conflagración producida por la mezcla de
conformismo y neurosis).
Si
su fascismo llegase a prevalecer, sería el fascismo de Spinola, no el
de Caetano. Es decir, un fascismo aún peor que el tradicional, pero ya
no propiamente fascismo. Sería algo que en realidad estamos
experimentando ya, y los fascistas de un modo exasperado y monstruoso,
no sin motivo.
Publicado en Corriere della Sera con el título «Gli italiani non sono più quelli» (Los italianos ya no son esos).
HAN DICHO DE ESCRITOS CORSARIOS
DECADENCIAS
Actualidad de Pasolini 
LUIS ANTONIO DE VILLENA
Dos clásicos de Pier Paolo Pasolini (1922-1975), ya conocidos pero vertidos de nuevo, han aparecido en nuestras librerías mostrando la gran versatilidad y originalidad de Pier Paolo, lo poco que el tiempo ha pasado por él, y cuánto deben añorarlo los italianos de bien en la triste y cenicienta y berlusconiana Italia de nuestros días… Los libros aludidos son Las cenizas de Gramsci (1957), el primer gran libro de poemas en italiano de su autor (son anteriores las poesías en friulano) y Escritos corsarios, la primera de sus lúcidas y atrevidas recopilaciones de artículos, que apareció póstuma, poco después de su muerte, mejor, de su violento y nunca del todo aclarado asesinato, donde el móvil sexual (un chapero jovencito) dejó paso a la idea de un asesinato político, cometido por más de un sicario. Escritos corsarios ha sido reeditado por Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, en nueva traducción de Juan Vivanco Gefaell, mientras que Las cenizas de Gramsci -bilingüe- está en Visor en la nueva versión de Stéphanie Ameri y Juan Carlos Abril.
Lo que sorprende en Las cenizas de Gramsci (traducción de las
sencillas palabras latinas que cubren los restos del pensador marxista,
«Cinera Gramsci») es la capacidad de unir el poema meditador y
reflexivo, escrito en una lengua de basamento culto, con la idea -que
aún parecía posible en los años 50 pasados- de que el concepto de pueblo
(no sólo lumpen-proletariado) resistiese a los valores o modos, muy
otros, de la burguesía. Entre otras cosas, el pueblo, (La humilde
Italia, como se llama una de las partes del libro) tenía una apertura y
una tolerancia moral muy superiores en pluralidad a la de la burguesía
católica.Dos clásicos de Pier Paolo Pasolini (1922-1975), ya conocidos pero vertidos de nuevo, han aparecido en nuestras librerías mostrando la gran versatilidad y originalidad de Pier Paolo, lo poco que el tiempo ha pasado por él, y cuánto deben añorarlo los italianos de bien en la triste y cenicienta y berlusconiana Italia de nuestros días… Los libros aludidos son Las cenizas de Gramsci (1957), el primer gran libro de poemas en italiano de su autor (son anteriores las poesías en friulano) y Escritos corsarios, la primera de sus lúcidas y atrevidas recopilaciones de artículos, que apareció póstuma, poco después de su muerte, mejor, de su violento y nunca del todo aclarado asesinato, donde el móvil sexual (un chapero jovencito) dejó paso a la idea de un asesinato político, cometido por más de un sicario. Escritos corsarios ha sido reeditado por Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, en nueva traducción de Juan Vivanco Gefaell, mientras que Las cenizas de Gramsci -bilingüe- está en Visor en la nueva versión de Stéphanie Ameri y Juan Carlos Abril.
Frente a estos poemas ricos de reflexión y de belleza formal ( no falta la rima), los artículos de Escritos corsarios, que ya pedían que se juzgara por corrupción, como ocurrió 20 años después, a la plana mayor de la Democrazia Cristiana, son textos -salvo los pocos de crítica literaria, alabando, por cierto al gran Sandro Penna- llenos de la rabia sana y cívica del hombre que, angustiado, siente que pierde la lucha. El pueblo está dejando de existir comprado por un capitalismo sucio y barato, pues si la pequeña burguesía no está económicamente lejos del pueblo ya está atrapada por el orden y el estatuto burgués, pero en miseria. Al mismo tiempo -clama Pasolini- la clase política es cada vez más corrupta y el Moloch del dinero se lo lleva todo, o por más acertado decir, todo lo gobierna, pues todo lo compra o puede hacerlo. ¿Sabría usted separar los límites mafiosos?
Es estimulante releer al Pasolini excelente poeta (aunque también hizo cine cada vez mejor) y asistir a su lucha del periodista sin complejos y gran andamiaje cultural, contra una sociedad anestesiada y comprada por el capital más barato, que le repugnaba. ¿Cuánto no darían hoy muchos italianos (en un país que se ha vuelto la retaguardia de Europa) por hallarse con el lúcido y rico decir de otro Pier Paolo? ¿Cuánto no daríamos nosotros mismos?
Estos libros -antiguos y nuevos- aglutinan mucho de lo que hoy le falta a Europa: una literatura crítica y bella (no descafeinada en parodia) y un periodismo político, arriesgado y de verdad, muy de verdad, independiente. Para eso hace falta un Pasolini, y no parece que lo tengamos, nuevo, a la vista.
El Mundo, Miércoles, 2 de diciembre de 2009. AÑO XXI. NÚMERO: 7.289
ELVIRA LINDO
Telebiquini
Telebiquini
ELVIRA LINDO 13/01/2010
Me comentaba la corresponsal de Il Napolitano,
la perspicaz Paola del Vecchio, que los italianos que se tenían por
progresistas en los ochenta, cuando arreció el fenómeno televisivo de
exhibición de chicas en biquini en cualquier programa, se tratara de un
concurso o de información deportiva, no consideraron que esa continua
vulgaridad dejara huella. Sólo el tiempo ha demostrado que aquella
actitud elusiva y condescendiente -envuelta en el incontestable
principio de que nadie obliga a los espectadores a estar olfateando
mierda- era una manera de negar la corrosiva influencia que tendría ese
ejemplo televisivo en las aspiraciones de una parte considerable de las
jóvenes italianas.
Conozco esa postmoderna actitud porque la mantuve: la
libertad de expresión lo amparaba todo y dejaba la absoluta
responsabilidad en manos del consumidor. La han ejercido con irritante
frecuencia algunos columnistas, que han entendido la tele como ese
espectáculo de masas al que difícilmente se le puede hincar el diente
con seriedad, optando por adoptar un distanciamiento irónico del que no
gozan el cine o el teatro, juzgados siempre de manera más implacable.
En definitiva, hemos asumido que el medio es un espejo
de lo que somos. Neorrealismo televisivo. En estos días, leo una
recopilación de artículos de Pasolini, Escritos corsarios.
Su furiosa defensa de la verdadera cultura popular le hacía estar en
guerra permanente con la cultura de masas: "El fascismo, lo digo una vez
más -escribía en 1973-, fue incapaz de arañar siquiera el alma del
pueblo italiano; el nuevo fascismo, a través de los medios de
comunicación e información (sobre todo, justamente, la televisión), no
sólo la ha arañado, sino que la ha lacerado, la ha violado, la ha afeado
para siempre...". Murió en el año 1975. Visto lo visto, el afeamiento
de la realidad no ha encontrado aún su límite.
El País, 13 de enero de 2010
Pascual Serrano
La mente que temería hoy Berlusconi
Desaparecida
la anterior edición de este libro del mercado editorial español,
Ediciones del Oriente y del Mediterráneo recupera esta recopilación de
textos periodísticos de Pier Paolo Pasolini, escritos en los años
anteriores a su muerte.
Emociona
leer algunas premoniciones del cineasta milimétricamente cumplidas más
de treinta años después. De todas ellas me ha estremecido su denuncia
del nuevo fascismo impuesto por la dominación de la ideología
consumista: “el nuevo fascismo ya no distingue: no es humanísticamente
retórico, sino americanamente pragmático. Su finalidad es la
reorganización y la homologación brutalmente totalitaria del mundo”. Ese
Pasolini que en los setenta se escandalizaba por la frivolidad
consumista de la sociedad italiana que ocupaba el lugar del fascismo,
hoy se hundiría en la tristeza al contemplar dónde les ha llevado
Berlusconi. La agudeza de Pasolini para sumergirse en el análisis de la
sociedad italiana de aquellos años y la crudeza para fustigar las
miserias del poder nos provocan la terrible necesidad de desear poder
contar con Pasolini para escuchar su opinión sobre la terrible Italia
actual abducida por Berlusconi y sus secuaces. Su tesis de que el
consumo ha logrado una desideologización que nunca logró el fascismo y
las dictaduras es una realidad que hemos vivido en España, cuando
comparamos la sociedad actual con la pasión política que se vivía tras
la muerte de Franco.
Acertó
en su criminalización de la televisión: “No cabe duda de que la
televisión es más autoritaria y represiva que ningún otro medio de
información del mundo. A su lado, el periódico fascista y los letreros
mussolinianos pintados en las alquerías mueven a risa, como (con dolor)
el arado frente al tractor”. Aunque se equivocó en otros presagios, como
el de dar por muerta a la Iglesia.
Su
disertación en el texto “Desarrollo y progreso” es una bella exposición
de principios y su artículo “La novela de los atentados”, un puñetazo
en la mesa que convulsionaría la conciencia de los italianos.
Escritos corsarios
nos ofrece un intelectual en estado puro, comprometido con sus
principios marxistas y comunistas pero libre para criticar al Partido
Comunista Italiano -al que también admira- o incluso para abrazar
posiciones nada ortodoxas para la izquierda, como su condena al aborto.
Todo ello con la belleza de un lenguaje cultivado -que ha logrado traer
al español el traductor Juan Vivanco- por quien se sabe poseedor de una
cultura excepcional y privilegiada, pero de una humildad que muestra su
gran humanidad.
Pier Paolo Pasolini. Escritos corsarios. Ediciones del Oriente y del Mediterráneo. 2009. Traducción Juan Vivanco.
Aitor Aizpuru, "El caso Pasolini", en Martxan, suplemento de arte del diario Deia, 18 de junio de 2010
No hay comentarios:
Publicar un comentario