La obra de Nasser Rabah enraíza en una Gaza
que desde hace veinte años está bajo asedio. Él mismo así lo declara.
Como declara, en lo literario, su vínculo con la tradición palestina,
representada por Mahmud Darwish, y con la tradición árabe en general y
la egipcia y un poeta como Amal Dunqul en particular. Rabah es un poeta
singular. Así lo han reconocido otros escritores gazatíes más jóvenes,
como Mosab Abu Toha, que reivindican su figura y su magisterio.
Atrevido, cálido, directo, honesto, Rabah recoge la herencia de los
grandes que le han precedido y propone su texto, pone al poema a hablar.
Nasser Rabah es un refugiado. Si bien la condición de refugiado se
hereda, a diferencia de la tierra y sus derechos, por los que cada
palestino lucha, esta condición conlleva una conciencia existencial y va
más allá del estatuto jurídico, bajo el que viven prácticamente la
mitad de los palestinos. De ello se derivan dos de las características
principales de su poesía: la fuerza objetual de la realidad, que incluye
el rechazo de la espectralidad del ser en que se quiere recluir a lo
palestino, y el humor como antídoto contra las falsas ilusiones: «El
cardiólogo que me trata ya solo me recomienda que deje de escribir el
diario de un pueblo muerto». Las escenas de sus poemas rehúyen la
retórica, las imágenes son necesarias y la lengua precisa. La
perplejidad, las dudas, las contradicciones forman parte de su
humanidad, de la visión de alguien que no consigue entender su mundo,
Gaza, y se sorprende de ello.
En los poemas de esta antología de las últimas obras de Nasser Rabah, en
excelente traducción de Alberto Benjamín López Oliva, los edificios son
como las personas, están heridos, muertos, hambrientos, amputados,
necesitan una ambulancia; la esperanza es una última pastilla, por más
que esté caducada; el jarabe para la tos marca el paso del tiempo; o
existe un olor inconfundible, que nadie había identificado antes: el de
los estudiantes que han suspendido. Y el poeta, a pesar de las bombas y
la aniquilación, prosigue su búsqueda del poema autónomo, universal, que
todo poeta pretende, como este extraordinario y no declarado haiku:
Un par de calcetines:
dos pájaros ebrios
cuelgan del tendedero.
Luz Gómez
Madrid, 1 de marzo de 2025
Poesía entre los escombros: Gaza: el poema hizo su parte de Nasser Rabah
Crecen rosas en los cascotes. Y desde una Gaza devastada por el genocidio nos llegan los diamantes poéticos de Nasser Rabah, destellos de la fuerza de vida de una sociedad palestina que vencerá a la muerte.
3 agosto, 2025 | Joan Arnau | De Verdad digital
Nasser Rabah es otro más de los hombres y mujeres palestinos que luchan por sobrevivir y proteger a su familia. Una existencia amenazada por un criminal genocidio que sacude la conciencia de todo el planeta.
Pero Nasser Rabah es también, y sobre todo, poeta. Debajo de las bombas, viviendo en casas destruidas, sin apenas comida, no puede dejar de escribir. Sus versos se elevan al cielo porque surgen desde el fondo del infierno. Miran el horror transformado ya en tragedia cotidiana, y lo retratan desde un dolor infinito, inabarcable. Pero sus poemas se alimentan de la fuerza de un pueblo indoblegable, al que el poeta da voz. Tal y como el mismo Nasser nos plantea: “mis poemas son tristes, hablan de la herida que nos causa esta guerra, pero también de la supervivencia, de la fuerza de la gente y de su humanidad, que resiste pese a que Israel la intenta pisotear”.
Rabah sabe que un poema no puede capturar la magnitud de lo que se sufre en Gaza. Pero tal y como nos recuerda “la poesía no está para hacer el trabajo de la prensa o la televisión, sino para retratar lo que la cámara no puede ver: los sentimientos, el silencio y el dolor”.
Ediciones del Oriente y del Mediterráneo acaba de publicar “Gaza: el poema hizo su parte”, un compendio de los versos más actuales de Nasser Rabah. Su lectura nos impacta y nos conmueve. Sus versos son de una belleza trágica, y surgen de una voz poética arrasadora.
Muchos poetas han sido asesinados en Gaza. Hiba Abu Nada o Refaat Alareer siguieron escribiendo hasta el mismo día en que las bombas del ejército israelí les arrebataron la vida.
Pero los poetas siguen escribiendo en Gaza. Y Nasser Rabah es quizá el más grande de ellos. En permanente diálogo con la gran tradición poética palestina, representada por Mahmud Darwish. Y que hoy siguen enarbolando muchos jóvenes poetas palestinos que reconocen a Nasser Rabah como una referencia.
Rabah sabe, vive, el papel imprescindible de la poesía, incluso en los momentos más extremos: “Los poemas del genocidio no son el resultado de una experiencia o una visión meramente personal: el dolor es más que nunca colectivo y precisa encontrar en la poesía un cauce de expresión. El poema es como la cometa de un niño que ondula en el aire, tiene vida propia y está a merced de lo imponderable”.
Buscar, encontrar la poesía, es una tarea primordial: “en tiempos de guerra, veo la poesía casi como un deber patriótico, una misión nacional para documentar el desastre histórico y expresar las preocupaciones de la gente sometida a bombardeos y desplazamientos. Mi misión sigue siendo encontrar poesía entre los escombros de Gaza”.
“Mi misión sigue siendo encontrar poesía entre los escombros de Gaza” (Nasser Rabah)
Patria fuera de servicio
El gimnasio está fuera de servicio.
¿A quién le importa? No tengo tiempo para cuidar mi cuerpo
frente a espejos hechos añicos:
¡Para qué! No hay cafés para lucirse un jueves, ni balcones
para una tarde de domingo.
La luz se va por todas partes.
Las bibliotecas se buscan a sí mismas entre las cenizas.
No importa… Ningún libro conmueve mi corazón tras el libro
de los tanques.
La vida y yo:
un ciego de rodillas entrega un anillo de luz a una ciega.
Lo que queda es la imaginación,
un músculo incansable.
La imaginación es el café de los extraños, los espejos
del inconsciente, las bibliotecas de los cautivos.
La imaginación es lo que nos queda para hacer una patria
de la nada.
(Nasser Rabah, poeta de Gaza. 26 de junio de 2024)
El poema hizo su parte
El poema hizo su parte y se marchó. Ya no hay fiesta ni celebración de nacimiento. No hay flauta que guíe a quienes acuden a la oración del encuentro. No hay nubes con las que intercambiar elogios, ni árboles que me llamen con hermosos nombres o extiendan mi sombra. Rezo a una ventana: su raíz está en mi corazón, y tiende sus ramas sobre mi nostalgia.
Los poetas
En el pasado, los poetas tenían un sexto dedo en cada mano, para que la mano pudiera soportar el dolor de escribir. Tenían tres sentidos adicionales: leer lo invisible, comprender el lenguaje de las abejas y los árboles y curar a los amantes.
No tenían nada en lugar del corazón, para poder pasar por el dolor de la vida hasta el final sin una muerte prematura.
Cuando morimos
Cuántos murieron, ya no importa, cuántos hemos muerto, no hay memoria para contar. La guerra es un cielo feo, música de fondo para un holocausto repetido. Cuántos murieron, ya no importa, las manos quemadas no saben contar.
Artículo completo en De Verdad digital https://deverdaddigital.com/poesia-entre-los-escombros/
Versos que lloran a los escombros de Gaza
03.08.25 – Vitoria-Gasteiz, España – Ali Salem Iselmu Abderrahaman – Pressenza
POESÍA
Al poeta palestino Nasser Rabah lo conocí a través del poeta argentino David Wapner, de allí nació la idea de traducir su libro “Caminantes con vestidos ligeros”. Cuando me llegaron los poemas, al principio no los podía descifrar en mi ordenador, eran símbolos ilegibles. Después me llegó un documento PDF el cual me permitió conocer la obra de Nasser.
Yo había leído poemas de Mahmud Darwish, de Semih El-kasim y algún relato del escritor Ghassan kanafani, esa era mi experiencia en la literatura del exilio y refugio de Palestina.
Gracias a David Wapner autor del prologo de “Caminantes con vestidos ligeros” los poemas de Nasser atravesaron el atlántico, llegaron a las manos del editor mexicano Antonio Revilla y el poemario se publicó a finales de junio de este año después de un arduo trabajo.
A medida que me adentraba en los poemas sentía que eran míos. El exilio, la nostalgia y la tristeza estaban en cada verso, en cada palabra. Gaza estaba delante de mis ojos, la recorría en el corazón y en la memoria de un poeta.
Con cada verso lloraba en silencio al ver la destrucción ante mis ojos. Hojeaba una página después otra, me encontraba a medida que avanzaba en la traducción con poemas como “Tu vieja melodía” que me dejaban mudo, cuando describían el dolor de una ciudad:
«Es tu tiempo en la ciudad muerta
debajo de cada alegría que ha perecido
es el tiempo que has de cargar con mis hombros
con el saco de harina
llevar los días de un destierro a otro
completar tu vieja melodía».
La obra de Nasser me recordaba poemas míos como “Limpiaré mis lágrimas” o “Somos apátridas del cielo”. De pequeño vi las bombas caer sobre los campamentos saharauis en plena huida a la hammada de Tinduf en Argelia, yo tenía nueva años, me escondía detrás de mis padres para no ver el fuego de la metralla atravesar el cielo.
Cuando veía las imágenes de los bombardeos en televisión, la muerte de cada gazatí en busca de comida. Volvía a mi mente el horror de la infancia, la muerte de niños por hambre y desnutrición. Una deshumanización contraria a cualquier ética o moral. Nasser describe ese dolor en un canto que nace entre la mole de escombros:
Gaza, Gaza.
Eran testigos el muro, la hierba y el árbol
cuando vieron el cráter que dejó la explosión,
escucharon su boca abierta gritar:
“devuélvanme mi cuerpo”.
Hoy la Universidad Autónoma de Nuevo León de México, Monterrey, ha editado el libro “Caminantes con vestidos ligeros”. Los versos de Nasser vuelan por encima de los muros, del bloqueo y el asedio, llaman a cada uno de nosotros, nos interpelan y nos interrogan cada vez que observamos el ocaso o el amanecer.
Nos hablan en la soledad de cada página, entre cada silencio. Nos llevan de vuelta a Gaza para recordarnos aquella franja de tierra convertida hoy en un nuevo monumento, quizás otro Auschwitz, cuando el poeta vuelve a clamar:
Era tierra.
Yo era tierra como otra,
sencilla, ajena al tiempo
a la distancia, a los viajeros.
Una piedra rodeada todo el tiempo por una pared ciega
en la que cada día se cuenta por las tristes heridas
de los cautivos del silencio y el frío,
de los muertos que partirán
los que vendrán a mí.
Creo firmemente en la poesía, en el poder de la palabra. Observo la humedad de la mañana, los rayos de sol, la lluvia de diminutas gotas. Me acuerdo cuando fui expulsado de mi ciudad, de la península de Dajla, bajo el fuego de las balas. He allí donde nacen mis lágrimas en los versos de Nasser, en los niños de Gaza. Entonces me acuerdo del Sahara y los saharauis en cada grano arena, en cada palabra, en estos versos:
Somos apátridas
que lloramos a la lluvia
a la nube que se precipita
a la montaña que guarda nuestra voz,
somos aquellos errantes
un pueblo que siembra una raíz,
al que expulsaron de los pastos
del océano de arenas blancas.
Gaza necesita volver a vivir, a surgir del hambre, de la muerte y curar sus heridas. En los versos de Nasser Rabah hay una esperanza perdida, un deseo de libertad, una lágrima en los ojos de cada niño que yace debajo de los escombros.
Artículo completo en pressenza y No te olvides del Sahara Occidental




