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lunes, 7 de noviembre de 2022

Tarek Eltayeb: Estaciones. Una autobiografía

 


 

Sus recuerdos evocan los sabores de los tomates de las huertas de El Cairo y los helados de Gaza, el resplandor de las playas del Mediterráneo, el rumor de los barrios del Egipto fatimí, el traqueteo de los trenes en el Sinaí, la música de los setenta, el olor a petróleo en Irak, la explotación de los trabajadores, los controles en las fronteras, la frialdad de sentirse extranjero en un nuevo mundo, el amor, la esperanza y el descubrimiento de la escritura, el arte y la literatura.

El del autor es un trayecto individual, único y atípico, como el de los millones de seres humanos que se mueven por el planeta en busca de un hogar y un destino. Tarek Eltayeb es hoy -entre otras muchas cosas- un escritor austriaco que escribe en árabe, un representante de una Europa nueva.

En ‘Estaciones’, el escritor egipcio Tarek Eltayeb abre las entrañas del país norteafricano a través de sus memorias

Tarek-Eltayeb-entrevistado-por-Chema-Caballero
Tarek Eltayeb, autor de Estaciones. Una autobiografía, traducido del árabe al español por Luz Comendador, en Madrid durante la entrevista con Chema Caballero para El País.

Chema Caballero

Madrid – 07 may 2023 – El País – Planeta Futuro

La infancia de Tarek Eltayeb (El Cairo, 1959) son recuerdos del barrio de Ayn Shams, en la capital egipcia. A él se redujo su mundo durante muchos años. A sus calles llenas de arena y polvo, al olor a estiércol de los palmerales y sembrados y al calor ardiente. Allí estaban los patios donde crecían los árboles cuajados de mangos o guayabas, o los huertos claros donde maduraban los tomates que él y sus amigos robaban. Luego vino la escuela coránica en la que aprendió a leer las letras del alfabeto árabe. Y eso le llenó de orgullo. Leyó sin parar los carteles que encontraba o las inscripciones de los cucuruchos de pipas o cacahuetes y luego los libros que descubrió en la biblioteca de su padre. Él no entendía aquel idioma tan distinto al dialecto cairota que todos a su alrededor utilizaban. Su madre, que nunca había ido a la escuela, le traducía aquellas palabras para que él se las apropiase.

Muchos años después, ante las críticas que recibió su primera obra de teatro, El Ascensor, por estar escrita en dialecto y no en árabe clásico, había de recordar aquellas tardes de lectura y erigirse en claro defensor de su lengua madre, que es la misma que habla el pueblo. Porque hay expresiones que, si no se dicen en ella, mueren. Además, el idioma es un ancla para una persona que se ve obligada a vivir lejos de casa.

Los recuerdos de Eltayeb también abarcan el barrio de Husainiyya, donde vivían la abuela y la bisabuela. Es el lugar de las romerías a las tumbas de los santos y de las fiestas. Es también el sitio en el que se escuchaban los seriales de la radio y las historias y cuentos de la saga familiar. Luego están los traslados a El Arish, en la península del Sinaí. El espacio de la “felicidad sin límites”, donde la familia pasaba los largos meses de verano junto al mar y las palmeras.

Y así, hasta la universidad, cuando un cambio de leyes le considera extranjero y no puede proseguir sus estudios. La razón es que su padre, aunque trabajaba en la policía de fronteras, era sudanés. Había migrado a El Cairo, donde conoció a su mujer. Por consiguiente, él también fue considerado sudanés, aunque visitó el país por primera vez con 20 años. De ahí era el pasaporte que durante tanto tiempo le acompañó y tantos problemas le causó al cruzar las fronteras. Ahora, con documentación austriaca, no los tiene, pero existen otros debido al color de su piel. Las fronteras, ya sean físicas o mentales, fueron creadas para eso. Para marginar a la mayoría de los ciudadanos del mundo.

De esta forma, Eltayeb desgrana las etapas de su vida, como si se tratasen de las paradas de un tren que nunca llega a su destino, en su autobiografía Estaciones (Ediciones del oriente y del Mediterráneo, 2022. Traducción del árabe de M. Luz Comendador Pérez). Una obra que recoge los primeros 25 años del autor, una época llena de colores, olores, sabores y sensaciones bañadas por la luz de El Cairo. Los 25 siguientes, donde se ve obligado a adaptarse al frío de Viena. Y luego, tras años de ausencia, el regreso a la ciudad que le vio crecer y la comprobación de que todo es más pequeño de cómo lo recordaba.

El deseo de continuar sus estudios le hizo migrar. Como ya había hecho su padre. Y siguiendo el curso del Nilo, que al revés del resto de los ríos del mundo, fluye de sur a norte, partió de su país y llego a Viena, a orillas del Danubio. Allí le recibió el silencio, el frío, la falta de sol, de familia y de amigos. Además, se tuvo que enfrentar a la carencia de un idioma con el que comunicar y a los duros trabajos reservados a los últimos que llegan. En medio de aquella soledad, Eltayeb comenzó a escribir sobre las escenas y personajes familiares que empezaban a transitar, debido a la distancia, del mundo del recuerdo al del sueño. “La escritura me salvó de perderme a mí mismo en Austria”, comenta mientras esboza una gran sonrisa, antes de añadir: “Empecé a escribir para hacer que mi familia estuviera conmigo, viniera a mí. Aquí está mi padre, cuando escribo, y aquí está mi hermana y mis hermanos. Como si estuvieran sentados conmigo”. Y recuerda: “Cada semana tenía a una persona de la familia y así sentía que estaba con ellos. Solo en papel… pero era suficiente”.

Con el paso de los años profundizó en aquellos escritos que finalmente han fraguado en esta autobiografía atípica, en la que no se respeta la cronología, sino que se juega con las sensaciones. Donde el autor dialoga consigo mismo y con el lector. Una obra escrita con un lenguaje sencillo que refleja el estilo de los cuentos que el pequeño Eltayeb escuchaba o los que inventaba para sus amigos. Es un libro que derrama evocación y emociones que se entrecruzan como si fueran los picos de un electrocardiograma.

[ artículo completo en El País – Planeta Futuro ]

 

 

El profesor de economía que también crea poesía: Tarek Eltayeb

El poeta de origen sudanés Tarek Eltayeb es docente en Viena y está visitando Medellín. Participa en el Festival Internacional de Poesía de este año.

05 de julio de 2019 - elCOLOMBIANO

Por Valeria Murcia Valdés

Tarek creció entre dos ciudades. Pasó la infancia entre El Cairo y una pequeña al norte de Egipto, justo en el Mediterráneo: El Arish. Pero no pudo terminar de crecer allí, la guerra lo alcanzó a él y a su familia y entonces huyeron de allí. Se dedicó a las Ciencias Económicas, y así es que ahora también habita entre dos mundos: el de los números y las letras.

Tres son las universidades en las que enseña sobre economía y catorce han sido los libros que ha publicado. Lleva 35 años viviendo fuera de África y 36 escribiendo. Hace 22 años recibió su doctorado en Ciencias Económicas y Sociales y tiene el lujo de decir que sus escritos se han traducido a más de una veintena de idiomas.

Cinco veces ha escrito poemarios, destaca uno de ellos: No es Pecado. “No es pecado que desprecie a los invasores que saquearon el viento, lo reemplazaron con el polvo y el humo, confiscaron la lluvia pisoteándola y arrasaron almas de los seres humanos con pies de plomo en busca de un buey sagrado sin señales”.

Llegó a Medellín a conversar y a hacer parte de la edición número 29 del Festival Internacional de Poesía de Medellín, cuyo eje este año está centrado en la celebración del Bicentenario, pero pone en duda la idea de independencia.

¿Cómo concibe la idea de independencia?, uno de los temas principales del festival este año.

“La poesía, en su esencia, es un llamado por la independencia y la emancipación. Es la libre expresión de un alma torturada que intenta resolver ese dolor y revivir la esperanza. La poesía, por defecto, no soluciona problemas. No es una varita mágica que directamente pueda conseguir justicia o bondad. Creo que la poesía es, más bien, una entidad viviente entre nosotros. Hay personas que la entienden, que la aprecian y que contemplan sus significados para aprender de ellos. Mientras otros no la sienten o la quieren, pero sí pelean contra ella.

La poesía verdadera y genuina, que expresa esperanzas y dolores de la gente, llama a la rebelión en contra de ideas constantes y actitudes indecisas. Empuja por revolución contra las “estrellas” en los hombros de los generales tratando de decirle a la gente que encima de todas esas estrellas falsas de cobre, hay planetas y lunes más misericordiosas en nuestro universo”.

¿Y cómo lo ha intentado aplicar a su poesía y su cotidianidad habiendo crecido en Egipto?

“Libertad, independencia, justicia, democracia y tolerancia son principios que son puros como el agua o ardientes como el fuego. Por supuesto, intento aplicarlos en mi vida, pero no como absolutos. Estos conceptos pueden parecerle inocentes a la gente irracional. Volviendo a su pregunta original sobre la independencia, empezó en mí al intentar deshacerme del rol de la figura dominante de la familia, aunque no necesariamente la del padre. Es un esfuerzo a resistir a una comunidad dominada por el estereotipo masculino.

Pero por otro lado, la hegemonía social, algunas veces, es mucho más fea que la hegemonía masculina cuando esa sociedad intenta reproducir dominación y supresión en varias formas. La independencia, para mí, significa resentir ideas obsoletas, preguntarse todo lo que ha sido dado por sentado. Nadar contra la corriente y creer en la gente, sin importar quienes sean. Es una mera ilusión pensar que la gente puede cambiar su patria por otra. Puedes cambiar de lugar, pero es imposible sustituir tu patria por otra. La geografía puede ser reemplazada, pero la historia no, incluso si es falsificada.

En mi caso fue inevitable moverme geográficamente de mi patria. La dejé para volver a mis raíces pero desde una ruta diferente. Tenemos un dicho en árabe: “Viajar tiene siete beneficios”. El más grande de ellos, para mí es lograr independencia que lleva a la claridad de la mente en un estado de verdadero Sufismo (doctrina mística que profesan ciertos musulmanes). Escribir y crear poesía me han ayudado a alcanzar la evolución espiritual más que ganancias materiales”.

Entre sus tantas actividades, ¿cómo es su proceso creativo?

“Creo que todo lo que hago son contemplaciones esenciales de la vida para poder entenderla. Soy un docente en tres universidades y creo que esa es una profesión inspiradora desde la cual transferimos nuestra experiencia a la próxima generación. Ese es nuestro deber, aunque nuestra experiencia solo debería llegar a los estudiantes como si fuese una obra artística: sujeto de interpretaciones diversas, críticas e incluso rechazo. No debemos dictar o forzar nuestra experiencia, incluso si creemos que hemos vivido en las eras doradas o las más puras.

Contemplo la vida todos los días como si fuese un niño de manera perpetua. La vida siempre me sorprende. Sin la sorpresa no hay placer y sin eso, la vida no tiene sentido. Lo más atrevido que sea el niño dentro, serás más creativo.

En todo momento de mi vida pienso con profundidad en o que me rodea: las personas, las criaturas vivas, las que no lo están, los niños en sus cunas, los hombres viejos y las mujeres de edad. Los pájaros que cantan, la lluvia, la arena, las estrellas y las mariposas que se mecen con agudeza para huir de las aves hambrientas y sobrevivir mientras yo intento distinguir sus sombras en el piso. Contemplo los campos con sus cambiantes cosechas que declaran, cada estación, un nuevo comienzo. Desde esas imágenes simples, pero reveladoras, se teje mi poesía”.

En ocasiones la palabra “poético” es usada como adjetivo. ¿Qué considera poético?

“Todo en nuestro mundo puede ser calificado como poético, y al mismo tiempo, como no poético. Las guerras se libran de manera poética en estos días, detrás de las puertas cerradas de todos aquellos que están siendo criados con juguetes y juegos devastadores para la infancia. Obsesionados con la muerte y la destrucción del enemigo, quien quiera que sea. Esos niños han crecido ahora y continuaron con sus máquinas de muerte, pero ahora contra seres humanos. Esa es la nueva relación poética” .

 artículo completo en elCOLOMBIANO

 

Puedes encontrar una selección de su poesía traducida al español en CÍRCULO DE POESÍA

Y contemplar su intervención en el Festival de Poesía de Medellín, junto con el poeta egipcio Ahmad Al Shahawi, en el siguiente vídeo

 

  



 

miércoles, 28 de octubre de 2020

Adonis: “¿No es hacer pasar hambre a todo un pueblo más peligroso que el virus?”

 

Juan Cruz, El País, 26 de octubre de 2020

Adonis fotografiado por Inma Flores en enero de 2019
 

Adonis (Al Qassabin, Siria, 90 años), poeta, ensayista, exiliado casi toda su vida, catedrático en Beirut. Autor de Epitafio para Nueva York (editado por Hiperión, Alianza y Nórdica) o El libro (Ediciones del oriente y del mediterráneo) acaba de publicar Principio del cuerpo, final del mar (Vaso Roto). Ante el estremecimiento que el virus hace padecer a la tierra muestra su perplejidad laica, su susto civil. Desde hace tiempo su último exilio es en París. Lo entrevistamos a través del correo electrónico. Su nieto Jaafar al Aluni, promotor de Banipal, “revista de literatura árabe moderna” recién nacida en España, tradujo del árabe sus respuestas.

Pregunta. ¿Cómo ha vivido este tiempo?

Respuesta. Meditando, leyendo y escribiendo. Aquel que siente la necesidad de decir algo esencialmente requiere soledad. Me sorprendió que haya que replantearse preguntas como: ¿porta el mal elementos del bien? El virus, instalado en un rincón y el mundo entero en el opuesto, ha planteado esta cuestión: ¿por qué no infecta a los niños, a la vez que hay seres humanos que disfrutan asesinándolos? El virus ha abierto un horizonte para pensar en las relaciones entre las personas. ¿No es hacer pasar hambre a todo un pueblo, con plena conciencia, más peligroso que un virus ignorante y ciego? ¿Por qué el mundo, que dice ser libre, guarda silencio ante el país que más practica la política del hambre, el gobierno de los Estados Unidos? ¿No es moral y humanamente más peligroso que cualquier virus? Este virus requiere considerar al ser humano como un virus latente siempre dispuesto a actuar.

P. ¿Sirve la poesía para afrontar un drama de esta naturaleza?

R. Sirve en el sentido de reconsiderar el mundo para llegar a uno mejor, pero no en el sentido literal de la palabra. La poesía amplía los límites e incluso los elimina. Abre el horizonte a cuestiones que nadie más plantea: es el conocimiento superior, la suprema intuición cognitiva del hombre entendido como la savia en la que convergen la experiencia, la mente y el espíritu, y como el extremo que abre la puerta del infinito.
Dios y el silencio

P. Ha sobrevivido tragedias como el exilio escribiendo poesía. ¿Es tan potente la palabra?

R. Sobreviví al exilio creado por la tiranía en todos los ámbitos, significados y niveles, especialmente políticos e intelectuales. Pero todavía vivo en el exilio creado por el significado del hombre y del mundo. En este exilio, la palabra no te ayuda a estar a salvo: te ayuda a hundirte más y más en el exilio para descubrir la hondura y la profundidad, descubrir la altura y la trascendencia. La grandeza del hombre radica en su naturaleza de nacer exiliado, en ser el que hace la Historia. El ser humano es el único que escribe su propia historia y la de las cosas, y cuando siente que no está exiliado a cualquier nivel pierde su particularidad humana. La palabra es, entonces, el ser humano, entendida como una relación con su yo, con el otro y con el mundo. En este sentido, el ser humano necesita al otro: es esencialmente dos en uno. En el origen eran dos y no uno. El poeta lee al “otro”, lo escribe, mientras lee y se escribe a sí mismo. El otro es un elemento fundamental en la formación del yo.

P. Usted no cree en Dios, pero, ¿a veces estos horrores no parecen mandados por una voluntad divina o diabólica?

R. ¡Qué sentido tiene Dios si eliminamos al diablo del mundo! Tanto Dios como el diablo son la dualidad universal, cósmica y religiosa creada por el ser humano. La diferencia entre Dios y el diablo es funcional. La visión monoteísta proporcionó al diablo una presencia viva, doctrinal y confesional en este mundo que las visiones anteriores de Sumeria, Babilonia y Grecia no le dieron. Su presencia antes del monoteísmo era meramente simbólica y poética. Los horrores a los que usted se refiere no son divinos ni diabólicos, sino puramente humanos: el ser humano es un dios-diablo envuelto en el mismo traje. La mirada hacia la existencia antes del monoteísmo era la de la revelación cognitiva, sin embargo, con el monoteísmo se convirtió en una visión de posesión e imperio. ¿Cómo se llevó a cabo este cambio y por qué? Ese es el dilema.

P. Usted considera que la verdad no está en el pasado. Pero, ¿a usted qué le dice su propio pasado?

R. La desgracia del pasado consiste en decir que la verdad es “una característica de la religión islámica” que Dios reveló afirmándola como la última verdad sin que haya otra que pueda negarla. Dios mismo, en este sentido, selló su mensaje y no tiene nada más que revelar. La religión de Dios es el islam y la tierra es el reino de esta última religión verdadera. Dicho esto, ¡acaso tengo derecho yo, el ser que no tiene más poder que el del idioma, a usar algunos de sus vocablos y declarar: no quiero este reino! El pasado es estrictamente religioso. Mi pasado, sin embargo, es el de aquellos que rechazaron el pasado religioso, es decir, la poesía, la filosofía, el sufismo —que negó la religión en su forma jurídica y jurisprudencial— y los marginados libres a lo largo de 14 siglos en los diversos campos. Estos fueron los que crearon lo que se llama hoy la civilización árabe-islámica.

P. Dice en Principio del cuerpo, final del mar: “El sueño es el hermano de la muerte; los moradores del Paraíso no duermen”. ¿Tal vez dormir sea una manera de escritura?

R. La cita viene en boca de con quienes el poeta quería dialogar. No hay que olvidar la dualidad del ser humano: Dios y diablo; mente e imaginación; cuerpo y alma; realidad y ficción; absurdo y razón; existencia y nada; sueño y muerte, este largo dormir después del cual no hay despertar. Pienso que la escritura emana de todo esto mientras lo abraza.
El silencio como enfermedad

P. ¿Es el silencio un remedio?

R. El silencio es una enfermedad. No puede ser un remedio. Es, en su estado más agradable y sereno, otra muerte. El remedio, no obstante, se busca en la pregunta, en todo lo que escapa de las respuestas. La respuesta es un tipo de muerte cultural. ¿La muerte con muerte se cura?

P. En su obra hay mucha energía, dominada por una serenidad que no tiene ni su pueblo ni su historia. ¿Es la infancia la que le otorga ese poder de sosiego?

R. Es el poder que no se satisface con las respuestas, sino que las supera; es la búsqueda constante de la parte ausente-presente en el ser, es esta intuición que nunca me abandona: el hombre crea su propia identidad y no la hereda. Tengo la absoluta certeza de que el “otro” diferente es el que integra el yo. A todo esto debe esa energía, sosiego y serenidad. La infancia es la brisa que corre entre todo esto, es su sol.

P. Dijo en 2005: “Occidente debe aprender a poner el corazón al lado de la razón”. ¿Considera que Occidente escucha el corazón? ¿Y qué está diciendo el corazón?

R. El ser humano ve y escucha en la medida en que su corazón ve y escucha. Piensa y entiende en la medida en que su corazón lo hace. El corazón es la fuente de “la libertad libre”, según Rimbaud, no la mente o el intelecto. La mente o el pensamiento solo tienen significado si se cargan con la luz del corazón, y el corazón aquí es la poesía. En esto consiste el sentido del hombre. Siempre recuerdo un verso de un gran poeta árabe evocando su tierra natal, dice: “Desde que se desvaneció la morada/ aparté la mirada y atraje el corazón”.

Adonis en ediciones del oriente y del mediterráneo: