YASAR KEMAL

INCLUIMOS A CONTINUACIÓN UNA SELECCIÓN DE ARTÍCULOS Y FOTOGRAFÍAS
EN  RECUERDO DEL  GRAN ESCRITOR TURCO



JOSÉ MARÍA MERINO: EL UNIVERSO DE YASAR KEMAL

Los mitos interpretaron el origen del mundo, convirtieron lo huraño y ajeno de los espacios naturales en escenarios inteligibles para la experiencia de los seres vivos, y establecieron modelos de conducta significativos, únicos, inmutables, que pudiesen servir de referencia para los sucesivos comportamientos humanos. Sagrados, intemporales, los mitos daban sentido al misterio de la existencia. Aparentemente, la ficción novelesca ha sido, desde su nacimiento, el género demoledor de los mitos. Pues la novela nace profana, secular, su ámbito natural es el tiempo que pasa, no un tiempo circular o inmóvil, las conductas de sus personajes responden a las pautas culturales de cada sociedad y de cada momento, y sus escenarios, como la vida de los seres humanos, son provisionales, están condenados a desaparecer. Del mismo modo, frente al cuento popular, procedente de una cultura sin alfabeto, girando siempre en una oralidad que transmite la fijeza de los modelos originales, y señalado por las conductas arquetípicas y la referencia a un tiempo anterior al tiempo, o frente a la leyenda, en que los lugares, los tiempos y las conductas parecen determinados por un destino que corresponde a un misterioso fatalismo, el cuento literario, producto de la letra impresa multiplicada por la imprenta, está también marcado por la temporalidad de la historia y las actitudes cambiantes de las gentes de cada sociedad y de cada momento. Sin embargo, en su más hondo sentido, la elaboración de una ficción literaria no está muy lejos de la que debió plantearse al formular los mitos iniciales. La ficción literaria intenta, como lo intentaron los mitos, los cuentos orales y las leyendas, estructurar una historia que pueda dar sentido al caos de los sucesos y a lo inescrutable y hasta absurdo de la realidad, establecer un cierto modelo que haga inteligible el mundo, utilizando para ello el hilo conductor de la narración que desarrolla. En esto, no hay duda de que mito y novela pertenecen a la misma estirpe. Por otra parte, ha resultado que las grandes novelas, los grandes relatos literarios, superan el tiempo concreto en que fueron imaginados, escritos e impresos, para comunicar unos signos que siguen ofreciendo pautas de entendimiento sobre el desorden del mundo a quienes ya no son sus contemporáneos. Y no es necesario citar el Quijote, Moby Dick, La metamorfosis o la trilogía de los Snopes, entre tantas otras ficciones narrativas, para señalar hasta qué punto la novela puede constituir mitos y arquetipos que conservan muchos aspectos de los que estuvieron en el origen. Además, hay ficciones novelescas que llevan en sí mismas ese propósito, ese aliento que recuerda la pretensión mítica de construir un espacio inicial y unas conductas que iluminen el tejido primario de las relaciones de los humanos con el mundo y de los humanos entre sí. A ese género pertenecen las ficciones de Yasar Kemal. La aparición simultánea de tres libros de Yasar Kemal, uno que es la tercera parte de la tetralogía sobre el bandolero Memed el Flaco, otro que reúne sus cuentos o relatos breves y un tercero que podría adscribirse claramente a lo legendario, son ocasión oportuna para hablar nuevamente de este escritor de inusitada potencia, sin duda inaugural de una de las literaturas de este tiempo nuestro, en que parecía que la novela ya había dado de sí todo lo posible. La sombra del Halcón sucede a El Halcón y a El regreso del Halcón. En la primera novela se nos presentaba el territorio de Çukurova, al pie del monte Tauro, con su naturaleza áspera e inclemente y sus gentes obligadas a una vida de privaciones y trabajos, explotadas por terratenientes capaces de las mayores atrocidades. En ese mundo de déspotas y siervos inermes se nos cuenta desde su niñez la historia de Memed, llamado el Flaco, hijo de pobres braceros, la de su rebelión, la de la justicia que se toma en algunos de los explotadores por su mano, y la de su conversión en bandido. Aquella novela establecía con rigor un espacio que integraba todos los elementos naturales, desde la nube al ser humano, pasando por la brizna de hierba, la sabandija, la alimaña o el ave migratoria, con una pretensión de integrar en el espacio de las contradicciones sociales los propios factores físicos del entorno. La segunda novela de la serie, El regreso del Halcón, supone un avance estilístico y narrativo de considerables proporciones. Presidida por los extremos de la miseria y de la crueldad, por un tratamiento del espacio y de las conductas que, sin dejar de hablar de asuntos cotidianos, siempre se mueve entre la elegía y la epopeya, en esa novela se presenta el nacimiento de la leyenda del bandolero Memed, que mientras permanece sumido en una terrible confusión sobre el sentido de su conducta, se transforma en la imaginación de los campesinos y de sus explotadores en una figura simbólica de enorme poder. La lucha consigo mismo, por ocultar su júbilo, de un anciano que conoce el paradero de Memed y lo protege, es uno de los puntos centrales de la novela. Del mismo modo, la nueva entrega de la serie, La sombra del Halcón, en su médula y dentro de la perspectiva coral del conjunto, es la historia del miedo de uno de los crueles terratenientes y su búsqueda de apoyos y defensas para acabar con el peligro del bandolero. Por otra parte, éste ha llegado ya a adquirir tal dimensión simbólica que, en la imaginación de la gente, hasta sus características físicas son fabulosas, con lo que la persona real resulta inidentificable. El comportamiento de los personajes y, sobre todo, el temor del tiránico terrateniente, que espera ser víctima de la implacable venganza del bandolero, responde a la manera de tratar las conductas en los anteriores libros de la tetralogía: lejos de la introspección psicológica, se presenta la actitud exterior de un personaje a través de cuyo proceder obsesivo y tortuoso podemos ir conociendo, no sólo su condición moral, sino las causas de su comportamiento. Mantener con certeza, eficacia y capacidad de emoción un modo de describir personajes que está en Homero, sin que la novela pierda nada de su sentido histórico y de su latido moderno, es muestra de la maestría de un narrador que sabe escribir de su época desde una perspectiva plenamente mítica. Con todo, La sombra del Halcón, en cuanto a su pureza narrativa, es inferior a El regreso del Halcón, acaso porque, en aquella segunda parte de la saga de Memed el Flaco, alcanzó Yasar Kemal una cúspide estética de su proyecto difícilmente superable. Frente a la anterior novela de la serie, en La sombra... aparece, como novedad narrativa, la interpolación de fragmentos francamente fabulosos, que ofrecen una especie de duplicación inventada, o soñada, de la irreductible realidad, pero este libro carece de la estilizada perfección de aquél, de su unidad de escenario y tiempo y de su intensidad. Sin embargo, la descripción de un territorio que parece dado como un castigo para los pobres desde la creación hasta el fin de los tiempos, y de unos enfrentamientos vitales en la rueda de los ciclos agrícolas, con eco intemporal, hacen que el sentido mítico de la serie novelesca no pierda nada de su fulgor, e incluso lo incrementan con las aludidas interpolaciones fabulosas, aunque nunca dejemos de conocer que las historias que se nos cuentan tienen lugar en los tiempos de Kemal Ataturk y sus reformas políticas. La aparición de los cuentos de Yasar Kemal permite ampliar extraordinariamente el conocimiento de su universo creador. Si las novelas de la serie de El Halcón son grandes frisos donde los personajes concretos están rodeados de un personaje colectivo, y las acciones ordinarias del mundo rural aparecen como el telón de fondo de ciertas aventuras y peripecias extraordinarias que adquieren el primer plano del protagonismo, en los cuentos hay una mirada a la vida molecular de esa colectividad, la visión parcial de algunos casos de ese personaje coral que habita en las pequeñas aldeas y villorrios, el ejemplo pormenorizado de los efectos del despotismo y el expolio de los grandes terratenientes. Bajo el sol de los agotadores esfuerzos agrícolas, ese calor amarillo que da nombre a la recopilación, se nos ofrece el relato de las desventuras de los campesinos con una concisión de gran fuerza trágica. Los niños que empiezan a trabajar, los huérfanos que no encuentran quien los alimente, las viudas desamparadas, las familias en las terribles dificultades de la supervivencia de cada día dentro de un sistema de comerciantes sin escrúpulos, implacable explotación caciquil e impermeables estamentos sociales, componen un microcosmos que completa y da profundidad al macrocosmos de la saga del bandolero. Muchos cuentos presentan un desarrollo narrativo tradicional, exponen y desarrollan una trama, pero otros plantean una situación dramática que el autor se limita a intensificar. Hay algunos que transcurren en la costa, o en Estambul, aunque la mayoría tienen como espacio dramático la misma Çukurova, al pie del monte Tauro, en que transcurren las aventuras del bandolero Memed. Dotados de mayor o menor movimiento narrativo, todos los cuentos amplían las dimensiones del imaginario de Yasar Kemal desde la idea de un poderoso mundo natural cuyo desequilibrio social e injusticia económica son la principal fuente de desdicha. Siempre presente en la obra de Kemal, el tema del sentido de la dignidad, y por lo tanto del honor, será motivo de un cuento especialmente memorable en el conjunto, que tiene como referencia los lapiceros que un basurero recoge en su trabajo y le lleva a su hijita para que los utilice en sus tareas escolares y que, por ocultar la vergüenza de su procedencia, causarán la desventura de la niña y de la familia. El tema de la dignidad es uno de los asuntos centrales de La furia del monte Ararat, novela escrita con vigoroso tono legendario, en un tiempo impreciso, pero que no pierde nada del verismo que es nota permanente en las ficciones del autor kurdo. Un caballo hermosísimo llega ante la puerta de un joven montañés sin que éste consiga que se aleje, hasta que se ve obligado a quedarse con él, para cumplir una costumbre ancestral. El dueño del caballo, un poderoso y despótico señor, de origen montañés pero hecho a las costumbres otomanas, reclamará más tarde el caballo, pero el honor del joven montañés le impedirá devolvérselo. A partir de aquí se desarrollará una trágica historia. Frente a los aspectos sociales que tienen tanta importancia en la tetralogía de Memed el Flaco o en los cuentos de Calor amarillo, se da en La furia del monte Ararat mayor relevancia al juego del poder despótico y la sumisión de los súbditos, más estricta en las mujeres, a la imposible conjugación de libertad y destino. Cierto concepto del honor como tradición agobiante en la que se enmarañan, hasta ser imposibles de separar, los factores culturales vitalizadores y los aniquiladores, será el motor de todo el desarrollo narrativo. La leyenda, con el motivo recurrente de los cientos de flautistas que celebran cada primavera la potencia del monte Ararat, nos mostrará que el amor y el sentido de la solidaridad humana, siempre presentes en las ficciones de Kemal como inagotable fuente de esperanza, pueden irrumpir en la fatalidad de las conductas para modificar su sentido. Pero el propio amor está amenazado por las irrenunciables tradiciones del honor y de la dignidad, y Yasar Kemal no es un autor complaciente. Bien conocido en el resto de Europa y en los Estados Unidos, este autor kurdo ha tenido que esperar muchos años hasta que sus ficciones han empezado a ser traducidas en España. Es de lamentar este retraso, pero por otro lado nos ofrece una obra que el tiempo no ha carcomido, sino que tiene seguramente un aura todavía más sólida y mítica que cuando fue escrita.

[en http://www.revistadelibros.com/articulos/el-universo-de-yasar-kemal]


Yasar Kemal fotografiado por Ara Güler


HAN DICHO DE YASAR KEMAL


«Como lector he acabado apropiándome de su país libro tras libro. Lo que antes me resultaba ajeno, ahora se me ha hecho familiar, incluidos sus olores y los problemas de los campesinos sin tierra. Ese es el poder de las palabras. La literatura elimina las distancias. El paisaje literario nos aproxima a hombres que solo existen en el mapa. Convierte en accesibles los inalcanzables desiertos y las infranqueables montañas (… ). Elimina las fronteras trazadas en los mapas y también grabadas en nuestras conciencias. La literatura tiende puentes (… ). Nos une. Nos hace cómplices. La literatura nos implica».
«Una vida por la paz», Günter Grass en la entrega del Premio de la Paz 1997


«Huérfano de padre, tartamudo, tuerto: rasgos constitutivos en la génesis de los héroes de las epopeyas turcas, que se encuentran en el origen de la “carencia” que empujará al héroe naciente a iniciar su combate contra los poderosos, los enemigos y las potencias sobrenaturales, están presentes en quien acabará convirtiéndose en un escritor sin par.
»Tartamudo, será uno de los grandes maestros de la lengua; tuerto, será un prodigioso creador de imágenes y colores; huérfano de padre, los misterios de tal ausencia están presentes en un inmenso campo que va desde sus amistades personales a la política, el compromiso y, sobre todo, la tentación de la escritura.
»Es de sobra conocido el peso de ese acontecimiento, como una “escena primitiva” que el autor ha evocado en diferentes ocasiones: el hermano adoptivo de Kemal asesinará a su padre mientras reza en la mezquita, en presencia de Kemal niño, que se quedará tartamudo hasta los diez años. (...) Salman el solitario es un intento de “explicar” el gesto parricida. (...)
»El padre ausente, la infancia robada y el síndrome de Caín y Abel no abandonan nunca el mundo imaginario de Kemal, aparecen a menudo bajo una apariencia engañosa e insospechada en el título de una novela o en el cuerpo del relato».
«Leer a Yasar Kemal», Altan Gokalp, Quimera, Dossier dedicado a Yasar Kemal.


«Kemal es un narrador en la más antigua tradición, la de Homero: el único portavoz de todo un pueblo».
Elia Kazan


«Yasar Kemal es uno de los más importantes escritores de cuentos del mundo. Escribe sin temor, como un héroe».
John Berger

 YasarKemal, junto con su editor Erdal Oz, comparece ante el Tribunal de Seguridad  del  Estado, que  lo condenó a veinte meses de prisión acusado de promover el separatismo kurdo.


HABLA YASAR KEMAL


«No acepto la censura y no me dejaré presionar; si ello significa ir a la cárcel, iré. No será la primer vez que me encierran. (...)
»Yo no defiendo a los curdos porque me considere curdo. Soy y me siento turco, y todo lo que hago es por respeto a los derechos humanos».
Barcelona, Premio de Cataluña 1996. El País, 16/5/1996


«Turquía no era una verdadera democracia en los años cuarenta y cincuenta y no lo es tampoco ahora. Los curdos, que poseen una riquísima lengua, prohibida durante muchos años, no tienen derechos democráticos y, hasta que este problema se resuelva, no habrá verdadera democracia en Turquía. (...)
»Los escritores han resistido y lo siguen haciendo. Por ello han conocido la cárcel y el exilio. (...)
»Nada ni nadie podrá cambiar jamás mis ideas: la democracia y el socialismo».
Francfort, Premio de la Paz de los editores y libreros alemanes. El País, 19/10/1997


HAN DICHO DE SUS LIBROS

Calor amarillo:
cuentos completos

Traducidos del turco por Fernando García Burillo y Gül Isik Alkaç


Toda la obra narrativa de Yasar Kemal, compuesta por más de cuarenta obras traducidas a sesenta lenguas, aparece ya reflejada en estos cuentos, llenos de vida y sentimiento.

«Directo y sencillo –pero no simple, la calidad de su mirada narrativa es de una exigencia y elaboración de primer orden y su mano tiene la destreza del que sabe muy bien lo que quiere contar–… Lo que Yasar Kemal maneja, además, con toda eficacia es la expresión oral de sus personajes. Kemal –como todo escritor que conoce bien la tradición oral del mundo agrícola– tiene una calidad de inágenes extraordinaria, es preciso y contundente, no gasta pólvora en salvas, no se adorna una sola vez; es, como digo, muy eficiente…
»Un libro que el lector occidental debería leer para respirar otro aire, salir de su etnocentrismo y descubrir o reafirmar hasta qué punto la globalización no es sólo un asunto de intereses económicos, sino también una comunidad de intereses vitales».
«De la vida ritual del pueblo kurdo», José María Guelbenzu, El País / Babelia, 11/12/99


«La aparición de los cuentos de Yasar Kemal permite ampliar extraordinariamente el conocimiento de su universo creador. Si las novelas de la serie de El Halcón son grandes frisos donde los personajes concretos entán rodeados de un personaje colectivo…, en los cuentos hay una mirada a la vida molecular de esa colectividad, la visión parcial de algunos casos de ese personaje coral que habita en las pequeñas aldeas y villorrios, el ejemplo pormenorizado de los efectos del despotismo y el expolio de los grandes terratenientes.
»Bajo el sol de los agotadores esfuerzos agrícolas, ese calor amarillo que da nombre a la recopilación, se nos ofrece el relato de las desventuras de los campesinos con una concisión de gran fuerza trágica».
«El universo de Yasar Kemal», José María Merino, Revista de Libros, febrero 2000


«Las historias que cuenta Yasar Kemal (Hemite, 1923) no son bonitas, todo lo contrario –una hasta se llama «Una fea historia»–. En la recopilación de relatos que presenta Ediciones del Oriente y del Mediterráneo (traducidos con soltura y eficacia por Gül Isik y Fernando García Burillo) no hay ninguno que tenga un final feliz o al menos transmita alguna esperanza en un mundo mejor…
»Aquí se demuestra toda la maestría de Kemal, que con pocos elementos –un carro, un camino, una mujer y un hombre bastan para «En el camino»– construye historias complejas y apasionadas de escasas páginas y atrapa al lector desde la primera a la última línea.
»… no le interesa a Kemal explorar psicológicamente lo que motiva las acciones de sus personajes. Retrata al ser humano tal como es: enfocando sus flaquezas con la misma objetividad que sus virtudes, su bajeza igual que su nobleza. No habrá mejor libro para introducirse en la vasta y dignísima obra del escritor turco más universal».
«Historias feas», Cecilia Dreymüller, ABC Cultural, 13/5/2000


Si aplastaran la serpiente
novela
Ilustraciones de Abidin Dino
Traducida del turco por Fernando García Burillo


Una de las obras fundamentales del gran escritor turco. Un tema que parece sacado de la tragedia clásica griega y, sin embargo, entronca con la Anatolia profunda que el autor descubrió en las cárceles de su país.

«Si aplastaran la serpiente, del kurdo Yasar Kemal, una historia con aliento trágico, obra de un hombre comprometido con su pueblo, que reconstruye la cultura y los modos de vida de una sociedad que está pasando de un período prácticamente feudal a una estructura económica precapitalista mientras sufre las agresiones contra su propia supervivencia como pueblo, que recibe de varios frentes».
«La tragedia del pueblo kurdo», Tomás Ruibal, Diario de Pontevedra, 7/10/2001



«El tema de la novela parece sacado de la tragedia clásica griega y, sin embargo, entronca con la Anatolia profunda que el autor descubrió en las cárceles de su país. Esta obra recrea un crimen de honor que el escritor escuchó en la cárcel de los labios de su autor, un adolescente».
«Si aplastaran la serpiente», Más cultura, Página abierta, octubre 2001



«El narrador turco construye una obra breve pero llena de tensión dramática, a pesar de que el trágico final se intuye desde las primeras páginas.
»Resulta magistral la forma en que Kemal traduce en palabras el proceso por el que un ser humano puede llegar a perder el sentido crítico y volverse loco, cegándose con una sola idea para la que no existe contrapropuesta».
«De qué está hecha la locura», María Victoria Reizábal, Reseña, enero 2002



«… escritor elogiado por Günter Grass, Elia Kazan o John Berger, Kemal ha firmado piezas de una belleza tan nítida como las recogidas en Calor amarillo, un estremecedor conjunto de cuentos de una sobriedad intensa, de un lirismo sereno, de una dureza soberbia. Si aplastaran la serpiente es otra muestra clara de su fuerza expresiva, de su contundencia sencilla y atrayente… Tragedia de resonancias clásicas y regusto lorquiano, relato impresionante y bello, retrato de un paisaje y unas gentes duras y crueles pero siempre acogedoras, hospitalarias, Si aplastaran la serpiente nos presenta a un Yasar Kemal intenso, lírico y compasivo ».
«Si aplastaran la serpiente», Antonio García Vila, Lateral, marzo 2002



«Más allá que se tratase de una situación real (el agresor cuenta el suceso a Kemal mientras ambos están en la cárcel) la trascendencia de esta obra radica en cómo rescata unas figuras totalmente marginales y las eleva a la categoría de constructores de la historia».
«Si aplastaran la serpiente», Luisa Ocaranza, Ciudad Nueva, julio 2002




CALOR AMARILLO


—Mamá, mamá, mañana por la mañana despiértame antes de que amanezca —dijo el niño.
—¿Y si no te despiertas?
—Si no me despierto, clávame una aguja. Tírame de los pelos. Pégame.
En la pálida cara de la menuda mujer, sus vivarachos ojos negros relucieron alegres un instante.
—¿Y si sigues sin despertarte?
—Pues me matas.
La mujer lo cogió en brazos y lo estrechó contra su pecho:
—¡Alma mía! —exclamó.
—Si no me despierto... —el niño se quedó pensativo y añadió— ponme guindilla en la boca.
Su madre, con los ojos húmedos, lo besó y lo estrechó de nuevo tiernamente contra su pecho.
El niño vuelve a repetir:
—¡Oye, si no me despierto, me pones guindilla en la boca, eh!...
—¡Alma mía!
—Que la guindilla sea muy picante.
Se pone caprichoso, patalea y grita sin parar:
—Guindilla picante, pimienta roja... Que me abrase la boca... Un fuego... Que me despierte rápido... Enseguida...
Se suelta de la mano de su madre, sube a toda velocidad al chamizo y se mete en la cama.
Una noche sofocante de verano... En el cielo, unas pocas estrellas apagadas y una luna redonda y enorme... La cama huele a sudor ácido.
No para de dar vueltas a un lado y a otro.  Luego toma una decisión: "Me quedaré despierto hasta mañana". Está contento. Por la mañana, en cuanto su madre diga "Osmán", se levantará y se arrojará en sus brazos. ¡Vaya sorpresa se llevará su madre!, se dice brincando de alegría en la cama. Pero la alegría se le pasa rápido, y el miedo se le cuela dentro: "Y si me duermo". No para de repetirse: "No me duermo, que no. ¿Porqué voy a dormirme? ¿Por qué hay que dormir?"
Al poco, su madre se acerca a la cama y se acuesta a su lado. Lo acaricia y le dice:
—Hijo, ¿estás dormido?
Osmán se queda callado como un muerto. Su madre lo abraza y lo besa. Por el corazón de Osmán fluye algo cálido parecido a las lágrimas, a la ternura, al amor y a la amistad. Está esperando la mañana. Qué sorpresa va a llevarse su madre. Cómo va a quedarse cuando se despierte por la mañana temprano.
La madre ya se ha dormido. Osmán no para de dar vueltas en la cama. Se le cierran los ojos, pero no se abandona tan fácilmente.
Se incorpora y contempla la cara de su madre, que respira profundamente. Su cara resplandece muy blanca a la luz de la luna. Sus hermosas trenzas ahora parecen más negras. Largas trenzas enroscadas sobre la blancura de la almohada. Las trenzas brillan. Se queda largo rato contemplando su blanquísimo rostro y sus cabellos. Luego se le venció la cabeza, que cayó sobre la almohada.
A media noche, la luna ya estaba muy alta, y había tanta claridad que parecía de día. Bajo el chamizo se escucha el rechinar de los dientes de la vaca, que está rumiando echada en el suelo. El sueño aprieta fuerte. Está a punto de dormirse. Aprieta los dientes. Se muerde los brazos. Haga lo que haga, el sueño lo envuelve como el agua de una crecida. Se enfada, luego sonríe. Se enfada, sonríe. Por la mañana se arrojará en brazos de su madre, abrazará a su madre...
La luna desciende hacia la llanura que se abre al oeste, como si tocase la tierra. Dentro de poco, se teñirá de rojo y se ocultará.
Por detrás de las montañas que se alzan al este, surge un fino haz de luz blanca que va clareando lentamente las cimas de las montañas. Mugen las vacas, y en el pueblo todo comienza a animarse.
La madre está arrodillada a los pies de la cama de su hijo y lo contempla ensimismada.
La cabecita del niño se ha deslizado junto a la almohada, tiene el cuello muy fino y pálidas las facciones. El niño ni respira. Casi no se distingue su carita en la penumbra. La madre no para de suspirar.
El niño sacó fuera un brazo. Era tan fino como el pulgar. La piel arrugada parecía descolgársele del hueso. La madre no apartaba sus ojos del brazo.
Luego suspiró profundamente:
—¡Ay, hijo mío!
Se estremeció. Vaciló. Dejó al niño y se levantó. La luna proyectaba su sombra sobre los juncos de la cabaña.
La madre, furiosa, se dijo: "No lo despierto. Qué más da si tenemos que morirnos de hambre. ¿Qué vamos a sacar del trabajo de un niño?"
No consigue apartar los ojos de su flaco bracito. Se sorprende de no haberse dado cuenta hasta entonces de lo flaco que estaba el crío.
"Qué más da si tenemos que morirnos de hambre."
Mordió con rabia sus largas trenzas.
Su marido gritó desde abajo:
—¿Aún no se ha despertado?
La mujer, con voz dulce y suplicante, respondió:
--¿Qué le quieres al niño? Aún no levanta un palmo. Sus huesos no resistirán, está tan delgado...
El hombre insistió malhumorado:
—Hoy tiene que despertarse. ¡Te digo que tiene que despertarse! Que trabaje, que no se haga un vago. ¡Que se haga un hombre!
La mujer susurró asustada:
—Tiene los brazos tan finos que...
Se detuvo junto al niño. Su corazón se rebelaba a la sola idea de despertar a ese crío, ligero como una pluma,  y mandarlo a trabajar con ese calor crepitante.
La voz malhumorada que venía de abajo dijo:
—Despiértalo. Dale una bofetada. Hemos dado nuestra palabra a los amos. ¿Dónde van a encontrar a otro niño a estas horas?
La mujer respondió:
—Oye, marido, mi corazón no lo soporta. Es tan pequeño... ¿Es que vamos a hacernos ricos porque él trabaje?
El hombre replicó:
—Si no se acostumbra a trabajar ya...
La mujer acarició el pelo del niño y le dijo en voz baja:
—Osmán, hijo, Osmán levántate. Levántate hijo mío. Ya es de día.
El niño gimió y se dio lentamente la vuelta.
—Osmán, hijo mío, que ya está amaneciendo...
Cogió al niño de los hombros. Lo levantó con todo cuidado... Como si pudiera caerse y desmadejarse... Lo volvió a acostar.
—No se despierta, oye, no se despierta. ¿Qué quieres, que lo mate?
Bajó con ligereza del chamizo, que osciló como una cuna.
El hombre se enfureció:
—¡Vete al diablo con él! ¡No se ha despertado!
—No se despierta, oye, ¿qué quieres que haga?
El hombre saltó a la escalera hecho una furia. Subió al chamizo, agarró al niño de los brazos y lo levantó. El niño era como un lebratón que colgaba inerme de sus manos. Gritó "¡Mamá, mamá!" mientras se debatía, medio dormido aún. El hombre sacó del chamizo al niño y lo soltó a los pies de su madre, en medio del polvo del patio.
La mujer no podía apartar los ojos del niño:
—¡Dios mío, que los hijos no caigan en manos extrañas!
Lo cogió con presteza del suelo y lo estrechó contra su pecho. El niño abrió unos ojos como platos y miraba sin comprender nada. Trajo agua fría y le lavó la cara.
El niño se espabiló:
—¡Mamá!
—¡Hijo de mi alma!
—¿Me has puesto guindilla en la boca?
En aquel momento llegó el carro del amo Mustafá y se detuvo frente a la puerta.
—Osmán...
Osmán se fue corriendo y saltó al carro. Desbordaba de alegría y se puso a cantar.
La madre confió en un aparte a Zeynep, que trabajaba a jornal en casa del amo Mustafá:
—Te lo suplico, Zeynep, cuida de Osmán, es tan niño... Está en los huesos...
—No te preocupes, hermana, que ya me ocuparé yo de que no le pase nada malo.
Llegaron a los campos de labor. Aún no había salido el sol. Las gavillas, todavía húmedas del rocío, permanecían alineadas al pie de la cosechadora. Olor a hierba y a trigo húmedo. Engancharon el caballo a la narria y comenzaron a cargar las gavillas; en lugar de un par de caballos, sólo uno tiraba de la narria. Osmán sujeta de la cabeza al caballo; nada más llenarse la narria, raudo como un pajarillo va y viene sin cesar a las eras.
Los que cargan la narria bromean con Osmán.
—¿Qué tal Osmán?
--¡Bravo, Osmán!
Osmán está contento...
De improviso, el sol salió tras de las montañas como una bola de fuego muy roja... De las gavillas y los tallos de trigo comienza a elevarse, lentamente, una ligera bruma casi imperceptible. En el cielo comienzan a formarse, poco a poco, unas nubecillas blancas.
Osmán no para de ir y venir entre las eras y las gavilladoras. Está pletórico y lleno de vida.
Zeynep, cada dos por tres, dice, acariciando a Osmán:
—¡Hala Osmán! ¡Estás hecho un león!
El sol se alza por encima de la cumbre. La claridad inunda el horizonte. Los tallos del trigo y las gavillas relucen con el sol. Los rayos de luz parecen apagarse, girar y revolotear de uno en uno, a miles, a cientos de miles. De los rostros de las gavilladoras, cubiertos de polvo, chorrean surcos de sudor. Todo arde alrededor.
Osmán está más moreno, su rostro aún parece más afilado, y apenas sí se distinguen sus grandes ojos, casi cerrados... Tiene la camisa empapada de sudor...
Qué queda del ímpetu de la mañana... Ahora Osmán va dando traspiés al caminar. En cualquier momento puede caerse bajo las pezuñas del caballo... Osmán trata de mantenerse en pie.
El suelo parece hierro candente. Cada vez que apoya el pie, da un respingo. Así que su manera de andar es un poco rara.
Mientras llega la narria, las gavilladoras se tumban a descansar a pleno sol sobre las gavillas.
Osmán no para de mirar al cielo... Una nubecilla... A veces pasa, fugaz, la sombra de una nube blanca... Los ojos se le van detrás de la sombra de la nube...
El sol en la cumbre... Crujen las espigas. La tierra, agrietada y ardiente, bajo los pies de Osmán... que brinca sin cesar.
Osmán trata de aguantar. Fuego por abajo; fuego por arriba. Como si le hundieran un hierro al rojo en los pulmones...
Calor... Todo deslumbra... Los ojos no distinguen nada a diez metros.
Zeynep se volvió desde lo alto de las gavillas y miró a Osmán. Se dio cuenta de que le fallaban las piernas.
—Osmán —le dijo—, Osmán, Osmán, hijo, no sigas yendo y viniendo a pie, voy a subirte al caballo.
Lo levantó y lo subió a lomos del caballo, pero no se le paró el temblor de las piernas. Iba y venía montado en el caballo. Zeynep ataba las gavillas a lo lejos. Osmán saltó del caballo y fue a pie hasta donde estaba Zeynep.
—¿Por qué has dejado solo al caballo, Osmán? ¿Y si se escapa?
Osmán se acercó y le cogió la mano:
—Mira, tía Zeynep —le dijo—, cuando sea mayor te compraré unos pendientes de oro.
Y se volvió corriendo junto al caballo.
El calor era asfixiante. El aire estaba detenido, no había ni un soplo de viento. Aunque iba a caballo, a Osmán le dolían las piernas, ya ni las sentía. En cualquier momento, puede caerse. No distingue nada a su alrededor. Osmán no guía al caballo, es el propio caballo el que va y viene.
Entre tanto llegó el descanso del mediodía. Comer bajo el sol... El agua estaba templada, como si fuera sangre. Todas las súplicas de Zeynep no lograron que Osmán probara bocado. Estuvo todo el tiempo bebiendo agua.
A Zeynep se le ocurrió echarle un cubo de agua por la cabeza, y el niño pareció recuperarse.
Cuando se levantaron para volver al trabajo, Zeynep le dijo:
—Osmán, hijo, no te levantes, que otro lleve el caballo.
—No, tía Zeynep, yo lo llevaré, no estoy nada cansado.
Cuando le quitaron el caballo de las manos, Osmán se sentó sollozando:
—No estoy cansado, lo juro que no estoy cansado.
Entonces intervino una vieja:
—Subid a ese al caballo... y que se caiga bajo sus patas y haga pedazos al mocoso.
Osmán replicó:
—¡Lo juro que no me caigo, de verdad que no me caigo! ¡No estoy cansado!
Lo subieron y a las tres vueltas empezó a marearse. Está aguantando.
Pero llegó un momento en que se quedó tumbado sobre el lomo del caballo, agarrándose a sus crines. Zeynep se dio cuenta de lo que ocurría y cogió a Osmán de lo alto del caballo. Osmán había perdido el conocimiento. Lo llevó hasta donde las gavillas y lo acostó:
—Hijo —le decía—, hijo, qué testarudo eres...
Después Zeynep volvió a traer agua y se la arrojó sobre la cabeza. Como estaban a pleno sol, le hizo sombra con su propio cuerpo. Osmán volvió en sí al cabo de un rato. Hasta que llegó la hora de irse, estuvo contemplando las labores con los ojos vacíos, acurrucado como una bola en la gavilla en que lo había dejado Zeynep. Se sentía tan avergonzado, que era incapaz de levantar la vista del suelo.
Al terminar la faena, Zeynep cogió a Osmán de la mano y lo subió al carro. Osmán parecía un saquito de patatas.
—Osmán, hijo, hoy has trabajado mucho. El amo Mustafá te dará tu paga y más...
Osmán, confundido, preguntó:
—¿Dices que va a pagarme?
—Has trabajado mucho.
Osmán pareció animarse.
Toda la familia está reunida afuera, comiendo frente a la puerta de la casa. Al otro lado hay un carro con los caballos enganchados. Tienen la cabeza hundida entre la hierba fresca, y se escucha un runrún, como si la estuvieran devorando. El olor a hierba fresca lo invade todo.
Está haciéndose de noche. Osmán está donde los caballos. Está ahí plantado, desde que han regresado de los campos. Impaciente, con la mirada fija en los comensales. Pero los comensales no han reparado en Osmán.
Osmán está esperando. Al final, ya no puede más y tose. Osmán no para ni un momento. Coge una rama del suelo y la rompe para hacer ruido. Los comensales ni se enteran. Luego con la rama partida comienza a trazar líneas y círculos en el suelo. Se pone a raspar el suelo con la rama con toda su fuerza. El ruido del fuerte roce del palo en la tierra... Osmán no consigue lo que se proponía. Los comensales están hablando y bromeando. Osmán se impacienta. Sigue raspando el suelo con la rama. Borra las rayas con el pie. Con la punta de la rama en el suelo... Osmán empieza a correr dando vueltas en torno al palo. Luego se olvida de los comensales y se abstrae en sus juegos. Dibuja, dibuja y luego lo borra.
De repente se oye un grito... Se le ha caído la rama que tenía en la mano. Se ha quedado paralizado.
Querría dejarlo todo y escaparse, pero no puede.
La mujer del amo Mustafá, sorprendida, exclama:
—¡Dios mío! ¡Osmán! Pero si es Osmán... ¡Ven, Osmán!
Osmán no se mueve del sitio.
—¡Ven Osmán, hijo, siéntate a comer!
Osmán permanece indiferente, sin responder.
—¿Te ha enviado tu madre?
Osmán permanece con la cabeza gacha, mirando al suelo.
—Pero estás bobo o qué, ¿por qué no te has ido a tu casa al volver del campo? Ahora tu madre te estará buscando, estará inquieta.
Se inclinó hacia su marido y le dijo algo. Los comensales se rieron.
Osmán en lo único que piensa es en escaparse, lo piensa pero es como si estuviera clavado en el suelo.
El amo Mustafá dijo:
—Pero, bueno, si me he olvidado de darle a Osmán su paga...
Sacó el monedero y le ofreció una moneda de veinticinco. Osmán agarró la moneda en un abrir y cerrar de ojos. Soltó un "Con Diooos" y se largó.
Volvió corriendo a su casa y, casi sin aliento, se arrojó en brazos de su madre:
—¡Toma!... —le dijo.
La madre se pasó tres veces la moneda de veinticinco en torno a la cabeza y luego se la llevó a los labios.
Traducido del turco por Gül Isik Alkaç y Fernando García Burillo

[cuento incluido en Calor amarillo: cuentos completos]







  • HABLA YASAR KEMAL


    «No acepto la censura y no me dejaré presionar; si ello significa ir a la cárcel, iré. No será la primer vez que me encierran. (...)
    »Yo no defiendo a los curdos porque me considere curdo. Soy y me siento turco, y todo lo que hago es por respeto a los derechos humanos».
    Barcelona, Premio de Cataluña 1996. El País, 16/5/1996


    «Turquía no era una verdadera democracia en los años cuarenta y cincuenta y no lo es tampoco ahora. Los curdos, que poseen una riquísima lengua, prohibida durante muchos años, no tienen derechos democráticos y, hasta que este problema se resuelva, no habrá verdadera democracia en Turquía. (...)
    »Los escritores han resistido y lo siguen haciendo. Por ello han conocido la cárcel y el exilio. (...)
    »Nada ni nadie podrá cambiar jamás mis ideas: la democracia y el socialismo».
    Francfort, Premio de la Paz de los editores y libreros alemanes. El País, 19/10/1997


    HAN DICHO DE SUS LIBROS


    Calor amarillo:
    cuentos completos

    Traducidos del turco por Fernando García Burillo y Gül Isik Alkaç


    Toda la obra narrativa de Yasar Kemal, compuesta por más de cuarenta obras traducidas a sesenta lenguas, aparece ya reflejada en estos cuentos, llenos de vida y sentimiento.

    «Directo y sencillo –pero no simple, la calidad de su mirada narrativa es de una exigencia y elaboración de primer orden y su mano tiene la destreza del que sabe muy bien lo que quiere contar–… Lo que Yasar Kemal maneja, además, con toda eficacia es la expresión oral de sus personajes. Kemal –como todo escritor que conoce bien la tradición oral del mundo agrícola– tiene una calidad de inágenes extraordinaria, es preciso y contundente, no gasta pólvora en salvas, no se adorna una sola vez; es, como digo, muy eficiente…
    »Un libro que el lector occidental debería leer para respirar otro aire, salir de su etnocentrismo y descubrir o reafirmar hasta qué punto la globalización no es sólo un asunto de intereses económicos, sino también una comunidad de intereses vitales».
    «De la vida ritual del pueblo kurdo», José María Guelbenzu, El País / Babelia, 11/12/99


    «La aparición de los cuentos de Yasar Kemal permite ampliar extraordinariamente el conocimiento de su universo creador. Si las novelas de la serie de El Halcón son grandes frisos donde los personajes concretos entán rodeados de un personaje colectivo…, en los cuentos hay una mirada a la vida molecular de esa colectividad, la visión parcial de algunos casos de ese personaje coral que habita en las pequeñas aldeas y villorrios, el ejemplo pormenorizado de los efectos del despotismo y el expolio de los grandes terratenientes.
    »Bajo el sol de los agotadores esfuerzos agrícolas, ese calor amarillo que da nombre a la recopilación, se nos ofrece el relato de las desventuras de los campesinos con una concisión de gran fuerza trágica».
    «El universo de Yasar Kemal», José María Merino, Revista de Libros, febrero 2000


    «Las historias que cuenta Yasar Kemal (Hemite, 1923) no son bonitas, todo lo contrario –una hasta se llama «Una fea historia»–. En la recopilación de relatos que presenta Ediciones del Oriente y del Mediterráneo (traducidos con soltura y eficacia por Gül Isik y Fernando García Burillo) no hay ninguno que tenga un final feliz o al menos transmita alguna esperanza en un mundo mejor…
    »Aquí se demuestra toda la maestría de Kemal, que con pocos elementos –un carro, un camino, una mujer y un hombre bastan para «En el camino»– construye historias complejas y apasionadas de escasas páginas y atrapa al lector desde la primera a la última línea.
    »… no le interesa a Kemal explorar psicológicamente lo que motiva las acciones de sus personajes. Retrata al ser humano tal como es: enfocando sus flaquezas con la misma objetividad que sus virtudes, su bajeza igual que su nobleza. No habrá mejor libro para introducirse en la vasta y dignísima obra del escritor turco más universal».
    «Historias feas», Cecilia Dreymüller, ABC Cultural, 13/5/2000


    Si aplastaran la serpiente
    novela
    Ilustraciones de Abidin Dino
    Traducida del turco por Fernando García Burillo


    Una de las obras fundamentales del gran escritor turco. Un tema que parece sacado de la tragedia clásica griega y, sin embargo, entronca con la Anatolia profunda que el autor descubrió en las cárceles de su país.

    «Si aplastaran la serpiente, del kurdo Yasar Kemal, una historia con aliento trágico, obra de un hombre comprometido con su pueblo, que reconstruye la cultura y los modos de vida de una sociedad que está pasando de un período prácticamente feudal a una estructura económica precapitalista mientras sufre las agresiones contra su propia supervivencia como pueblo, que recibe de varios frentes».
    «La tragedia del pueblo kurdo», Tomás Ruibal, Diario de Pontevedra, 7/10/2001



    «El tema de la novela parece sacado de la tragedia clásica griega y, sin embargo, entronca con la Anatolia profunda que el autor descubrió en las cárceles de su país. Esta obra recrea un crimen de honor que el escritor escuchó en la cárcel de los labios de su autor, un adolescente».
    «Si aplastaran la serpiente», Más cultura, Página abierta, octubre 2001



    «El narrador turco construye una obra breve pero llena de tensión dramática, a pesar de que el trágico final se intuye desde las primeras páginas.
    »Resulta magistral la forma en que Kemal traduce en palabras el proceso por el que un ser humano puede llegar a perder el sentido crítico y volverse loco, cegándose con una sola idea para la que no existe contrapropuesta».
    «De qué está hecha la locura», María Victoria Reizábal, Reseña, enero 2002



    «… escritor elogiado por Günter Grass, Elia Kazan o John Berger, Kemal ha firmado piezas de una belleza tan nítida como las recogidas en Calor amarillo, un estremecedor conjunto de cuentos de una sobriedad intensa, de un lirismo sereno, de una dureza soberbia. Si aplastaran la serpiente es otra muestra clara de su fuerza expresiva, de su contundencia sencilla y atrayente… Tragedia de resonancias clásicas y regusto lorquiano, relato impresionante y bello, retrato de un paisaje y unas gentes duras y crueles pero siempre acogedoras, hospitalarias, Si aplastaran la serpiente nos presenta a un Yasar Kemal intenso, lírico y compasivo ».
    «Si aplastaran la serpiente», Antonio García Vila, Lateral, marzo 2002



    «Más allá que se tratase de una situación real (el agresor cuenta el suceso a Kemal mientras ambos están en la cárcel) la trascendencia de esta obra radica en cómo rescata unas figuras totalmente marginales y las eleva a la categoría de constructores de la historia».
    «Si aplastaran la serpiente», Luisa Ocaranza, Ciudad Nueva, julio 2002




    CALOR AMARILLO



    —Mamá, mamá, mañana por la mañana despiértame antes de que amanezca —dijo el niño.
    —¿Y si no te despiertas?
    —Si no me despierto, clávame una aguja. Tírame de los pelos. Pégame.
    En la pálida cara de la menuda mujer, sus vivarachos ojos negros relucieron alegres un instante.
    —¿Y si sigues sin despertarte?
    —Pues me matas.
    La mujer lo cogió en brazos y lo estrechó contra su pecho:
    —¡Alma mía! —exclamó.
    —Si no me despierto... —el niño se quedó pensativo y añadió— ponme guindilla en la boca.
    Su madre, con los ojos húmedos, lo besó y lo estrechó de nuevo tiernamente contra su pecho.
    El niño vuelve a repetir:
    —¡Oye, si no me despierto, me pones guindilla en la boca, eh!...
    —¡Alma mía!
    —Que la guindilla sea muy picante.
    Se pone caprichoso, patalea y grita sin parar:
    —Guindilla picante, pimienta roja... Que me abrase la boca... Un fuego... Que me despierte rápido... Enseguida...
    Se suelta de la mano de su madre, sube a toda velocidad al chamizo y se mete en la cama.
    Una noche sofocante de verano... En el cielo, unas pocas estrellas apagadas y una luna redonda y enorme... La cama huele a sudor ácido.
    No para de dar vueltas a un lado y a otro.  Luego toma una decisión: "Me quedaré despierto hasta mañana". Está contento. Por la mañana, en cuanto su madre diga "Osmán", se levantará y se arrojará en sus brazos. ¡Vaya sorpresa se llevará su madre!, se dice brincando de alegría en la cama. Pero la alegría se le pasa rápido, y el miedo se le cuela dentro: "Y si me duermo". No para de repetirse: "No me duermo, que no. ¿Porqué voy a dormirme? ¿Por qué hay que dormir?"
    Al poco, su madre se acerca a la cama y se acuesta a su lado. Lo acaricia y le dice:
    —Hijo, ¿estás dormido?
    Osmán se queda callado como un muerto. Su madre lo abraza y lo besa. Por el corazón de Osmán fluye algo cálido parecido a las lágrimas, a la ternura, al amor y a la amistad. Está esperando la mañana. Qué sorpresa va a llevarse su madre. Cómo va a quedarse cuando se despierte por la mañana temprano.
    La madre ya se ha dormido. Osmán no para de dar vueltas en la cama. Se le cierran los ojos, pero no se abandona tan fácilmente.
    Se incorpora y contempla la cara de su madre, que respira profundamente. Su cara resplandece muy blanca a la luz de la luna. Sus hermosas trenzas ahora parecen más negras. Largas trenzas enroscadas sobre la blancura de la almohada. Las trenzas brillan. Se queda largo rato contemplando su blanquísimo rostro y sus cabellos. Luego se le venció la cabeza, que cayó sobre la almohada.
    A media noche, la luna ya estaba muy alta, y había tanta claridad que parecía de día. Bajo el chamizo se escucha el rechinar de los dientes de la vaca, que está rumiando echada en el suelo. El sueño aprieta fuerte. Está a punto de dormirse. Aprieta los dientes. Se muerde los brazos. Haga lo que haga, el sueño lo envuelve como el agua de una crecida. Se enfada, luego sonríe. Se enfada, sonríe. Por la mañana se arrojará en brazos de su madre, abrazará a su madre...
    La luna desciende hacia la llanura que se abre al oeste, como si tocase la tierra. Dentro de poco, se teñirá de rojo y se ocultará.
    Por detrás de las montañas que se alzan al este, surge un fino haz de luz blanca que va clareando lentamente las cimas de las montañas. Mugen las vacas, y en el pueblo todo comienza a animarse.
    La madre está arrodillada a los pies de la cama de su hijo y lo contempla ensimismada.
    La cabecita del niño se ha deslizado junto a la almohada, tiene el cuello muy fino y pálidas las facciones. El niño ni respira. Casi no se distingue su carita en la penumbra. La madre no para de suspirar.
    El niño sacó fuera un brazo. Era tan fino como el pulgar. La piel arrugada parecía descolgársele del hueso. La madre no apartaba sus ojos del brazo.
    Luego suspiró profundamente:
    —¡Ay, hijo mío!
    Se estremeció. Vaciló. Dejó al niño y se levantó. La luna proyectaba su sombra sobre los juncos de la cabaña.
    La madre, furiosa, se dijo: "No lo despierto. Qué más da si tenemos que morirnos de hambre. ¿Qué vamos a sacar del trabajo de un niño?"
    No consigue apartar los ojos de su flaco bracito. Se sorprende de no haberse dado cuenta hasta entonces de lo flaco que estaba el crío.
    "Qué más da si tenemos que morirnos de hambre."
    Mordió con rabia sus largas trenzas.
    Su marido gritó desde abajo:
    —¿Aún no se ha despertado?
    La mujer, con voz dulce y suplicante, respondió:
    --¿Qué le quieres al niño? Aún no levanta un palmo. Sus huesos no resistirán, está tan delgado...
    El hombre insistió malhumorado:
    —Hoy tiene que despertarse. ¡Te digo que tiene que despertarse! Que trabaje, que no se haga un vago. ¡Que se haga un hombre!
    La mujer susurró asustada:
    —Tiene los brazos tan finos que...
    Se detuvo junto al niño. Su corazón se rebelaba a la sola idea de despertar a ese crío, ligero como una pluma,  y mandarlo a trabajar con ese calor crepitante.
    La voz malhumorada que venía de abajo dijo:
    —Despiértalo. Dale una bofetada. Hemos dado nuestra palabra a los amos. ¿Dónde van a encontrar a otro niño a estas horas?
    La mujer respondió:
    —Oye, marido, mi corazón no lo soporta. Es tan pequeño... ¿Es que vamos a hacernos ricos porque él trabaje?
    El hombre replicó:
    —Si no se acostumbra a trabajar ya...
    La mujer acarició el pelo del niño y le dijo en voz baja:
    —Osmán, hijo, Osmán levántate. Levántate hijo mío. Ya es de día.
    El niño gimió y se dio lentamente la vuelta.
    —Osmán, hijo mío, que ya está amaneciendo...
    Cogió al niño de los hombros. Lo levantó con todo cuidado... Como si pudiera caerse y desmadejarse... Lo volvió a acostar.
    —No se despierta, oye, no se despierta. ¿Qué quieres, que lo mate?
    Bajó con ligereza del chamizo, que osciló como una cuna.
    El hombre se enfureció:
    —¡Vete al diablo con él! ¡No se ha despertado!
    —No se despierta, oye, ¿qué quieres que haga?
    El hombre saltó a la escalera hecho una furia. Subió al chamizo, agarró al niño de los brazos y lo levantó. El niño era como un lebratón que colgaba inerme de sus manos. Gritó "¡Mamá, mamá!" mientras se debatía, medio dormido aún. El hombre sacó del chamizo al niño y lo soltó a los pies de su madre, en medio del polvo del patio.
    La mujer no podía apartar los ojos del niño:
    —¡Dios mío, que los hijos no caigan en manos extrañas!
    Lo cogió con presteza del suelo y lo estrechó contra su pecho. El niño abrió unos ojos como platos y miraba sin comprender nada. Trajo agua fría y le lavó la cara.
    El niño se espabiló:
    —¡Mamá!
    —¡Hijo de mi alma!
    —¿Me has puesto guindilla en la boca?
    En aquel momento llegó el carro del amo Mustafá y se detuvo frente a la puerta.
    —Osmán...
    Osmán se fue corriendo y saltó al carro. Desbordaba de alegría y se puso a cantar.
    La madre confió en un aparte a Zeynep, que trabajaba a jornal en casa del amo Mustafá:
    —Te lo suplico, Zeynep, cuida de Osmán, es tan niño... Está en los huesos...
    —No te preocupes, hermana, que ya me ocuparé yo de que no le pase nada malo.
    Llegaron a los campos de labor. Aún no había salido el sol. Las gavillas, todavía húmedas del rocío, permanecían alineadas al pie de la cosechadora. Olor a hierba y a trigo húmedo. Engancharon el caballo a la narria y comenzaron a cargar las gavillas; en lugar de un par de caballos, sólo uno tiraba de la narria. Osmán sujeta de la cabeza al caballo; nada más llenarse la narria, raudo como un pajarillo va y viene sin cesar a las eras.
    Los que cargan la narria bromean con Osmán.
    —¿Qué tal Osmán?
    --¡Bravo, Osmán!
    Osmán está contento...
    De improviso, el sol salió tras de las montañas como una bola de fuego muy roja... De las gavillas y los tallos de trigo comienza a elevarse, lentamente, una ligera bruma casi imperceptible. En el cielo comienzan a formarse, poco a poco, unas nubecillas blancas.
    Osmán no para de ir y venir entre las eras y las gavilladoras. Está pletórico y lleno de vida.
    Zeynep, cada dos por tres, dice, acariciando a Osmán:
    —¡Hala Osmán! ¡Estás hecho un león!
    El sol se alza por encima de la cumbre. La claridad inunda el horizonte. Los tallos del trigo y las gavillas relucen con el sol. Los rayos de luz parecen apagarse, girar y revolotear de uno en uno, a miles, a cientos de miles. De los rostros de las gavilladoras, cubiertos de polvo, chorrean surcos de sudor. Todo arde alrededor.
    Osmán está más moreno, su rostro aún parece más afilado, y apenas sí se distinguen sus grandes ojos, casi cerrados... Tiene la camisa empapada de sudor...
    Qué queda del ímpetu de la mañana... Ahora Osmán va dando traspiés al caminar. En cualquier momento puede caerse bajo las pezuñas del caballo... Osmán trata de mantenerse en pie.
    El suelo parece hierro candente. Cada vez que apoya el pie, da un respingo. Así que su manera de andar es un poco rara.
    Mientras llega la narria, las gavilladoras se tumban a descansar a pleno sol sobre las gavillas.
    Osmán no para de mirar al cielo... Una nubecilla... A veces pasa, fugaz, la sombra de una nube blanca... Los ojos se le van detrás de la sombra de la nube...
    El sol en la cumbre... Crujen las espigas. La tierra, agrietada y ardiente, bajo los pies de Osmán... que brinca sin cesar.
    Osmán trata de aguantar. Fuego por abajo; fuego por arriba. Como si le hundieran un hierro al rojo en los pulmones...
    Calor... Todo deslumbra... Los ojos no distinguen nada a diez metros.
    Zeynep se volvió desde lo alto de las gavillas y miró a Osmán. Se dio cuenta de que le fallaban las piernas.
    —Osmán —le dijo—, Osmán, Osmán, hijo, no sigas yendo y viniendo a pie, voy a subirte al caballo.
    Lo levantó y lo subió a lomos del caballo, pero no se le paró el temblor de las piernas. Iba y venía montado en el caballo. Zeynep ataba las gavillas a lo lejos. Osmán saltó del caballo y fue a pie hasta donde estaba Zeynep.
    —¿Por qué has dejado solo al caballo, Osmán? ¿Y si se escapa?
    Osmán se acercó y le cogió la mano:
    —Mira, tía Zeynep —le dijo—, cuando sea mayor te compraré unos pendientes de oro.
    Y se volvió corriendo junto al caballo.
    El calor era asfixiante. El aire estaba detenido, no había ni un soplo de viento. Aunque iba a caballo, a Osmán le dolían las piernas, ya ni las sentía. En cualquier momento, puede caerse. No distingue nada a su alrededor. Osmán no guía al caballo, es el propio caballo el que va y viene.
    Entre tanto llegó el descanso del mediodía. Comer bajo el sol... El agua estaba templada, como si fuera sangre. Todas las súplicas de Zeynep no lograron que Osmán probara bocado. Estuvo todo el tiempo bebiendo agua.
    A Zeynep se le ocurrió echarle un cubo de agua por la cabeza, y el niño pareció recuperarse.
    Cuando se levantaron para volver al trabajo, Zeynep le dijo:
    —Osmán, hijo, no te levantes, que otro lleve el caballo.
    —No, tía Zeynep, yo lo llevaré, no estoy nada cansado.
    Cuando le quitaron el caballo de las manos, Osmán se sentó sollozando:
    —No estoy cansado, lo juro que no estoy cansado.
    Entonces intervino una vieja:
    —Subid a ese al caballo... y que se caiga bajo sus patas y haga pedazos al mocoso.
    Osmán replicó:
    —¡Lo juro que no me caigo, de verdad que no me caigo! ¡No estoy cansado!
    Lo subieron y a las tres vueltas empezó a marearse. Está aguantando.
    Pero llegó un momento en que se quedó tumbado sobre el lomo del caballo, agarrándose a sus crines. Zeynep se dio cuenta de lo que ocurría y cogió a Osmán de lo alto del caballo. Osmán había perdido el conocimiento. Lo llevó hasta donde las gavillas y lo acostó:
    —Hijo —le decía—, hijo, qué testarudo eres...
    Después Zeynep volvió a traer agua y se la arrojó sobre la cabeza. Como estaban a pleno sol, le hizo sombra con su propio cuerpo. Osmán volvió en sí al cabo de un rato. Hasta que llegó la hora de irse, estuvo contemplando las labores con los ojos vacíos, acurrucado como una bola en la gavilla en que lo había dejado Zeynep. Se sentía tan avergonzado, que era incapaz de levantar la vista del suelo.
    Al terminar la faena, Zeynep cogió a Osmán de la mano y lo subió al carro. Osmán parecía un saquito de patatas.
    —Osmán, hijo, hoy has trabajado mucho. El amo Mustafá te dará tu paga y más...
    Osmán, confundido, preguntó:
    —¿Dices que va a pagarme?
    —Has trabajado mucho.
    Osmán pareció animarse.

    Toda la familia está reunida afuera, comiendo frente a la puerta de la casa. Al otro lado hay un carro con los caballos enganchados. Tienen la cabeza hundida entre la hierba fresca, y se escucha un runrún, como si la estuvieran devorando. El olor a hierba fresca lo invade todo.
    Está haciéndose de noche. Osmán está donde los caballos. Está ahí plantado, desde que han regresado de los campos. Impaciente, con la mirada fija en los comensales. Pero los comensales no han reparado en Osmán.
    Osmán está esperando. Al final, ya no puede más y tose. Osmán no para ni un momento. Coge una rama del suelo y la rompe para hacer ruido. Los comensales ni se enteran. Luego con la rama partida comienza a trazar líneas y círculos en el suelo. Se pone a raspar el suelo con la rama con toda su fuerza. El ruido del fuerte roce del palo en la tierra... Osmán no consigue lo que se proponía. Los comensales están hablando y bromeando. Osmán se impacienta. Sigue raspando el suelo con la rama. Borra las rayas con el pie. Con la punta de la rama en el suelo... Osmán empieza a correr dando vueltas en torno al palo. Luego se olvida de los comensales y se abstrae en sus juegos. Dibuja, dibuja y luego lo borra.
    De repente se oye un grito... Se le ha caído la rama que tenía en la mano. Se ha quedado paralizado.
    Querría dejarlo todo y escaparse, pero no puede.
    La mujer del amo Mustafá, sorprendida, exclama:
    —¡Dios mío! ¡Osmán! Pero si es Osmán... ¡Ven, Osmán!
    Osmán no se mueve del sitio.
    —¡Ven Osmán, hijo, siéntate a comer!
    Osmán permanece indiferente, sin responder.
    —¿Te ha enviado tu madre?
    Osmán permanece con la cabeza gacha, mirando al suelo.
    —Pero estás bobo o qué, ¿por qué no te has ido a tu casa al volver del campo? Ahora tu madre te estará buscando, estará inquieta.
    Se inclinó hacia su marido y le dijo algo. Los comensales se rieron.
    Osmán en lo único que piensa es en escaparse, lo piensa pero es como si estuviera clavado en el suelo.
    El amo Mustafá dijo:
    —Pero, bueno, si me he olvidado de darle a Osmán su paga...
    Sacó el monedero y le ofreció una moneda de veinticinco. Osmán agarró la moneda en un abrir y cerrar de ojos. Soltó un "Con Diooos" y se largó.
    Volvió corriendo a su casa y, casi sin aliento, se arrojó en brazos de su madre:
    —¡Toma!... —le dijo.
    La madre se pasó tres veces la moneda de veinticinco en torno a la cabeza y luego se la llevó a los labios.
    Traducido del turco por Gül Isik Alkaç y Fernando García Burillo
    [cuento incluido en Calor amarillo: cuentos completos]

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