HA MUERTO ASSIA DJEBAR
Reproducimos a continuación un texto publicado por su traductora y editora con motivo de su nombramiento a la Academia Francesa:
LA LENGUA DEL ENEMIGO
El
22 de junio de 2006 Assia Djebar[1]
tomó posesión del sillón 5 de la Academia Francesa, un acto poco usual en las
Academias, como su larga historia se obstina en demostrarnos [2].
Pero
si inusual es que una mujer ocupe uno de sus sillones, más sorprendente es si
cabe que quien lo ocupe sea una "antigua colonizada". Assia Djebar es
la primera persona de origen magrebí que accede a la Academia.
"Recuerdo que el año
pasado, en junio de 2005, el día en que me eligieron ustedes a su Academia,
respondí a los periodistas que buscaban mi reacción que estaba contenta por la
francofonía del Magreb. Se imponía la sobriedad, pues tenía la sensación casi
física de que sus puertas se abrían no solo para mí y mis libros, sino para las
sombras todavía vivas de mis compañeros —escritores, periodistas,
intelectuales, mujeres y hombres de Argelia que en la década de los noventa
pagaron con su vida el hecho de escribir, exponer sus ideas o, sencillamente,
enseñar… en francés".[3]
Sombras vivas que convoca en El blanco de Argelia[4],
porque el blanco es el color del luto para los musulmanes… Por sus páginas
desfilan como en una procesión ritual esos "queridos desaparecidos",
abatidos por los cuchillos o las balas de la intransigencia: a tres de ellos,
Tahar Djaout –escritor, periodista y crítico literario—, Youssef Sebti
—sociólogo— y Abdelkáder Alloula —uno de los más populares dramaturgos
argelinos— dedicó años antes el Premio de la Paz que, en el año 2002, le otorgó
la Asociación de Editores y Libreros alemanes.
Este nombramiento podría
no ser más que una anécdota, desde luego una anécdota importante en la vida de
una escritora, si no fuera por el hecho de que la ambigua / dolorosa relación
con la lengua francesa, lengua del enemigo, del colonizador ha sido y sigue
siendo la esencia misma de su escritura desde sus primeras obras.
Una escritura que a lo
largo de sus más de cuarenta años de actividad literaria ha ido tejiendo en
difícil arabesco esa lengua del Otro con las del origen: el bereber de sus
abuelas y el árabe, salpicado de bereber y con melodía andalusí, de su madre:
"el sonido del origen fermentó en el propio corazón del francés"[5]
COMO SI FUERA UN CHICO
La relación de Assia
Djebar con la lengua del colonizador se inicia a una edad temprana. Y es precisamente
su padre —la persona que debía vigilar su entrada en el gineceo para
salvaguardar su honor— quien le abre la puerta —real y simbólica— al
conocimiento, a la libertad:
"Chiquilla árabe que
va por primera vez a la escuela, una mañana de otoño, de la mano de su padre.
Este, cabeza tocada con fez, la silueta alta y erguida dentro del traje
europeo, lleva una cartera y es maestro en la escuela francesa. Chiquilla árabe
en un pueblo del Sahel argelino"[6].
Aún me producen emoción
estas palabras recogidas en las páginas del primer libro que traduje de Assia.
Esa chiquilla me tendió la mano y caminé junto a ella recorriendo las páginas
de la historia dolorida de su país. El viaje duró cuatro libros. Pero es en
este cuando se produjo la fascinación.
Ese gesto paterno: tomar
de la mano a su hija mayor y encaminarla hacia la escuela —algo tan trivial en
nuestros días— se revela gesto revolucionario, fundador.
"No recuerdo nada de
la sesión del fotógrafo de escuela; al menos de la primera fotografía en que
aparezco, precisamente en esa clase de chicos.
La miro ahora, tantísimos
años después.(…)
Me pusieron en medio de la
primera fila: una chiquilla de frente abombada, pelo negro corto y de mirada
sin duda resuelta, pero que no sé cómo definir. En la pizarrita que sostiene un
chico sentado está escrita la fecha del año escolar en tiza: 1940. (…)
Recrear el momento de
posar: mi padre hizo que se sentaran afuera, delante de la puerta, todos sus
alumnos: los más pequeños y más bajos, delante, sentados en dos filas, lo
mayores detrás, de pie. Debió de pasar revista al estado de sus indumentarias,
para que no parecieran tan flacos. A continuación se colocó a un lado: todos
están listos para la foto.
¿Y yo? Debía de estar
esperando, dócil y silenciosa, un poco apartada, a un lado. Era la primera vez:
nadie me había explicado el ritual de la foto de clase. De repente… ¿Qué
impulso de repente arrastró a mi padre? Me miró. Me vio sola, esperando, e
intimidada, como de costumbre. ¿Qué le pasó? ¿Una repentina ternura? ¿Un
sentimiento vago de injusticia al verme sola, separada de aquellos niños, como
excluida? Por un instante olvidó que era una niña, y por lo tanto un ser aparte
para sus alumnos… Vino a buscarme y me cogió de la mano; mandó retroceder a los
niños de la primera fila y me sentó en el centro, frente al fotógrafo… Volvió a
su sitio de maestro vigilante. Y entonces yo, como presidiendo: inesperada
reina entre futuros guerreros. Presidiendo y sin saberlo.
Para el maestro, ahora
todo está en su sitio, justo antes del disparo, se estira y espera junto a los
que instruye. Posa para los demás —para todo el pueblo, incluida la pequeña
sociedad colonial a la que insolentemente provoca con su orgullo y sus
reivindicaciones igualitarias. Posa orgulloso junto con los cuarenta chicos que
educa, y no solo en el aprendizaje del francés, y orgulloso también de su hija
mayor —es una niña, bueno y qué—, y la ha colocado en el centro.
Ahí se queda la chiquilla,
con el torso ligeramente inclinado hacia delante, la cara tensa y con una
mirada seria que no corresponde a su edad —cuatro años, tanto como decir
cuarenta dentro de nada. Se da cuenta, pero muy confusamente, de que desentona:
en otros sitios esto no debe de pasar, colocar a una chiquilla completamente
sola en medio de cuarenta niños, y además mayores. No sabe que los intimida;
los percibe como una presencia única, respetuosa, pero desconfiada, por no
decir hostil. Su padre, a un lado, espera, como todos, el disparo.
Fue la primera fotografía
que me hicieron. Un día de clase en los comienzos de la guerra mundial en un
pueblo del Sahel argelino[7].
ÚNICA Y PRIMERA
La fotografía me habla
desde la distancia en el tiempo e ilumina con otro matiz su escritura. La
pequeña Fatna es la única niña en el nutrido grupo de chiquillos que asisten a
la escuela donde es maestro su padre. Única. Primer desgarro.
De modo que Fatma/Assia es
una niña como las demás —niña entre las mujeres de la casa, va al hamman, asiste a bodas con su madre, sus
tías y sus primas, aprende a bailar al ritmo de las palmas que acompañan la
música en las fiestas de mujeres—, y no lo es. Cuando llegue la edad núbil no
se velará como la mayoría de sus iguales, es más, vivirá alejada de la familia,
interna en una ciudad de provincias, Blida, donde estudia bachillerato en la
rama de lenguas clásicas. También aquí será la única musulmana de su clase, las
otras argelinas, unas veinte, a las que llaman "indígenas",
pertenecen a la sección de modernas.
A aquel primer desgarro
vivido por todos los magrebíes escolarizados por Francia en sus colonias
—sonrisa irónica y condescendiente cuando rememoran y relatan los años en que
estudiaban las hazañas de "sus" antepasados galos— se suma la
separación física de la familia: sentimiento ambiguo. A la libertad de gozar plenamente
de sus horas de estudio y amistad con muchachas de procedencia diversa, al
placer de embelesarse con las lecturas de los grandes escritores… franceses, se
contrapone el sentimiento de desarraigo: ágrafa en su lengua de origen,
distanciada de sus iguales, con las que se reúne durante el periodo vacacional.
Pera ya no es lo mismo.
El francés, ese idioma del
"enemigo", va abriéndole el camino que la conducirá a París, donde
estudia historia en la Escuela Normal Superior. También allí será la primera
argelina que se inscriba. Única y primera. Parece un signo.
EL COMPROMISO
En los convulsos años
cincuenta (la guerra de Argelia comienza en 1954), Fatna se aparta del estudio,
participa en la huelga de estudiantes argelinos en París de mayo-junio de 1956,
y no se examina: suena la hora de la independencia y decide tomar parte activa
en ella. Escribe y publica. Con La soif
(La sed), que escribe en dos meses y
que se traduce enseguida con enorme éxito en Estados Unidos, inicia su carrera
literaria, adoptando ya el pseudónimo de Assia Djebar. En 1958 continúa con el
boicot a los exámenes y se ve obligada por la dirección a abandonar la Escuela.
Se traslada a Túnez donde colabora con Frantz Fanon en el Moudjahid, órgano de prensa del clandestino FLN (Frente de
Liberación Nacional), y visita los campos de refugiados de argelinos en la
frontera entre Túnez y Argelia. Durante tres años, da clase de historia moderna
del Magreb en Rabat. En 1962, regresa a Argel en los primeros días de la
independencia. En septiembre de ese año, es nombrada profesora de historia
—también la única—. En 1964, tras el golpe de Estado de Bumedian y la política
de arabización, que obliga a impartir las clases en árabe, pide la excedencia y
regresa a París.
ESCRITURA Y MOVIMIENTO
Desde aquella mañana de
otoño en que su padre la llevó de la mano a la escuela no ha dejado de moverse.
Porque para Assia escritura y movimiento están íntimamente ligados. Así lo
recordó más de tres décadas después, cuando en el año 2000 recibió el Premio de
la Paz que otorgan los libreros y editores alemanes: "no habría iniciado
con ardor mi carrera literaria (y esto puede sorprender) si no me hubiera
gustado recorrer anónimamente las calles de las ciudades, curiosa, como si fuera un chico (subrayado mío),
y aún hoy como una simple paseante. La libertad de moverse y desplazarse. Esta
es para mí la primera de las libertades"[8].
Palabras pronunciadas ocho
años después de que se iniciaran los nuevos "sucesos" de Argelia, la
guerra sucia, soterrada, no reconocida, que ensangrentó el país y que tuvo como
uno de sus blancos preferido a las mujeres que se "movían" fuera de
su esfera, es decir, de las cuatro paredes de su casa. Ni el velo islámico
sirvió en muchos casos de freno.
"¡Ay, hermana mía,
tengo miedo, yo que creí despertarte. Tengo miedo de que las dos, las tres,
todas —salvo las paridoras, las madres guardianas, las abuelas necrófagas— nos
volvamos a encontrar atadas en ‘este occidente de Oriente’, en este lugar de la
tierra donde brilló para nosotras con tal lentitud la aurora, que ya, por todas
partes, nos cerca el crepúsculo".[9]
Con este párrafo
premonitorio pone fin en 1986 a Sombra
sultana, la segunda entrega de su quator argelino —inmenso fresco que
inicia El amor, la fantasía y se
continúa con Grande es la prisión— y que
es ya escritura de madurez: biografía personal y "biografía" del
país, historia con mayúscula e historia de las gentes sin historia, de las
mujeres en suma, se entrelazan, como la historia de Hayila e Isma, la una
sultana, sombra la otra. Sherezad y Duniazad.
¡ACCIÓN!
De 1967 hasta 1980 su
pluma deja de correr. Silencio de más de diez años, durante los que se va
gestando esa escritura de madurez en la que expresará con lengua propia todas
sus heridas.
Pero la gestación no es
muda. Vuelve al origen, a la caverna que le devuelve los sonidos de la lengua
materna, terciopelo y espinas. Lengua de amor, ternura sororal, calor del
gineceo. Memoria.
Y de esa búsqueda, de ese
deseo, quizá, de recuperar su voz dormida, nacen sus dos largometrajes,
saludados por la crítica, La Nouba des
femmes du mont Chenoua[10]
y La Zerda des chants de l'oubli[11].
"Dije: ‘acción’. La
emoción me embargó. Como si, conmigo, todos los harenes hubieran susurrado:
‘acción’[12].
Acción, sinónimo de
movimiento. ¡Muévete, camina, actúa! Y la cámara va escribiendo las palabras,
las frases que habitarán las páginas de Grande
es la prisión:
"Cuerpo hembra velado
enteramente con una sábana blanca, el rostro enteramente oculto, solo se deja
libre un agujero para el ojo. (…) Esa imagen —realidad de mi infancia, de la de
mi madre y de mis tías, de mis primas a veces de mi misma edad, ese escándalo
que de niña viví como norma— está aquí, surge en el inicio de esta búsqueda:
silueta única de mujer, reuniendo en los faldones de la sábana-mortaja los
aproximadamente quinientos millones de segregadas del mundo islámico"[13].
EXILIO
Tras ese paréntesis:
"Yo habría podido ser, a finales de los años 70, cineasta de lengua árabe
a la vez que novelista francohablante"[14]…
Pero no fue así: las estructuras asfixiantes de la cinematografía de Estado de
su país la disuadieron[15].
Y recobra la escritura, que ya no abandonará nunca. Se instala en ella, como en
un territorio propio, en un cuarto propio.
Fuera ya de Argelia, desde
su exilio (¿es la palabra adecuada?) voluntario en París o Nueva York, camina y
escribe; escribe y camina, como en aquellos inicios apasionados de su carrera, como si fuera un chico. El francés
aprendido metamorfoseado en francés suyo: ya no se trata de hablar con el otro
o como el otro, sino de hablar diferente.
Instalada en el margen de la lengua, desentraña sus secretos y cicatriza sus
heridas, herencia irrenunciable.
Abre los brazos de su
escritura a la historia enterrada de su patria de origen, a la memoria
olvidada, da voz a las sin voz, invita a la conquista del afuera, ese espacio
que para las mujeres de su "tribu", incluso las de su edad, era agujero negro, vacío
lleno de incertidumbre y peligros, espacio ajeno… al que solo se accedía a
través de celosías —figura constante en su narrativa, la mirona— y azoteas… O
—deprisa, deprisa, pegadas a las paredes, cubiertas de la cabeza a los pies,
fija la mirada en el suelo al cruzarse con un extraño y siempre acompañadas por
un varón— camino del baño o de la mezquita en las fiestas de guardar. El camino
no contaba, solo la meta. Assia camina sin rumbo, sin meta, "mirona",
pero afuera: libertad de ver y ser vista, de "desnudar" el cuerpo
—desnuda es la palabra que se utiliza para referirse a una mujer que sale fuera
de la casa sin velo—.
Escritura
en lengua francesa, sí, pero con el oído atento a los sonidos de la lengua
materna —a medio camino entre el bereber de las montañas y el árabe de la
ciudad cercana—[16], una lengua
más allá de las lenguas "que solo la literatura puede secretar"[17].
Y Assia
resume en las siguientes palabras el itinerario que estas líneas han querido
dibujar:
"mi francés, forrado con el terciopelo, pero también
con las espinas de las lenguas ocultadas de antaño, quizá cicatrizará mis
heridas de la memoria".
Nota
biográfica
Assia Djebar, cuyas obras han sido traducidas a la mayoría de las lenguas europeas, está considerada como una de las grandes escritoras del Magreb. Es autora de más de quince títulos, varios premiados en diversos países. Han sido editadas en español y catalán, y en ocasiones reeditadas, las obras más representativas de su etapa de madurez: El amor la fantasía (1990), Premio de la amistad franco-árabe; Lejos de Medina (1993); Sombra sultana (1995), Ombra sultana (2002), Premio Liberatur de Fráncfort a la mejor novela de mujer; Grande es la prisión (1997), El blanco de Argelia (1998), International Literary Neustadt Prize; Dones de Alger en les seves estances (2002); Las noches de Estrasburgo y Les nits d'Estrasburg (2002), Premio de Ensayo en Alemania y Premio Internacional de Palmi en Italia (1998). Ha realizado y dirigido dos largometrajes, La Nouba des femmes du mont Chenoua (1978), Premio de la Crítica de la Bienal de Venecia de 1979 y La Zerda des chants de l'oublie (1982), Premio a la mejor película histórica del Festival de Berlín de 1983.
En 2000 recibió el Premio de la Paz de
Fráncfort. Desde 1999 es miembro de la real Academia de Bélgica y desde 2005,
de la Academia Francesa.
(más información www.assiadjebar.net)
Inmaculada Jiménez Morell es editora de ediciones del
oriente y del mediterráneo. Comparte su labor editorial con la traducción
literaria. Ha traducido, entre otros autores magrebíes de expresión francesa, a
Assia Djebar (El amor, la fantasía, Sombra sultana, Grande es la prisión, y El
blanco de Argelia); Fátima Mernissi (Marruecos
a través de sus mujeres, Miedo a la modernidad: Islam y democracia, El harén
político. El Profeta y las mujeres…), Dris Chraibi, Abdellatif Laabi…
Es autora de La
prensa femenina en España. Desde sus orígenes a 1868 (Premio Nacional María
Espinosa, 1983; ediciones de la Torre, 1992) y "Alejandrinas", en Biblioteca Alejandrina: Homenaje a la
memoria, apuesta por el futuro (Biblioteca Nacional, 2003).
[1] Pseudónimo literario de Fatma Zohra Imalayen.
[2] En la actualidad, de los 40 miembros de la
Academia francesa 4 son mujeres (3 de los 46 que componen la española). La
primera en atravesar la puerta para ocupar un sillón de tan docta institución
fue Marguerite Yourcenar, en el año 1980. Dos años antes, Carmen Conde hacía lo
propio en la Academia española. Más de un siglo costó a las mujeres tener una
presencia —que podríamos calificar de testimonial— en tan alta institución. Ya
a mediados del siglo XIX, Gertrudis Gómez de Avellaneda, una de las primeras
escritoras españolas que pretendió ser admitida, se lamentaba así de su
fracaso: "Como desgraciadamente la mayor potencia intelectual no alcanza a
hacer brotar de la parte inferior del rostro humano esa exhuberancia animal que
requiere el filo de la navaja, ella ha venido a ser la única e insuperable
distinción de los literatos varones, quienes —viéndose despojados día a día de
otras prerrogativas que reputaban exclusivamente suyas— se aferran a aquella
con todas sus fuerzas de sexo fuerte,
haciéndola prudentísimamente el sine qua
non de las académicas glorias". Véase GÓMEZ de AVELLANEDA, Gertrudis,
"La mujer considerada particularmente en su capacidad científica,
artística y literaria", Álbum Cubano
de lo Bello y lo Bueno, en Obras
literarias de la srta… Colección Completa, Madrid, Imprenta Rivadeneira,
1871.
[3] Discurso pronunciado en sesión pública, con motivo
de su entrada en la Academia, París, Palacio del Instituto, jueves, 22 de junio
de 2006.
[4] Ediciones del oriente y del mediterráneo,
Guadarrama, 1998.
[5] Vid cf. nota 3.
[8] Discurso pronunciado con motivo de la entrega del
Premio de la Paz de los libreros y editores alemanes, Fráncfort, octubre de
2000.
[10] La nuba de las mujeres del monte Chenua, Premio
de la Crítica en la Bienal de Venecia de 1979.
[11] La zerba o las
canciones del olvido, Premio a la mejor película histórica en el Festival
de Berlín de 1983.
[15] El largometraje La
nouba des femmes du mont Chenoua, que había sido seleccionado para el
Festival de Cine de Cartago, tras su primera proyección en Argel, que produjo
un verdadero revuelo, fue retirada de la competición a raíz de las presiones
procedentes de Argelia. Los críticos extranjeros protestaron, reclamando una
nueva proyección (Véase, CALLE-GRUBER, Mireille, "Cronología", Assia Djebar, adpf, París, 2006).
[16] Su madre, Bahia Sahraoui, era originaria de la
tribu de los Berkani de las montañas de Dahra. La ciudad a la que alude es
Cherchell, antigua Cesarea, capital de la Mauritania romana.
HAN DICHO DE ASSIA DJEBAR
ASSIA DJEBAR PREMIO DE LA PAZ
¿Qué encierran las páginas de las novelas de Assia Djebar para haber merecido tan alta distinción? Quizá, para tratar de buscar respuesta a esa pregunta, habría que acercarse a su biografía: sustrato fértil de su escritura.
»Assia-Fatna es una niña como las demás, y no lo es. Mientras las otras niñas de las familias de su entorno, llegadas a la edad núbil, abandonan la escuela –aquellas que tuvieron la oportunidad de asistir a ella– para regresar al gineceo, a la espera de ser requeridas en matrimonio, Fatna, no. Su padre, maestro “indígena” en una escuela francesa, se empeña en que siga estudios.
»Alentada por ese padre “osado”, prosigue sus estudios en el instituto de la capital de provincias, en régimen de internado y –Argelia es una “provincia” de Francia– en francés: primer desgarro, que subyace y alimenta toda su obra. Dos idiomas se debaten en ella: el francés, lengua del enemigo, del colonizador, le abre las ventanas al mundo, al conocimiento, a la embriaguez del afuera; el árabe, “el dialecto de la tribu de mi madre”, al linaje de las sin voz y sin historia, al calor del gineceo, al arropamiento, a la ternura: “La lengua francesa podía ofrecerme todos sus tesoros inagotables, pero ni una, ni la más mínima palabra de amor me estaría reservada.”
»En Argel, primero, y en París, después, realiza estudios universitarios. Allí, en la metrópoli, durante la huelga de estudiantes argelinos, en 1956 –primeras movilizaciones por la independencia y primeras represiones–, no se presenta a los exámenes de licenciatura, pero, en cambio, escribe su primera novela: La Soif (La sed). Su hermano, de 17 años, es detenido en la guerrilla. Assia colabora en el órgano del Frente de Liberación Nacional (FLN), el Moudjahid, y, en 1958, escribe su segunda novela: Les Impatients (Los impacientes). Regresa, en 1962, a la Argelia liberada y es profesora de historia en la Universidad de Argel. En ese mismo año, publica Les Enfants du nouveau monde (Los hijos del nuevo mundo). Tras el golpe de estado de Boumedian, se exilia en París, donde se dedica a la crítica literaria y cinematográfica, y al teatro, y escribe Les Alouettes naïves (Las alondras ingenuas). En 1973, pone en escena una pieza teatral de Tom Eyen sobre Marilyn Monroe. En 1974, regresa a la Universidad de Argel e inicia una nueva aventura artística: la realización de dos largometrajes, La Nouba des femmes du mont Chenoua (La nuba de las mujeres del monte Xenua),La Zerba ou chants de l’oubli (La zerba o canciones de olvido, 1982): “Dije: acción. La emoción me embargó. Como si, conmigo, todas las mujeres de todos los harenes hubieran susurrado acción”.
»De nuevo en París, instalada ya de forma definitiva, prosigue su andadura literaria. El amor –y el desamor– y las mujeres –mujeres de su tierra de ayer y de hoy– adquieren cada vez un protagonismo mayor en su obra: mujeres de carne y hueso, personajes de marcada solidez, o simples voces que narran. A Femmes d’Alger dans leur appartement (Mujeres de Argel en su casa) le sigue un ambicioso proyecto: componer un vasto fresco argelino donde plasmar la historia de la Argelia colonizada y su propia historia. El amor, la fantasía es la primera entrega. Concebida como una pieza musical, la descripción de la toma de Argel por la Armada francesa en 1830 sería su obertura. “Amanecer de aquel 13 de junio de 1830, en el preciso y breve instante en que el día rompe por encima de la profunda concha. Son las cinco de la mañana. Frente a la imponente flota que desgarra el horizonte, La Ciudad Inconquistable levanta su velo; blancura fantasmal entre un polvo de azules y grises mezclados. (...) Silencio del afrontamiento, instante solemne, suspendido en una apnea de espera, como antes de una obertura de ópera”. Su voz, mesurada, cargada de emoción, recorre la historia en busca de sus raíces –singular biografía que se inicia cien años antes del nacimiento de su autora–: “Se impone una extraña constatación: he nacido en mil ochocientos cuarenta y dos, cuando el comandante Saint-Arnaud acaba de destruir la zagüía de los Beni Menacer, mi tribu originaria”.
»En Sombra sultana, Assia Djebar abandona la complejidad de la trama de la anterior novela, en que el pasado, lejano y próximo, y el presente se entrecruzan, para dar paso a una narración intimista: dos mujeres, Hayila e Isma, entrelazan sus biografías. Dos mujeres que, sabiéndolo una e ignorándolo la otra, han compartido al mismo hombre. El arabesco de la historia entrecruzada de estas dos imposibles rivales sirve a la autora para recrear los temas eje de su novelística: la libertad de ver y ser vista, de “desvelar” el cuerpo, de conquistar el espacio considerado masculino, de amar, de disfrutar de la libertad, al precio que sea...
»La guerra del Golfo interrumpe el proyecto de ese cuarteto argelino. Assia, como un buen número de intelectuales del mundo árabe, se siente impotente ante esa agresión, que no cree dirigida sólo contra Irak, sino contra todo el mundo árabe. De esa profunda frustración, de esa dolorosa herida, nacerá Lejos de Medina (publicado en España por Alianza Editorial).
»“Grande es la prisión que me aplasta / ¿De dónde me llegarás liberación?”. En esta endecha beréber se inspira el título de su tercera entrega, Grande es la prisión. Escritura “silencio” y palabra. Tragedias, pasiones y mutaciones de unas mujeres que nunca se detienen: la narradora, navegando por el desierto de una pasión amorosa no expresada; su abuela, casada a los catorce años con un septuagenario, pero que supo ser ella misma e imponer su voluntad a un entorno asombrado; su madre, que rompe los convencionalismos de una ciudad provinciana y, sin velo, viaja a Francia para visitar a su hijo encarcelado en los años de efervescencia nacionalista... y otras muchas “fugitivas sin saberlo”, que improvisan cantos de alegría, de duelo, de lucha.
»Enraizada en la fuga, sí, pero íntima y dolorosamente ligada a su país, como revela su última novela publicada en España, El blanco de Argelia. El blanco es el color del luto para los musulmanes, y de luto se viste la pluma de la más universal de las escritoras argelinas al convocar a sus amigos muertos en la ola de violencia que asola Argelia. Por sus páginas desfilan, como en una procesión ritual, “esos queridos desaparecidos” por los cuchillos o las balas de la intransigencia: a tres de ellos, Tahar Djaout, Youssef Sebti y Abdelkáder Alloula, dedicó el Premio de la Paz, otorgado por la Asociación de Editores y Libreros alemanes. Y una generación de escritores, célebres y menos célebres, desaparecidos (Camus, Mouloud Feraoun, Sénac, Kateb Yacine, Taos Amrouche, Anna Greki...) transitan por sus páginas momentos antes de encontrarse con la muerte: accidentalmente, por enfermedad, por decisión propia o por manos asesinas.
El reconocimiento internacional de la obra de Assia Djebar viene avalado por su traducción a la mayoría de las lenguas europeas y por los premios con los que ha sido galardonada. En 1996, obtuvo el Neustadt International Prize for Literature (EEUU), y Oran, langue morte (Orán, lengua muerta) premio de la crítica de la Bienal de Venecia de 1979, y recibió, en 1997, el premio Charles Brisset.
«Assia Djebar, silencio y palabra», Inmaculada Jiménez Morell, ABC Cultural, 13.01.2001
HABLA ASSIA DJEBAR
La imperiosa voluntad de no olvidar
«Quisiera presentarme ante ustedes simplemente como una mujer escritora nacida en Argelia, ese país tumultuoso* y desgarrado. Fui educada en la fe musulmana, la de mis antepasados, que me moldeó afectiva y espiritualmente, pero a la que, debo confesarlo, me enfrento a causa de sus prohibiciones, de las cuales aún no me he liberado del todo.
»De modo que escribo, y en francés, la lengua del antiguo colonizador, pese a lo cual se ha convertido irreversiblemente en la de mi pensamiento, mientras que sigo amando, sufriendo y rezando (cuando, a veces, lo hago) en árabe, mi lengua materna.
»Considero, además, que mi lengua original, la de todo el Magreb –es decir, el bereber, la lengua de Antinea, la reina de los tuaregs, entre los que el matriarcado fue la regla durante mucho tiempo, la lengua de Yugurta, símbolo máximo del espíritu de resistencia contra el imperialismo romano—, esa lengua que no puedo olvidar, cuya musicalidad llevo siempre presente, pero que, sin embargo, no hablo, es, a mi pesar, mi manera íntima de decir “no”: como mujer, pero, sobre todo, me parece, en mi esfuerzo sostenido de escritora. (…)
»Solo reconozco una regla, aprendida y dilucidada, poco a poco, en soledad y lejos de las capillas literarias: no practicar más que una escritura de necesidad. (…)
»Es evidente que yo nunca habría sido escritora si, con diez u once años, no hubiera podido proseguir mis estudios secundarios; pero ese pequeño milagro fue posible gracias a mi padre maestro, hombre de ruptura y modernidad frente al conformismo musulmán que, con toda certeza, me habría destinado al encierro de las doncellas núbiles.
»Del mismo modo, cinco o seis años después, no habría iniciado con ardor mi carrera literaria si (y esto puede sorprender) no me hubiera gustado recorrer anónimamente las calles de las ciudades, como una transeúnte, curiosa, como si fuera un chico, y aun hoy como una simple paseante.
»La libertad de moverse y desplazarse. Esa es para mí la primera de las libertades: la sorprendente posibilidad de disponer de uno mismo para ir y venir, de dentro afuera, de los lugares privados a los públicos y viceversa. Esto que parece algo tan simple hoy en día para los adolescentes europeos, a comienzos de la década de los años cincuenta fue para mí un lujo increíble. (…)
»Más adelante, doce años después de producirse la independencia, en mi recorrido de escritora, hubo un cabeceo, una interrogación profunda que me hizo guardar un largo silencio: diez años sin publicar, durante los cuales, sin embargo, pude recorrer mi país haciendo reportajes, estudios y localizaciones para mis películas, embargada como estaba por la necesidad de dialogar con campesinas procedentes de regiones de muy diversas tradiciones, necesidad también de regresar a mi tribu materna. (…)
»A los cuarenta años, regresé a París, la ciudad de mis estudios. Allí decidí escribir a distancia apuntando al corazón mismo de Argelia, sus profundidades, su memoria más oscura, en un complejo entramado argelino-francés; pero aún me faltaba encontrar una forma y una estructura narrativas que se correspondieran con esos interrogantes y con esa ambición. (...)
»Instalada desde entonces en el corazón del antiguo “imperio”, me apartaba de la sociedad francesa, de la que tan solo conservaba la lengua. Lengua de escritura convertida en mi único territorio, aun cuando me limitaba más bien a acampar en sus orillas. Como si, habiendo salido desnuda de mi país, solo esta lengua me cubriera. ¡Mi único abrigo! Hasta entonces, la escritura francesa había sido para mí como un velo, al menos en mis primeras novelas, ficciones que, rehuyendo la autobiografía, tan solo se aproximaban a los lugares de la infancia, bajo la luz deslumbradora del sol o a la penumbra de las casas tradicionales. Desde entonces, me resolví con determinación a escribir “delante” y “dentro” de mi país, en una especie de alejamiento próximo, necesitada de una perspectiva más amplia, como el fotógrafo que retrocede para encuadrar mejor. Con o a pesar de la lengua “extranjera”, decidí interrogar a mi país. Sobre su historia, su identidad, sus heridas, sus tabúes, sus ignoradas riquezas y la desposesión colonial de más de un siglo. No se trataba de protestas ni requisitorias. ¡Habíamos pagado muy caro por nuestra independencia! Era cuestión de la memoria, de los tatuajes de la rebelión y la lucha que permanecían imborrables en nuestros corazones y hasta en el destello de nuestra mirada, que había que inscribir y conservar, ¡aunque fuera con letras francesas y alfabeto latino! (…)»
«La imperiosa voluntad de no olvidar», discurso pronunciado por Assia Djebar con motivo de la recepción del Premio de la Paz 2000 el 22 de octubre de 2000 en Francfort
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