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sábado, 22 de noviembre de 2025

Cosas que tal vez halles ocultas en mi oído

 

 


 

 

EL HORROR EN LAS PEQUEÑAS COSAS

No cabe duda de que la realidad que transcurre por entre las páginas de este poemario de Mosab Abu Toha, es terrible y desoladora, pero quizás lo que acentúa esa constancia es la delicadeza con que lo cuenta; su mesura. O mejor, su dignidad. No se ceba en la rabia, la venganza o la morbosa descripción de los crímenes que ocurren a cualquier hora cada día, pero levanta el acta. Él interpela, cuenta, expone serenamente sin pretender compasión ni complicidad; tan solo que escuchemos lo que tienen que decirnos los que están al otro lado. Que escuchemos de una vez por todas. Y eso es lo que conmueve. Esa manera de describir la vida diaria de niños jugando en las plazas, escolares yendo a clase, de agua hirviendo para el café, de las fresas madurando y los bebés naciendo, con los drones pendiendo de un hilo sobre los simulacros de normalidad. una rutina normal. Él desgrana las tareas de quienes no quieren dejar de ser seres humanos, que se levantan cada día para cumplir sus obligaciones; que  llevan los relojes a arreglar, o leen los periódicos y se obstinan en cumplimentar la rutina mientras la metralla perfora los cristales, los edificios se derrumban y van quedando, cada vez, menos cosas que sobrevivan a sus dueños. Y menos dueños que sobrevivan a las cosas. Mosab sabe lo que es la aniquilación, sabe de cuerpos despedazados y de explosiones rompiendo tímpanos y acelerando el bombeo de la sangre, de críos que no saben distinguir una nube de vapor de agua de una de polvo; en Palestina, el olor a pólvora no significa fiesta sino un puñado de nombres tachados de la lista. A medida que el poemario avanza va dando detalles, poco a poco amplía la información. No oculta la herida, pero va desprendiendo la gasa con cuidado. Cuando nos queremos dar cuenta, el horror está ahí; nos ha ido introduciendo en él suavemente, sin empujar. Él nos lo muestra, pero no insiste. No insiste más de lo preciso porque lo que también sabe es que su realidad está al otro lado del mundo. Del mundo que lo ha expulsado y no se quita las gafas de sol para no ver el color verdadero de la sangre. El mundo del “vive y deja morir” encogiéndose de hombros porque no tenemos por qué inmiscuirnos en la vida de nadie. El mundo que hace una transferencia a la Cruz Roja con la mano derecha para paliar en algo las fechorías que perpetran sus envíos de armas con la mano izquierda.  Cada uno en su casa y Dios o Alá o quien sea, en la de todos. Porque, mientras estamos aquí para escuchar el sobrecogedor don de la poesía, ¿qué nueva desgracia se estará cerniendo sobre los suyos? ¿cuántos hospitales quedarán de pie cuando terminemos esta reunión? ¿podrán nuestros aplausos imponerse al estruendo de las bombas? Al llegar a este punto soy consciente de que me voy a meter en aguas pantanosas. No quisiera traspasar ciertas líneas de seguridad que controlan la estabilidad de mi espíritu, pero es inevitable volver a cuestionarme una vez más, qué sentido tiene que la poesía nos emocione sentimentalmente y no sacuda nuestras conciencias para hacer que nos arremanguemos. Tanto poeta como hay en el mundo, tanto intelectual, tanto artista bienintencionado, ¿no podríamos servir como una cámara acorazada que mantuviera a raya las injusticias y la destrucción?

Cuando íbamos a dar los conciertos en los campamentos del Sáhara, en el campo de refugiados de Damasco o en la Plaza del pesebre de Belén, recibíamos esta clase de comentarios, con escepticismo, o con censura y, aunque yo no he encontrado respuesta convincente y ni tampoco me he desanimado del todo por ello, me ha dado suficiente combustible para agitar y hacer funcionar mis cavilaciones.

Pero si Mosab en medio del espanto, mientras retumban las paredes y el suelo en cualquier momento puede convertirse en un volcán, es capaz de sentarse en un supuesto columpio para enhebrar palabras y construir imágenes de una novedad y una fuerza sorprendentes, me siento absuelta de culpa por hacer lo que soy incapaz de dejar de hacer: intentar utilizar las palabras como aldabones.

Porque no sé cuántas cosas podemos hallar en el oído de Mosab, aparte del rumor de las caracolas y alguna de las historias de las que él dice que le contó su abuelo, pero él sí sabe hallar cosas impensadas. Él ha hecho unas asociaciones, envidiables, que son otros tantos hallazgos que enriquecen su poesía. Si las perlas son el resultado de la herida de una ostra, este poemario cumple el requisito.

El libro contiene fotografías. Pero el libro no es un álbum. Las fotografías son otros tantos poemas como fogonazos que hieren más por lo que significan que por lo que muestran. Un espejo roto, ¿qué puede tener de siniestro si no es porque el pedazo que falta ha hecho añicos la imagen del poeta?  No, no son fotos mudas. No son reflejos, son reflexiones. Como la foto de la soga. La soga que se estrecha y estrangula, la que va reduciendo inexorablemente el mapa de Palestina que antes ocupaba una hoja entera de mi cuaderno de Historia Sagrada en mis años escolares. ¿Qué mapa se dibujará ahora en los colegios palestinos? aunque… ¿quedará todavía algún colegio? ¿seguirán los pupitres alineados y las pizarras no se habrán desprendido de las alcayatas que las fijan a las paredes? ¿quedarán paredes?

He salido del libro como si emergiera a la superficie, después de una extraña travesía, sin haber recuperado aún el equilibro sobre la tierra firme. Y con una imagen fija delante de mí, la primera que abre el libro y siento una inexplicable desazón. Lo mismo es miedo. Miedo al ver que una manzana, espontáneamente, rueda hasta alcanzar el borde de la mesa, antes de que estalle la explosión.

 

Ana Rossetti en el acto de presentación de Cosas que tal vez halles ocultas en mi oído

 

No lo sé

Una habitación con libros

Esa habitación me traslada a otra que ya no existe: la conozco por los poemas de Mosab Abu Toha. Quizá sea alguna sala de la biblioteca que fundó en Ciudad de Gaza

 

Elena Medel 

Una mujer y su hija se reencuentran con un hombre -marido, padre- que escapa de la guerra. Ella se llama Concha Méndez y la acompaña Paloma, de cuatro años; el hombre, Manuel Altolaguirre, se reúne con ellas en París tras cruzar la frontera y penar en campos de concentración y hospitales psiquiátricos. Lo dictó Méndez a la hija de su hija, Paloma Ulacia Altolaguirre, en un volumen titulado Memorias habladas, memorias armadas, en Renacimiento. Tras descansar la primera noche en un hotel, la familia recibió la invitación de Paul y Nusch Éluard -poeta él, artista ella- para instalarse en su casa de Saint-Denis.

Méndez explica la generosidad de los Éluard por la empatía de quienes habían sufrido el hambre y la enfermedad en la Gran Guerra, y se recrea en «un detalle que nos llenó de emoción. Éluard había puesto en las repisas de nuestro cuarto una serie de libros de poesía española que había comprado especialmente para nosotros, porque él no leía español«. Luego partirían al exilio en América, pero quedémonos ahí: en ese fragmento convertido en un lugar. La página 111 de las Memorias se transforma en la habitación de una casa al norte de París; una habitación en una casa con un jardín baldío, en el que Méndez se distrae cada mañana sembrando plantas que nunca verá florecer.

Esa habitación me traslada a otra que ya no existe: la conozco por los poemas de Mosab Abu Toha. Quizá se trate de la de su adolescencia, después de su infancia en el campo de refugiados de Shati, o de la que compartió con su esposa y sus tres hijos en Beit Lahia, o incluso de alguna sala de la Biblioteca Edward Said, que fundó en Ciudad de Gaza: un centro cultural con actividades literarias, talleres de informática o clases de idiomas, que ofrecía un respiro en el asedio.

Esas habitaciones las he leído en su poemario Cosas que tal vez halles ocultas en mi oído, que el año pasado publicó Ediciones del Oriente y del Mediterráneo -qué catálogo espléndido-, con traducción de Joselyn Michelle Almeida. El libro incluye algunos de los poemas que llevó consigo a Estados Unidos; intentando pasar a Egipto, Abu Toha fue secuestrado y torturado por el ejército israelí. En ‘La metralla busca la risa’ las bombas derriban la casa de sus vecinos, en la que «todos han muerto: / los niños, los padres, los juguetes, los actores de televisión, / los personajes de las novelas y los libros de poesía, / ‘yo’, ‘él’ y ‘ella’. No quedan pronombres».

Otros poemas se fechan ya en el tiempo del exilio. Quien busque rabia, la encontrará; también denuncia, crudeza. Pero sobre todo Mosab Abu Toha reivindica su derecho a la creación, a la posibilidad de escribir sobre el genocidio desde la belleza, la imaginación, incluso el humor. Cosas que tal vez halles ocultas en mi oído se abre con un poema muy lúdico, ‘Palestina de la A a la Z’, en el que desde cada letra del alfabeto inglés -alterna esta lengua con el árabe; me interesan mucho sus reflexiones sobre la implicación política de este gesto, y sus contradicciones- repasa su memoria íntima y la vincula con la del país. Asigna la b a ‘libro’, por book y border, ‘frontera’. «Un libro que no menciona ni mi lengua ni mi país, y tiene mapas de todos los lugares salvo el lugar donde nací, como si yo fuera un hijo ilegítimo de la Madre Tierra». Para la letra f escoge friends, ‘amigos’, y fish, ‘pez’, compañía y alimento, y por eso regresa a «los libros de mi salón en Gaza, los poemas en mis libretas, todavía solos». Enumera todos los lugares -las habitaciones- de su felicidad, hoy en ruinas, y el texto lo impregna de dolor y de ternura, de nostalgia feliz y de estremecimiento.

¿Para qué sirve un libro? No me refiero a una cuestión emocional, o sí: pienso en su utilidad, en el provecho que brinda a quien lo posee y a quien lo lee. Para qué sirvieron los libros que Paul y Nusch Éluard compraron en un idioma extranjero. Para qué sirvieron los libros que Mosab Abu Toha consiguió para la Biblioteca Edward Said, los que dejó en su casa de Beit Lahia, los que escribió y no logró salvar y ahora se mezclan con ceniza y cascotes.

Para qué mencionar para qué sirven los libros -los libros, para qué- cuando la cifra de asesinados, heridos y desaparecidos en el asedio de Israel a Gaza aumentará entre el momento en el que la teclee y el momento en el que la leas. La edición española de Cosas que tal vez halles ocultas en mi oído se cierra con una entrevista a Mosab Abu Toha por el poeta estadounidense Ammiel Alcalay, judío. Conversan acerca de la historia de la familia de Abu Toha, marcada desde 1948. Él menciona a sus muertos; estremecen sus amigos, jovencísimos. Se detienen en la literatura, en la relación con la tradición palestina, en cómo la ocupación ha invadido lo que escriben y el compromiso no se entiende como opción. Abu Toha se detiene con orgullo en el mencionado proyecto de la biblioteca.

Meses después, en enero de 2025, el ejército israelí la destruyó en uno de sus ataques. Diría que aún existe, porque existe en sus palabras de Mosab Abu Toha. Mentiría.

[Elena Medel | El Mundo | La Lectura | 21 de septiembre de 2025]

El poeta de la muerte en Gaza: “Intento que al menos sobrevivan las historias de los asesinados”

Francisco Carrión @fcarrionmolina El Independiente 23/07/2025

“Nos merecemos una muerte mejor/ Nuestros cuerpos están desfigurados y retorcidos,/ bordados con balas y metralla./ Nuestros nombres se pronuncian mal/en la radio y televisión…”, escribe Mosab Abu Toha, el gazatí que zurce el dolor y la rabia a golpe de poemas. Sus versos son directos y punzantes. Como los proyectiles israelíes que matan a diario desde octubre de 2023 a decenas de palestinos. Pero, a diferencia de la metralla que llueve sin cesar sobre la Franja, los dardos de Abu Toha son inofensivamente pacíficos. Solo sacuden la conciencia de quienes los leen.

 

“Por desgracia, la realidad hoy resulta peor que lo que cuenta ese poema”, advierte en conversación con El Independiente Abu Toha. “Lo escribí sobre nuestro pueblo, sobre cómo nuestros miembros fueron descuartizados por los ataques aéreos y sus nombres no se pronunciaban correctamente en la televisión. Pero el 7 de octubre, después de que Israel iniciara su genocidio contra el pueblo, la muerte se ha cobrado cientos de miles de vidas. 60.000 de ellas por ataques aéreos y balas. El resto murió porque no hay medicinas, ni combustible, ni ambulancias, ni atención médica. Así que, si tuviera que volver a escribir el poema, también añadiría el hecho de que muchas familias quedaron sepultadas bajo los escombros de sus casas durante meses. Ya no son solo personas desmembradas y desfiguradas por los bombardeos, sino también personas que quedaron bajo los escombros”.

Mosab-Abu-Toha-en-la-presentacion-de-Cosas-que-tal-vez-halles-ocultas-en-mi-oido-en-Casa-Arabe-de-Madrid
Mosab Abu Toha en la presentación de Cosas que tal vez halles ocultas en mi oído en Casa Árabe de Madrid.

En su cuenta de X, desafiando la censura que impone la corrección política que trata de evitarnos ver la cruda realidad de cuerpos mutilados, despedazados o ensangrentados, Abu Toha -afincado en Estados Unidos tras su salida de Gaza vía El Cairo- comparte las historias de los asesinados. Les concede el nombre y una biografía que una contienda sin fin les niega.  “Hace unos meses vi el vídeo de una niña que quedó aplastada bajo el techo de un aula donde se había refugiado con su familia. La mitad de su cuerpo estaba sepultada bajo el techo y la otra mitad colgaba. Nos merecemos un día mejor. Esto no es la guerra. Esto no es la muerte. Espero que no sea la muerte en absoluto”, desliza el autor de Cosas que tal vez halles ocultas en mi oído, publicado en castellano por Ediciones del Oriente y del Mediterráneo.

Desde los primeros bombardeos hace 21 meses, Abu Toha ha perdido en Gaza a decenas de parientes, amigos y vecinos. El domingo a la lista de muertos se añadió Ali. “Mi primo Ali ha muerto hoy mientras esperaba comida. Tenía 34 años y era padre de cuatro hijos. Mirad cómo el hambre le había demacrado el rostro y agotado el cuerpo”, escribió tras recibir la noticia. “Hoy ha sido un día de pérdidas insoportables. Mi primo ha sido asesinado, el hermano de mi esposa y otro primo han resultado heridos, y muchos de mis amigos del barrio han regresado con miembros amputados. Eran hombres jóvenes, hijos, padres, que habían salido desesperados para traer aunque fuera un poco de comida a sus familias. Sus frágiles cuerpos apenas podían soportar el viaje de más de 10 kilómetros, pero ¿qué otra opción tenían? ¿Cómo puede alguien quedarse en una tienda de campaña mientras sus hijos y sus padres ancianos se retuercen de hambre? Lo que está haciendo Israel es monstruoso, y debe rendir cuentas”, relata.

Abu Toha -galardonado este año con el Premio Pulitzer por una serie de ensayos publicados en The New Yorker que narran la vida en Gaza- salió de Gaza a finales de noviembre de 2023 tras ser secuestrado durante tres días por las fuerzas israelíes. “Los israelíes me lo robaron todo: el pasaporte, mi familia, mi dinero, mis tarjetas de débito y crédito, mi ropa, mis zapatos, todo lo que tenía, incluso mi reloj. Cuando llegamos a Egipto, me obligaron a solicitar un visado para Estados Unidos”, admite. Desde entonces, observa el exterminio de los suyos desde lejos. Van cayendo uno a uno. Sin tregua, entre rumores de un alto el fuego que llevan semanas negociando Hamás e Israel en Qatar y que nunca llega.

“Lo estoy perdiendo todo. No puedo detenerlo. Veo cómo me arrebatan todo, las vidas de algunos de mis amigos y algunos de mis alumnos. He pasado el último año y medio viendo cómo lo perdía todo, viendo cómo me arrebataban para siempre las cosas que amo”, maldice.

“La casa bombardeada. Todos han muerto:/ los niños, los padres, los juguetes, los actores de televisión,/ los personajes de las novelas y los libros de poesía,/ «yo», «él» y «ella». No quedan pronombres. Ni siquiera/ para los niños cuando aprendan las oraciones/ el próximo año. La metralla vuela en la oscuridad,/ busca las risas de la familia,/ ocultas tras montones de muros desfigurados y marcos sangrantes. La radio/ ya no habla. Se han quemado las pilas,/ la antena está rota./ Hasta el locutor sintió dolor cuando la radio/ fue alcanzada. Hasta nosotros, al oír la bomba/ mientras caía, nos arrojamos/ al suelo,/ cada uno contando a los de alrededor./ Estábamos a salvo, pero el corazón nos duele todavía.”

“Sigo escribiendo poemas, pero como estoy viajando y también sigo las noticias, traduzco y publico en mis redes sociales, no dedico tanto tiempo a escribir poesía como antes. Ni siquiera puedo sentarme a pensar en escribir un poema. Escribo poemas de vez en cuando, pero no como antes”, reconoce Abu Toha. En los ratos en los que deja de informar del reguero interminable de muertes, el poeta regresa a los versos. “Gaza se ha convertido en un gran funeral” es el título de uno de los poemas que ha logrado pergeñar en los últimos meses.

Sostiene que, a pesar de la carnicería que sobrevuela Gaza, no ha pensado jamás en rendirse. Su salvavidas es la poesía. Estrofas que, como balas, cruzan el espacio y rompen el silencio y la indiferencia, cuando no la complicidad, con los que los despachos en Occidente tratan con la operación militar israelí. “Los poemas que escribo no tratan sobre matar a otras personas. No incito a la gente a matar a otras personas como hacen los israelíes con nuestro pueblo en Gaza, en el Líbano y también en Siria. Pero lo único que puedo hacer con mi poesía es resistir el borrado, el acto de olvidar las historias de las personas que fueron asesinadas por las fuerzas israelíes. Me resisto al borrado, al olvido de estas historias. Llevo estas historias a las personas que no saben nada sobre Gaza. Me resisto al genocidio israelí compartiendo las historias de cada uno de mis alumnos, de mi pueblo, de los niños, los padres y las madres y de todos”.

De viaje en viaje, Abu Toha -que pasó por Madrid el pasado noviembre- reconoce que la reacción internacional al sufrimiento en Gaza -donde el hambre deja su marca en cuerpos esqueléticos- le ha hecho perder parte de la esperanza. “Todo el mundo ha estado viendo lo que está pasando en Gaza. Mucha gente en todo el mundo ha pedido un alto el fuego, un embargo de armas. Solo hay que esperar. Los gobiernos del mundo han ignorado todo esto. La gente en Estados Unidos y Europa ha pedido a sus gobiernos que dejen de enviar armas a Israel. Ningún político en todo el mundo ha dicho que el pueblo palestino tiene derecho a defenderse bajo la ocupación. Nadie ha hablado de ningún derecho que tenga el pueblo palestino por vivir bajo la ocupación. Pero Israel tiene derecho a todo. Tiene derecho a defenderse matando a los niños y a sus padres. Tienen derecho de destruir casas, de volar casas en Cisjordania y también en Gaza…”.

Y frente a los densos silencios, Abu Toha apuesta por “la educación”. “La gente necesita aprender, leer, escuchar al pueblo palestino, sus historias y sus esperanzas. Occidente, en general, no ha sabido escuchar al pueblo palestino, no ha sabido proteger sus derechos humanos, sus derechos básicos a existir en su propia tierra, a obtener lo que todo el mundo obtiene como ser humano”, comenta.

Una tarea para que el poeta que retrata la muerte en Gaza aún estamos a tiempo. “Nunca es demasiado tarde. No tiene sentido dejar de hablar de lo que está pasando. Porque eso es lo que quiere Israel. Eso es lo que quieren los genocidas que quieren matar a todo el mundo en Gaza, en Palestina, y robarles la tierra. Eso es lo que quieren. Así que no debemos hacer lo que ellos quieren”, replica. “¿Agotado? Sí, me siento agotado, por supuesto. Soy un ser humano. Pero no puedo quejarme porque mi gente en Gaza está siendo torturada”.

Abu Toha prefiere decir que la poesía “no es su arma sino una herramienta de supervivencia». “Porque cuando doy voz a mi pueblo, que no tiene voz, a mis alumnos que fueron asesinados, intento que sobrevivan. Aunque ellos no sobrevivan, al menos sus historias sobrevivirán”, murmura. Gaza lleva sitiada desde 2007. Siempre hay drones, F-16, y en el mar hay buques de guerra y cañoneras. Nunca ha habido paz en Gaza. La paz llegará cuando Palestina sea libre y cuando el pueblo palestino tenga derecho a vivir en su propia tierra con dignidad y sin ocupación”, concluye.

A pesar de la metralla que ha desfigurado la Franja, reducido a escombros su geografía y convertido en nómadas perpetuos a su menguante población, el poeta sueña con retornar a lo que queda de casa. “Me encantaría ir a Gaza ahora, después de terminar mi llamada contigo. Espero poder volver pronto para reconstruir y ver a mi familia. No veo a mi padre desde hace más de un año. Tampoco a mi madre. No veo a mis hermanos ni a sus hijos. Mi hermana dio a luz hace meses y es el primer bebé que no he visto, al que no he besado, al que no he cogido en brazos, al que no he acunado…”.

Artículo completo en El Independiente

 

Mosab Abu Toha en la biblioteca Edward Said, de libros en lengua inglesa, que fundó en Gaza en 2019, poteriormente destruida por el ejército israelí.

 Premio Pulitzer

Es un honor para mí recibir hoy el Premio Pulitzer. Muchísimas gracias al jurado y a los miembros de la junta directiva por honrarme.
Dedico este éxito a mi familia, amigos, profesores y estudiantes de Gaza.
Bendiciones a los 31 miembros de mi familia que murieron en un ataque aéreo en 2023.
Bendiciones a las almas de mis cuatro primos hermanos, dos de los cuales murieron junto con sus cónyuges e hijos. Bendiciones al alma de mi tía abuela, Fátima, cuyo «cadáver» permanece bajo los escombros de su casa desde octubre de 2024. Bendiciones a las tumbas de mis abuelos, a quienes nunca encontraré.
Bendiciones a las almas de mis alumnos que murieron buscando comida o leña. A la escuela donde estudié y enseñé, a la biblioteca que fundé y a la que añadí un libro de poesía antes de 2023.
Bendiciones a muchos más. ¡Estoy orando por un alto el fuego inmediato y permanente y por JUSTICIA y PAZ!
#mosababutoha #Palestina #Gaza #poesía #poemasdesdeGaza #thepulitzerprizes #cosasquetalvezhallesocultasenmioído

 

La poesía salvó la vida de este escritor palestino: "Quiero ayudar a que la gente visualice cada muerte

Mosab Abu Toha logró salir de Gaza con su familia gracias a sus contactos en EEUU, donde publicó su primer poemario y ha ganado el Pulitzer y el American Book Award. Hoy da clase de Literatura en la universidad y utiliza la poesía para narrar su sufrimiento: "No necesito que nadie entienda entienda al pueblo palestino, sólo que tengan buen corazón"

 

 Sara Polo | El Mundo | 6 de mayo de 2025
Mosab Abu Toha en Casa Árabe el día de presentación de Cosas que tal vez halles ocultas en mi oído (fotografía de Rosa Díaz | EFE).


 

Al tercer día lo liberaron: "Disculpe el error, puede usted volver a casa". Él se preguntó qué quedaría de aquella casa a la que le invitaban a volver. Poco después confirmaría, a casi 10.000 km de allí, que su antiguo hogar había quedado reducido a ruinas.

 

El 19 de noviembre de 2023, mes y medio después de aquel 7 de octubre que cambiaría su vida para siempre, Mosab Abu Toha viajaba junto a su mujer y a sus tres hijos hacia el paso fronterizo de Rafah, en el sur de Gaza. El benjamín de la familia, de tres años y medio, había nacido en Estados Unidos, así que la embajada les había ofrecido ayuda con la evacuación. Pero en el enésimo checkpoint, un soldado israelí posó sus ojos en el joven padre de familia.

 

"El hombre de la mochila negra con un niño pelirrojo en brazos: ponga al niño en el suelo y camine hacia mí".

 

De rodillas, escuchó una orden por megafonía: todos los hombres debían desnudarse. Durante tres días estuvo esposado. Le ataron a una silla con los ojos vendados, le golpearon en la cara y el estómago, le insultaron a gritos y le ordenaron hasta la extenuación que demostrara que no pertenecía a Hamás. Mosab recitaba para sus adentros aquel poema suyo intentando mantener la mente fría:

 

"Mi abuelo fue un terrorista./ Cultivó su huerto,/ regó las rosas en el patio,/ fumó cigarrillos con mi abuela/ en la playa amarilla, allí tumbado/ como en una alfombra de rezar".

 

Y al tercer día llegó la liberación en forma de disculpa con una sonrisa llena de amabilidad. No, Mosab Abu Toha no era un peligroso terrorista sino un poeta palestino ganador del premio Pulitzer por sus columnas de opinión en The New Yorker y del American Book Award con su primer libro, Cosas que tal vez halles ocultas en mi oído. Poemas desde Gaza -editado en España por Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, con traducción de Joselyn Michelle Almeida, y que presentó el pasado noviembre en Casa Árabe-, columnista habitual de The New York Times y amigo por correspondencia de Noam Chomsky desde que una publicación suya se hizo viral en Facebook y lo llevó a fundar la primera biblioteca pública en inglés de la Franja y a dar clase en Harvard como profesor visitante, pero a esa historia regresaremos más tarde.

 

Ahora estamos con Mosab saliendo finalmente de Gaza y sin saber quién hizo la llamada definitiva desde EEUU. No lo sabrá nunca.

 

Responde al Zoom desde su casa familiar en Siracusa, en el extremo norte del Estado de Nueva York, donde da clases de Literatura en la universidad. "Estamos bien", confirma. "Mis hijos van al colegio y yo tengo trabajo, también escribo poemas y traduzco noticias de última hora que llegan desde Gaza y las comparto en mis redes sociales. A veces conozco a algunos de los muertos de los que hablan, son mis vecinos, mis amigos, mis alumnos, mis familiares. Mi esposa y yo hemos perdido a mucha gente en los últimos 18 meses".

 

Y Mosab relativiza. La política migratoria de Trump no asusta a quien ha logrado escapar del infierno: "Supongo que me expongo a la deportación por hablar tan abiertamente de lo que pasa en Palestina, pero no estoy más preocupado que cualquier otro inmigrante en EEUU. Estamos bien".

 

No es fácil conversar con este hombre que a sus 32 años ha vivido muchas más vidas que cualquiera de sus entrevistadores. No le interesa tanto hablar de su propia experiencia como dejar claro un mensaje: Occidente no quiere ver lo que le está pasando a su pueblo porque en el fondo sabe que es culpable, por acción o por omisión. No sus gobiernos sino la gente, que para eso los han votado. "Sois cómplices de los crímenes de guerra que se están cometiendo contra el pueblo palestino", sentencia.

 

Intentamos volver a su historia, que empieza mucho antes del 7 de octubre. Mucho antes, incluso, de nacer. Con aquel abuelo terrorista que cultivaba su huerto y fumaba en la playa.

 

¿Qué implica ser la tercera generación de refugiados?

    Mi abuelo conservó hasta el fin de sus días las llaves de su casa en Yaffa, de donde le expulsaron en 1948, por si algún día regresaba, pero murió como refugiado antes de que yo naciera. Para mí, él es también la Palestina de antes de la ocupación, a la que a mí me gustaría regresar algún día, no a la devastada por la guerra. Mi abuelo se fue antes de que yo naciera, igual que mi tierra. De él sólo heredé la condición de refugiado y yo se la he transmitido a mis hijos. Espero que termine aquí, tiene que haber un fin.

¿Cuándo se dio cuenta el niño Mosab de que su situación no era como la de los demás?

    La primera vez que sentí que vivía en un lugar terrible tenía siete u ocho años. Un cohete destruyó un edificio a apenas 100 metros de donde estaba. En los mismos días vi la muerte televisada del niño Muhammad Al-Durrah, de 12 años, tiroteado ante las cámaras cuando se refugiaba tras un muro junto a su padre. Ahí comprendí que mi hogar era un lugar peligroso para mí.

La poesía como bálsamo llegó tras la guerra de 2014, cuando Israel y Hamás intercambiaron una lluvia ininterrumpida de cohetes durante 51 largos días. Mosab perdió a tres de sus mejores amigos. Un ataque aéreo destruyó completamente la casa de su vecino y derrumbó parcialmente la suya. Y él transformó su crónica diaria del horror en Facebook en poemas, pequeños testimonios sin rimas ni adornos, algunos en verso, otros no, pero todos llenos de sonoridad: «Les duelen los oídos al oír las sirenas,/ a nosotros nos ensordecen las explosiones».

El primer poema brotó a borbotones del recuerdo de su propio dolor físico. Cuando tenía 17 años, Mosab estaba haciendo la compra y escuchó un fuerte estruendo. Lo siguiente que recuerda quedó grabado en frases cortas como aquellos segundos entrecortados en los que sobrevivió por pura casualidad: «Como un loco, empiezo a correr./ Alguien me da un pañuelo para limpiarme la sangre/ de la mejilla izquierda y de la frente./ Necesito mucho más que eso./ No son solo las mejillas y la frente./ La metralla me ha perforado el cuello,/ y el hombro».

 

    "La poesía me permite redefinir el lenguaje y abrir mis sentimientos. No necesito que nadie entienda al pueblo palestino, sólo que tengan buen corazón"

 

¿Qué significa la poesía para usted?

    Me ayuda a redefinir el lenguaje. Es distinto escribir sobre tu propia casa destruida que hacerlo sobre la de un amigo. Una niña muerta en un bombardeo es diferente de la niña quemada viva en una tienda de campaña. Cada ataque aéreo es absolutamente diferente. Usamos las mismas palabras para referirnos a cosas únicas. La poesía redefine esas palabras, el verbo asesinar, el sustantivo masacre, para contar la historia de esas personas. Quiero ayudar a la gente a visualizar lo que significa cada muerte, cada herida, para moverlos a la acción, para romper esa anestesia colectiva.

¿Y funciona?

    Mucha gente se escuda en que la situación es complicada, pero como ser humano no necesito entender lo que está pasando, no tengo que estar de acuerdo con los israelíes o los palestinos. Como artista te abro mis sentimientos no para que entiendas, sino para que sientas lo que te estoy contando. ¿No te genera ningún sentimiento ver a esos niños asesinados? ¿De verdad no te parece que esto debe parar? No necesito que nadie ame al pueblo palestino, sólo que tengan buen corazón y exijan un alto el fuego.

Durante la guerra de 2014 que inoculó en Mosab el virus de la poesía también quedó reducida a escombros la Universidad Islámica de Gaza, en la que Mosab estudiaba Filología Inglesa, justo cuando estaba a punto de graduarse. Entre las ruinas rescató casi indemne una antología de la literatura estadounidense y le pareció paradójico que las bombas fabricadas en EEUU destruyeran su propio legado.

 

    "La cultura es un objetivo de guerra, no se trata sólo de matar a la gente sino de destruir su herencia y su educación"

 

El joven estudiante se fotografió con aquella obra y publicó su reflexión en Facebook. Su post se hizo inmediatamente viral y empezaron a llegar libros por correo, muchos de grandes nombres como Noam Chomsky. Tantos llegaron que un par de años y un crowdfunding más tarde abría en Beit Lahia la primera sucursal de la Biblioteca Edward Said, en honor al intelectual palestino-estadounidense. En 2019 abrió un segundo local en la ciudad de Gaza antes de partir hacia Harvard para ejercer como profesor visitante durante dos años. Allí nacería su hijo.

Hoy ninguna de sus bibliotecas sigue en pie. Tampoco existe ya su colección personal.

 

¿Es la cultura también un objetivo de guerra?

    Pues claro. No se trata sólo de matar a la gente, sino también en destruir su herencia, su cultura y su educación. Algo de lo que nadie habla es de todos esos niños que llevan año y medio sin escolarizar. En lugar de aprender el alfabeto o matemáticas van a refugios escolares que son basura. Y digo basura, literalmente. Eso si no pasan el día con su familia haciendo cola para conseguir un balde de agua o corriendo de una tienda de campaña a otra, intentando sobrevivir. Es devastador.

Como si el destino mandara una señal, Mosab recibe una llamada. Es la guardería de su hijo, donde sí aprende los animales, las letras, los números. Donde está seguro. Donde no hay basura.

 

¿Es posible construir un hogar en el exilio?

    Para mí, como individuo, creo que siempre que tenga a mi mujer y a mis hijos conmigo llevaré mi hogar allá donde vaya. Pero mi esperanza es poder establecernos en la tierra a la que pertenecemos, donde tenemos nuestros recuerdos de infancia, donde enterramos a nuestros abuelos, a nuestros hermanos, a nuestros amigos. Con suerte, algún día conseguiremos el sueño del pueblo palestino: vivir en nuestra propia patria en seguridad y en paz.

 

Y cierra Mosab la conversación citando otro de sus poemas:

"Una vez dijeron que Palestina sería libre mañana.

¿Cuándo es mañana? ¿Qué es la libertad?

¿Cuánto tiempo dura?".

 

Artículo completo en El Mundo 

 

 

Mosab-Abu-Toha-Mi-abuelo-era-un-terrorista-Reflexión-y-liberación-Chile-junio-2025
En Reflexión y Liberación, Francesca Fornario, desde Roma, publica «Mi abuelo fue un terrorista», del poeta palestino Mosab Abu Toha.

El poeta palestino Mosab Abu Toha, nació en Gaza, ‘donde no elegí nacer, porque yo, al igual que tú, no pude elegir el lugar donde vine al mundo’, sus escritos hablan de casas derrumbadas, familias asesinadas y el miedo a ir al baño porque la bomba podría caer en ese momento y morir desnudo… nadie quiere morir.

Mosab habla así en 2022, al presentar su primer poemario, ‘Cosas que puedes encontrar ocultas en mi oído‘, publicado por la legendaria City Lights de San Francisco, fundada en 1953 por Lawrence Ferlinghetti. En 2022: el año anterior al 7 de octubre de 2023, cuando Gaza ya había sido bombardeada tantas veces que los padres usaban los bombardeos para recordar la fecha: ‘Por ejemplo, en nuestra zona se dice: Mi hijo nació durante la guerra, o Mi hijo nació dos meses después de la guerra’.

Mosab comenzó a escribir poesía en 2014, después de la operación militar israelí que arrasó barrios enteros y antes de la operación militar israelí que arrasará aún más barrios : ‘La mayoría de mis poemas tratan sobre la oscura realidad de Gaza. Aquí la gente piensa en la muerte y las guerras; no pueden pensar en el mañana ni en el futuro, porque siempre tememos que la historia se repita’.

Y toda guerra -que no es una guerra, cuando de un lado está la fuerza aérea y del otro, civiles indefensos- nos arrebata edificios, familias, sueños: ‘Por eso maduramos tan rápido. Tenía nueve años cuando vi un helicóptero disparar contra un edificio y derrumbarlo’. Viviendo en estas condiciones, nos vemos obligados a dejar atrás nuestra infancia. La guerra nos envejece, aumentando nuestro sufrimiento y nuestro dolor. Ahora que soy padre, me veo a través de los ojos de mis tres hijos, que ahora viven en condiciones aún peores que cuando yo era niño.

Empezó a escribir poemas en inglés, Mosab, para que los escucháramos. Para denunciar al mundo lo que Israel, con la complicidad de los gobiernos occidentales, les estaba haciendo a los palestinos: ‘Cuando escribo en inglés, pienso en un oyente occidental como si le hablara directamente para contarle lo que está sucediendo aquí en Gaza’.

Nos escribe porque quiere que nos pongamos en su lugar: ‘La ocupación intenta manipular las acciones de las víctimas —los palestinos— y convertirlos en terroristas. Si alguien odia a otra persona, pensará que todo lo que hace es malo, sin importar lo que haga, incluso lo más inocente. Los colonos, los ocupantes, siempre nos temen, hagamos lo que hagamos, porque saben que este no es su hogar ni su tierra’. Escribe sobre su abuelo, un refugiado: ‘Para mí, mi abuelo representa a Palestina. El ocupante cree que mi abuelo o cualquier palestino es un terrorista, pero yo muestro quién eran realmente’.

Mosab escribió en 2014, cuando, según documentos de la ONU, en menos de dos meses, más de 12.000 apartamentos fueron completamente destruidos por la artillería israelí y otros sufrieron daños tan graves que no pudieron seguir habitados. 2.251 palestinos murieron a causa de las bombas israelíes, en su mayoría civiles. Entre ellos, 551 niños y 299 mujeres. En el mismo período, también murieron 66 soldados israelíes y cinco civiles, incluido un niño. 11.231 palestinos resultaron heridos, entre ellos 3.540 mujeres y 3.436 niños, un tercio de los cuales tenían discapacidad. Casi 300.000 palestinos fueron desplazados.

He cumplido 27 años y no he salido de Gaza ni una sola vez: esto es una privación. Nunca he tenido la oportunidad de tener una vista aérea de Gaza ni de mi casa, porque no hay aeropuerto. Estamos asediados por todos lados. Al final comprendí que en Gaza se nos impide siquiera imaginar el mundo que nos rodea.

El siguiente poema está dedicado a su abuelo*, quien se vio obligado a vivir en una tienda de campaña después de que los colonos ocuparan su casa. ‘Seguimos viviendo en una tienda de campaña, abuelo’, escribió Mosab en 2024, antes de lograr salir de Gaza con su esposa y sus tres hijos. En el cruce de Rafah, la policía israelí lo arrestó, lo retuvo durante tres días, le rompió los dientes, le llenó los moretones y le confiscó todas sus bolsas con ropa para los niños. Su madre y su familia siguen atrapados en Gaza.

Les hablo de Mosab porque estoy convencida de que lo más importante en la vida es ponerse en el lugar del otro. Si pudiera elegir una superpotencia, sería esta. Otro poeta palestino fallecido en el exilio, Mahmoud Darwish, lo dice en uno de sus poemas: ‘Piensa en los demás‘: Cuando estés a punto de regresar a casa, a tu hogar, no olvides a la gente de las tiendas. Mientras duermes contando los planetas, piensa en los demás, en aquellos que no encuentran un lugar donde dormir. Los poemas de Mosab Abu Toha nos ayudan a ponernos en su lugar, en el de su abuelo, en el de todas las víctimas de décadas de ocupación y segregación en violación del derecho internacional, de la limpieza étnica de la que nuestros gobiernos son cómplices.

Publicó este poema para el mundo desde la Biblioteca pública Edward Said que Mosab, a los 24 años, fundó en Gaza con libros en inglés que pidió como regalo de todo el mundo. La biblioteca fue arrasada hace meses por la artillería israelí.

*Mi abuelo era un terrorista*

Mi abuelo era un terrorista.
Cuidaba su campo,
regaba las rosas del patio,
fumaba cigarrillos con mi abuela
en la playa amarilla, tumbado allí
como una alfombra de oración.

Mi abuelo era un terrorista:
recogía naranjas y limones,
iba a pescar con sus hermanos hasta el mediodía y
cantaba una canción reconfortante de camino
al herrador con su caballo pío.

Mi abuelo era un terrorista.
Preparaba una taza de té con leche y
se sentaba en su tierra verde,
suave como la seda.

Mi abuelo era un terrorista.
Salía de su casa,
dejándola para los invitados que llegaban,
dejaba un poco de agua en la mesa, la mejor,
para que los invitados no murieran de sed después de su conquista.

Mi abuelo era un terrorista.
Caminó hasta el pueblo seguro más cercano,
vacío como un cielo sombrío,
vacío como una tienda desierta,
oscuro como una noche sin estrellas.

Mi abuelo era un terrorista.
Mi abuelo era un hombre,
el sostén de diez familias,
cuyo lujo era tener una tienda de campaña,
con una bandera azul de la ONU colocada en un mástil oxidado,
en la playa, al lado de un cementerio.

Francesca Fornario – Roma

 

Cosas-que-tal-vez-halles-ocultas-en-mi-oído-Mosab-Abu-Toha-Carlos-Alcorta-El-diario-montañés-No-hay-lugar-para-la-indiferencia Artículo de Carlos Alcorta en El Diario Montañés, el 13 de junio de 2025

 

sábado, 13 de mayo de 2023

Mahmud Darwish: El poeta troyano


 

En estas conversaciones, se desgranan severas observaciones políticas, no exentas de mordacidad o de autocrítica cuando es el caso. Darwish no rehúye hablar de la actualidad política. La suya es una poética de la presencia de Palestina contra el poder de los mitos y los tanques israelíes que, con suerte, concede al poeta ser «palestino» pero no «de Palestina». Lo dejó dicho en un verso memorable: «Se llamaba Palestina. Se sigue llamando Palestina».
Darwish, que nunca negó que en sus inicios cultivara la poesía de resistencia, reclamó su derecho a una evolución hacia posiciones de universalidad poética. Lo cual, por otra parte, y según su pensamiento, le permitía expresar mejor la tragedia palestina. Si el derecho al fin de la Ocupación y el retorno son parte inseparable del derecho universal a la libertad y la justicia, para Darwish escribir sobre el amor o la belleza refuerzan la humanidad del ser palestino y lo preservan de la contingencia histórica, que lo empuja a la extinción.

Luz Gómez

 

 


Marina Landa – Espacio Público

El poeta troyano. Conversaciones sobre la poesía reúne cinco entrevistas que Mahmud Darwish, en su madurez, concedió a diferentes medios. En su prólogo, Luz Gómez, editora y traductora del libro, nos advierte de que existen numerosas entrevistas de Darwish en sus inicios y en la etapa de madurez, pero guardó “un premeditado silencio, casi total en su periodo medio que coincide con los años de su exilio en Beirut, Túnez y finalmente en París”. El regreso a Palestina, tras los Acuerdos de Oslo, dio inicio a una nueva etapa de su vida y de su poesía, a la que corresponden las entrevistas aquí seleccionadas. “La entrevista —continua la prologuista— es un género temerario. La frescura y la sinceridad casan mal con la cautela y la prudencia necesarias. Darwish supo llevar a su terreno el género y desgranar sus intereses mayores: lo poético y lo político, lo personal y lo colectivo”.

A través de estas conversaciones, Darwish va desgranando su poética, que ha ido evolucionando a lo largo de su dilatada obra, desde una poesía de resistencia a una poesía que reclama su lugar en la universalidad poética, que, a su parecer, le permite expresar mejor la tragedia palestina. Deslindar lo político de lo poético, lo personal de lo colectivo sin renegar de nada.

A la pregunta de Abdo Wazen en “Nacimiento a plazos” —la más larga de las entrevistas que recoge el presente volumen— de si París, ciudad en la que el poeta vivió exiliado durante diez años, fue decisiva para darlo a conocer, Darwish responde: “No sé. Lo que sí sé es que en París tuvo lugar mi verdadero nacimiento poético. Si tuviera que destacar algo de mi poesía, casi todo con lo que me quedaría lo escribí en París, durante los años ochenta y primeros noventa. Allí tuve la oportunidad de pararme a pensar y reflexionar sobre la patria, el mundo, las cosas, poniendo cierta distancia, una distancia iluminadora”.

Más adelante, refiriéndose a su retorno a los Territorios Ocupados de Palestina, dice: “Así que tomé la segunda decisión más arriesgada de mi vida: tras la salida, el retorno. Salir y retornar son los dos pasos más difíciles que he tenido que dar. Elegí Ammán porque está cerca de Palestina y porque es una ciudad tranquila de buena gente. Allí puedo hacer mi vida. Cuando quiero escribir, me marcho de Ramala y aprovecho para estar solo en Ammán”.

En Ramala, Mahmud Darwish siguió dirigiendo la revista Al-Karmel, cuyos archivos fueron destruidos por el ejército israelí durante el asedio de la ciudad en el año 2002.

Wazen alude a La cama de la extranjera, “un libro de amor muy hermoso”, cito literalmente, uno de los poemarios de su etapa final, en el que parece que Darwish consigue acabar con la idea de que en su poesía la mujer es la tierra, o la amada, la patria. “Es peligroso andar siempre aferrándose a los símbolos. La mujer es un ser humano y no un medio para expresar otras cosas. La rosa es un ser vivo sublime y no tiene por qué simbolizar la herida o la sangre”, contesta Darwish, y prosigue:

La identidad de ser humano del palestino precede a su identidad nacional … El palestino es un ser que ama, odia, disfruta de la primavera, se casa… Igual pasa con la mujer, que significa otras cosas que no son la tierra. Por más bonito que sea que la mujer encarne la existencia entera, lo primero es que tiene su personalidad como mujer.

Cuando a raíz de la publicación de La cama de la extranjera se me echó encima la crítica, que me acusó de haberme desentendido de la causa palestina, les respondí que al contrario, que este libro profundizaba en esa dirección. Que escribir sobre el amor representa una dimensión esencial de la resistencia cultural, y que si somos capaces de escribir sobre el amor o la existencia, la muerte o el más allá, nuestros valores nacionales y nuestra identidad salen reforzados. No somos una arenga política, no somos un panfleto. Como he dicho y repetido en más de una ocasión, ser palestino no es una profesión: por más que el palestino luche y defienda su tierra y sus derechos, ante todo es un ser humano.

En la entrevista que cierra el libro, “La estética de la desesperación”, Darwish confiesa a Dalia Karpel, del diario israelí Haaretz: “La situación actual es la peor que quepa imaginar. Los palestinos son la única nación en el mundo que sienten con certeza que el día de hoy es mejor que los días venideros. Mañana siempre trae una situación peor”.  Estas palabras fueron pronunciadas en julio de 2007, pocos días antes de un recital histórico en el Auditorio Monte Carmelo de Haifa (Israel en la actualidad), y parecen proféticas: en marzo de 2023 la situación de Palestina empeora irremisiblemente, el día de hoy es, lamentablemente, mejor que los días venideros.

 

Artículo completo en Espacio Público

 

 

 

jueves, 6 de enero de 2022

"Las cocinas de Gaza" por Teresa Aranguren (infolibre, 4 de enero de 2022)

 

 

Plaza Pública

Las cocinas de Gaza

Teresa Aranguren

4 de enero de 2022

 

 

Este no es un libro de cocina sino de cocinas, esos espacios íntimos y familiares donde, entre cazos, guisos  y cuentos mil veces contados, ocurre la vida. Este libro habla del gusto de vivir pese a todo y frente a todo. Habla de las gentes de Gaza.

 

“Quizás sean los carteles de colores brillantes que cuelgan de la pared o el patio primorosamente rastrillado y repleto de todo tipo de hierbas aromáticas. Quizá las caras impacientes de las seis niñas que salen a saludarnos y suben corriendo las escaleras con sus largas trenzas negras y brillantes. Sea cual sea la razón, salta a la vista que la casa de Um Hana en Beit Lahia es un lugar alegre”.

 

Extraña descripción de un lugar que los informes de Naciones Unidas han calificado de “inhabitable”. En el excelente prólogo de este libro, Raquel Martí, directora de UNRWA-España (Agencia de Naciones Unidas para los refugiados palestinos) ofrece los datos de la catástrofe que el bloqueo israelí impone sobre la población de Gaza: cortes de electricidad diarios de más de ocho horas de duración, el 96% de las aguas del acuífero están  contaminadas, el agua potable tiene que ser traída en camiones y su precio resulta inasequible para la mayoría de la gente, el paro alcanza al 48% de la población y en el caso de los jóvenes al 65%, los hospitales padecen una constante falta de material sanitario y se sostienen al borde del colapso,  gran parte de las infraestructuras, desde las depuradoras de agua y el sistema de alcantarillado hasta viviendas, edificios administrativos, cultivos y granjas han sido destruidas por las bombas.

 

Sí, Gaza es un territorio inhabitable o, más exactamente, sería un territorio inhabitable si no fuera porque su gente, sobre todo sus mujeres, se empeñan en hacerlo habitable.

 

No se trata de dulcificar lo insoportable ni de ocultar el sufrimiento cotidiano de la vida en Gaza, este libro no habla de héroes con superpoderes sino de seres humanos que resisten la adversidad, se apoyan mutuamente y cocinan entre risas y cotilleos como se hacía en las cocinas de la aldea de la que fueron expulsados y cuyo nombre ya no figura en los mapas. Las mujeres de Gaza cocinan para preservar la vida. Y la memoria.

 

Um Ibrahim nació en la localidad de Beit Tima al sur de Yafa, a sus más de 90 años mantiene vivos sus recuerdos de infancia y juventud y “le brillan los ojos cuando describe con detalle las verduras silvestres y las hermosas calabazas de su pueblo natal”. También recuerda con precisión lo que ocurrió en el otoño de 1948 cuando, tras buscar refugio en una aldea cercana porque las milicias sionistas llegaban a su pueblo, su familia decidió regresar días después a Beit Tima para recoger la cosecha de grano que tenían almacenada en la casa, “encontramos a muchos de nuestros vecinos muertos, con disparos en la frente y miembros amputados…”.  Um Ibrahim huyó con su familia y sus vecinos a Gaza. Vive en el campo de refugiados de Deir Al Belah. Nunca ha vuelto a ver su pueblo ni los paisajes de su infancia, pero conserva el legado de sabores y olores de aquella Palestina que fue y pervive en las recetas que aprendió de niña en Beit Tima. La que Um Ibrahim nos ofrece en este libro es la de “Bamia ua adas”, un guiso de lentejas y verdura típico no solo de esta región sino de toda Palestina.

 

Laila Al Haddad y Maggie Schmitt recorrieron las cocinas de Gaza en busca de recetas tradicionales, pero sobre todo de relatos, retazos de vida que las mujeres van desgranando en su charla mientras majan en el mortero un poco de comino, sésamo, albahaca y aceite o desgranan los rubíes de una granada. La mayoría de las personas que aparecen en este libro son mujeres, pero  también hay algún hombre, como Abdel Munin, que gestiona una pequeña finca de cultivo ecológico en Beit Hanun o Mohamed Ahmed, que antes del bloqueo solía exportar fruta a Europa y ahora, con sus árboles arrancados porque sus tierras quedaban cerca de la frontera, depende de la ayuda alimentaria de UNRWA. En Gaza la alimentación es tarea de mujeres cuando se realiza en casa, si es negocio es cosa sobre todo de hombres. Pero esto no ocurre solo en Gaza.

 

Uno de los grandes atractivos de este libro son las excelentes fotografías que acompañan cada una de las recetas, cada una de las historias, imágenes de los platos cocinados y de los rostros de quienes los muestran. Y es conmovedora la alegría de vivir que desprenden esos rostros.

 

Las cocinas de Gaza, editado con el esmero con el que Ediciones de Oriente y el Mediterráneo realiza siempre su trabajo, es un libro bellísimo. Una manera original e inteligente de mostrar el drama y la fortaleza de las gentes de Gaza.

 

Teresa Aranguren es periodista y escritora.

Artículo completo en infolibre

"Viajar por Gaza sin moverse de la cocina" por Rosa Meneses (El Mundo, 29 de diciembre de 2021)

 

 

 

Um Zuhair prepara un pastel de alholva y aceite de oliva mientras cuenta la historia de ‘Yamil y Buzaina’. El relato, que se remonta a los tiempos del califato omeya, narra el destino de dos amantes desgraciados. El poeta Yamil Ibn Maàmar, de la ciudad de Medina, se enamora de Buzaina, que pertenece a otra tribu. La familia de la joven se opone al matrimonio: no quiere que Buzaina se case con un poeta, para ellos sinónimo de libertino. Yamil, loco de amor, vaga por el desierto recitando sus versos. Sus tristes estrofas hacen llorar a las aves y las piedras. La leyenda de ‘Yamil y Buzaina’, junto con la de ‘Layla y Maynun’ -otro gran mito de la literatura árabe-, llegaron a Europa a través de la España andalusí y se cree que fueron fuente de inspiración de epopeyas como ‘Tristán e Isolda’ o ‘Romeo y Julieta’.

 

Pero estamos en una cocina. En una cocina de Gaza, concretamente. Y Um Zuhair está elaborando su postre. Tras preparar la masa, engrasa un molde con tahina y la extiende, coloca por encima almendras y piñones y pone el recipiente en el horno 45 minutos. Luego, sobre el pastel horneado, vierte almíbar frío y lo deja enfriar para cortarlo y servirlo. En ese trajinar en los fogones durante horas y horas, familiares y vecinos comparten un espacio de transmisión de cultura y conocimiento, de diálogo, de libertad, donde se recitan poemas, se cuentan historias, anécdotas…

 

Por eso, el arte de la cocina típica de Gaza es mucho más que gastronomía: es una travesía por la cultura y la sociedad de este rincón olvidado del mundo. Ese viaje puede hacerse a través del libro ‘Las cocinas de Gaza’, que acaba de publicar en España Ediciones del Oriente y del Mediterráneo. Es un periplo culinario por Palestina, con recetas que invitan a probar sus guisos especiados, el pescado relleno de hierbas, el falafel, los pasteles de nueces y sémola o su refrescante limonada con hierbabuena. Y es un mosaico de voces e historias, a la vez que un estudio de campo sobre la vida cotidiana de sus gentes bajo el férreo bloqueo impuesto por Israel desde 2007.

 

En la Antigüedad, por Gaza pasaban las caravanas de la Ruta de las Especias, con su trasiego de clavo, canela, nuez moscada o pimienta de Asia hacia el Mediterráneo. Hoy, Gaza -donde el 80% de la población es refugiada- se asocia a violencia y conflicto. «El libro pretende humanizar a la población de Gaza. Pretende compensar la representación sesgada que describe a los palestinos o como víctimas o como héroes o como agresores, una caricatura que no es lo que vive la gente, que no es la vida cotidiana, con sus momentos de alegría y pena. Queríamos un retrato a ras del suelo, con las vivencias cotidianas de las personas de Gaza, con sus situaciones terribles y su esfuerzo para llevar sus vidas con dignidad, para aportar alegría, belleza y significado», explica Maggie Schmitt, que junto con Laila El-Haddad es autora del libro.

 

«Los palestinos han sufrido la pérdida y el trauma durante el siglo pasado: la pérdida de tierra, de vidas y del hogar. Las aldeas de aquellos refugiados que se pusieron a salvo en Gaza fueron totalmente destruidas y su existencia, figurativa y literal, borrada de la faz de la tierra, de los mapas y los libros de historia», profundiza El-Haddad para este diario. «La comida es una de las maneras más importantes en las que han anclado su pérdida y han preservado y transmitido su memoria y herencia», continúa.

 

«Tomamos la comida como punto de partida para hablar de todo. Nos sitúa en realidades concretas, fuera de los grandes discursos ideológicos», prosigue Schmitt, en conversación con EL MUNDO. La comida como espacio de expresión y diálogo. «La cocina se sitúa en un papel seminal», precisa El-Haddad. «La cocina también es una forma de contar y, para quienes se toman el tiempo de escuchar, cuenta una historia curiosa que no se alinea con los Estados-Nación y transmite oralmente conocimientos fuera de lo oficial», reflexiona. Y es que, como dicen las autoras en el libro, «cuando se vive en Gaza, es un alivio que te pregunten sobre lentejas y no solo sobre política».

 

La cocina es un lugar privilegiado de transmisión familiar y vecinal de la historia, de intercambio y relación», considera Schmitt. «Hablamos de Palestina, cuya historia está en peligro inminente de extinción por el borrado de aldeas del mapa. Su memoria se perpetúa a través de la cocina: vemos que terceras y cuartas generaciones del exilio mantienen las recetas de sus aldeas, transmitidas por la familia, y que cuentan de dónde vienen. Y así saborean un pueblo que no existe desde hace 70 años», añade.

 

El recetario pone el foco en las mujeres, muchas veces mantenidas al margen del relato histórico y político. Aquí, las mujeres son el centro. No porque el libro transcurra entre ollas, sartenes y ‘zibdías’, los tradicionales cuencos de barro, sino porque retrata a las mujeres como principales transmisoras de la memoria y la historia. «Quisimos dar voz a las mujeres, que quedan fuera de la representación. Recopilar un riquísimo patrimonio culinario y hacer un acto de memoria histórica para intentar cambiar el discurso en torno a Gaza a través de la cotidianidad», destaca Schmitt.

 

«La cocina es un lugar especial donde los palestinos -y especialmente las mujeres- ejercen el control sobre algunos aspectos de sus vidas y elaboran y retienen su dignidad cuando Israel ha trabajado rutinariamente para despojarles de ella», considera El-Haddad.

 

Maestras de improvisar un plato adaptándose a lo que hay, en un contexto político y económico difícil, las autoras muestran en su trabajo cómo las mujeres hacen de las recetas transmitidas de generación en generación «un lugar de expresión y creatividad en femenino que se escapa a cualquier control».

 

Artículo completo en El Mundo, 29/12/2021

 


 

El pasado día 29 de noviembre, coincidiendo con el Día Internacional de Solidaridad con el Pueblo Palestino instituido por la ONU en 1977, en el marco de la Semana de Palestina organizada por Casa Árabe de Madrid, tuvo lugar la Presentación de «Las cocinas de Gaza. Un viaje culinario por Palestina», con la participación de Raquel Martí, directora de UNRWA en España, Sylvia Ourdia Oussedik, directora de la colección Sabores del Oriente y del Mediterráneo, y las autoras Maggie Schmitt y Layla El-Haddad (esta última por videoconferencia desde Washington), todas ellas presentadas, en nombre de casa Árabe, por Karim Hauser.
LAS COCINAS DE GAZA es mucho más que un libro de cocina, es también una aproximación a los habitantes de la Franja de Gaza, a su sociedad, a sus dificultades, a su lucha por la supervivencia y a su cultura. Añadimos a continuación un texto extraído del libro y el enlace al vídeo de la Presentación en Casa Árabe.

 

NA’EMA Y LA REVOLUCIÓN DE LAS HUERTAS DE LOS PATIOS

La nueva oleada de aficionados a hacer queso artesano y hortelanos de balcón y azotea quizá se sorprenderían si descubrieran hasta que punto coinciden con la población de Gaza.

Por toda Gaza, las familias están resucitando los viejos métodos de cultivo, de cocina y de conservación de la comida para sobrevivir a las restricciones impuestas por el asedio y los constantes cortes de luz. Enfrentados a un paro masivo como consecuencia del cierre de las fronteras y de la aniquilación del tejido productivo, los gazatíes se han volcado en masa en la agricultura a pequeña escala: en parcelas de tierra, si tienen acceso a ellas; en las azoteas y los balcones, si no tienen tierra.

Palomares y jaulas de conejos florecen en las azoteas de la ciudad. Los cortes de electricidad hacen que la refrigeración no esté asegurada, lo que conduce a un redescubrimiento de las viejas técnicas de conservación: proliferan los encurtidos y las compotas, y se pueden ver rejillas de secado en muchos patios traseros. Como a veces no se puede usar el gas para los hornos y los fuegos, muchas cocineras preguntan a sus abuelas cómo se encienden los hornos de arcilla, que se habían dejado de lado durante una generación.
Esta obligada autosuficiencia no se hace notar únicamente entre la gente corriente que trata de salir adelante; incluso el gobierno está respondiendo con planes estratégicos para reciclar a gran escala las aguas residuales y para promocionar una agricultura autóctona aprovechando las aguas pluviales.

No es una idea nueva. Durante la Primera Intifada, en la década de 1980, la palabra clave de la política y la vida cotidiana palestina era sumud, tenacidad. En la estela de la swadeshi de Gandhi, era un impulso político coordinado, asumido con entusiasmo por las organizaciones de base, para alcanzar la autosuficiencia y dar pasos hacia la independencia económica, social y psicológica de Israel.

Israel en aquel momento respondió incentivando los cultivos para la exportación y reclutando masivamente trabajadores para la agricultura israelí, con el resultado de que muchos de ellos abandonaran sus pequeñas explotaciones en Gaza a cambio de un trabajo asalariado mejor remunerado.

Una generación más tarde, con las fronteras cerradas, los jóvenes vuelven a cultivar la tierra como último recurso, recurriendo para ello al conocimiento agrícola de sus mayores.


 

 

Las cocinas de Gaza ha sido también objeto de atención de la emisión en árabe

de Radio Exterior de España. Podéis seguir aquí la emisión.

Y del programa Uhintifada de hala bedi. Podéis seguir aquí la emisión.

 

martes, 23 de marzo de 2021

Isaías Barreñada y Teresa Aranguren presentan "Palestina. Arte y Resistencia en Nayi Al-Ali"

 El pasado 20 de marzo de 2021 la periodista Teresa Aranguren y el profesor Isaías Barreñada presentaron la recopilación de viñetas del gran dibujante palestino Nayi Al-Ali en el hermoso patio de la Biblioteca Iván de Vargas de Madrid.

La TV palestina se hizo eco del evento:


 

jueves, 12 de noviembre de 2020

«Palestina. Arte y resistencia en Nayi al-Ali» en La Noche de los Libros de Casa Árabe

 

"Palestina. Arte y resistencia en Nayi al-Ali"

 

 

13 de noviembre de 2020 17:00 horas.
ONLINE
Canal de Casa Árabe en Youtube. 17:00 horas.
En español.

En el marco de La Noche de los Libros, que se celebra el 13 de noviembre en Madrid, Casa Árabe y Ediciones del Oriente y del Mediterráneo presentan esta obra sobre el dibujante palestino. El evento se emitirá en nuestro canal en Youtube.

Esta novedad editorial pretende reivindicar la figura del dibujante palestino y artista universal Nayi al-Ali, dando a conocer al público hispanohablante la importancia de su obra y el impacto de su pensamiento. Además de los textos introductorios de Teresa Aranguren y Antonio Altarriba, el volumen ofrece un recorrido por la vida de Nayi al-Ali (1936-1987), así como una amplísima selección de sus viñetas.

Creador de uno de los iconos más reconocibles de la resistencia palestina, el niño Handala, al-Ali puso su talento artístico al servicio de un mensaje: denunciar la injusticia contra Palestina, cuyo núcleo son las personas refugiadas. Al-Ali fue brutalmente asesinado en Londres solo cuatro meses antes de que estallase la Primera Intifada. Aunque en el trigésimo aniversario de su muerte, Scotland Yard reabrió la investigación, hasta la fecha la autoría del homicidio no ha sido esclarecida.

Para hablar sobre su obra y legado, Casa Árabe dialogará con la periodista Teresa Aranguren y el escritor y crítico de historietas Antonio Altarriba, así como con el hijo del autor, Khalid al-Ali.
"Palestina. Arte y resistencia en Nayi al-Ali"

Puede consultarse un avance de la presentación en El mundo desde las Casas

Y el vídeo de la presentación en el canal youtube de Casa Árabe: