Adonis (Al Qassabin, Siria, 90 años), poeta, ensayista, exiliado casi toda su vida, catedrático en Beirut. Autor de Epitafio para Nueva York (editado por Hiperión, Alianza y Nórdica) o El libro (Ediciones del oriente y del mediterráneo) acaba de publicar Principio del cuerpo, final del mar
(Vaso Roto). Ante el estremecimiento que el virus hace padecer a la
tierra muestra su perplejidad laica, su susto civil. Desde hace tiempo
su último exilio es en París. Lo entrevistamos a través del correo
electrónico. Su nieto Jaafar al Aluni, promotor de Banipal, “revista de
literatura árabe moderna” recién nacida en España, tradujo del árabe sus
respuestas.
Pregunta. ¿Cómo ha vivido este tiempo?
Respuesta. Meditando, leyendo y
escribiendo. Aquel que siente la necesidad de decir algo esencialmente
requiere soledad. Me sorprendió que haya que replantearse preguntas
como: ¿porta el mal elementos del bien? El virus, instalado en un rincón
y el mundo entero en el opuesto, ha planteado esta cuestión: ¿por qué
no infecta a los niños, a la vez que hay seres humanos que disfrutan
asesinándolos? El virus ha abierto un horizonte para pensar en las
relaciones entre las personas. ¿No es hacer pasar hambre a todo un
pueblo, con plena conciencia, más peligroso que un virus ignorante y
ciego? ¿Por qué el mundo, que dice ser libre, guarda silencio ante el
país que más practica la política del hambre, el gobierno de los Estados
Unidos? ¿No es moral y humanamente más peligroso que cualquier virus?
Este virus requiere considerar al ser humano como un virus latente
siempre dispuesto a actuar.
P. ¿Sirve la poesía para afrontar un drama de esta naturaleza?
R. Sirve en el sentido de reconsiderar
el mundo para llegar a uno mejor, pero no en el sentido literal de la
palabra. La poesía amplía los límites e incluso los elimina. Abre el
horizonte a cuestiones que nadie más plantea: es el conocimiento
superior, la suprema intuición cognitiva del hombre entendido como la
savia en la que convergen la experiencia, la mente y el espíritu, y como
el extremo que abre la puerta del infinito.
Dios y el silencio
P. Ha sobrevivido tragedias como el exilio escribiendo poesía. ¿Es tan potente la palabra?
R. Sobreviví al exilio creado por la
tiranía en todos los ámbitos, significados y niveles, especialmente
políticos e intelectuales. Pero todavía vivo en el exilio creado por el
significado del hombre y del mundo. En este exilio, la palabra no te
ayuda a estar a salvo: te ayuda a hundirte más y más en el exilio para
descubrir la hondura y la profundidad, descubrir la altura y la
trascendencia. La grandeza del hombre radica en su naturaleza de nacer
exiliado, en ser el que hace la Historia. El ser humano es el único que
escribe su propia historia y la de las cosas, y cuando siente que no
está exiliado a cualquier nivel pierde su particularidad humana. La
palabra es, entonces, el ser humano, entendida como una relación con su
yo, con el otro y con el mundo. En este sentido, el ser humano necesita
al otro: es esencialmente dos en uno. En el origen eran dos y no uno. El
poeta lee al “otro”, lo escribe, mientras lee y se escribe a sí mismo.
El otro es un elemento fundamental en la formación del yo.
P. Usted no cree en Dios, pero, ¿a veces estos horrores no parecen mandados por una voluntad divina o diabólica?
R. ¡Qué sentido tiene Dios si
eliminamos al diablo del mundo! Tanto Dios como el diablo son la
dualidad universal, cósmica y religiosa creada por el ser humano. La
diferencia entre Dios y el diablo es funcional. La visión monoteísta
proporcionó al diablo una presencia viva, doctrinal y confesional en
este mundo que las visiones anteriores de Sumeria, Babilonia y Grecia no
le dieron. Su presencia antes del monoteísmo era meramente simbólica y
poética. Los horrores a los que usted se refiere no son divinos ni
diabólicos, sino puramente humanos: el ser humano es un dios-diablo
envuelto en el mismo traje. La mirada hacia la existencia antes del
monoteísmo era la de la revelación cognitiva, sin embargo, con el
monoteísmo se convirtió en una visión de posesión e imperio. ¿Cómo se
llevó a cabo este cambio y por qué? Ese es el dilema.
P. Usted considera que la verdad no está en el pasado. Pero, ¿a usted qué le dice su propio pasado?
R. La desgracia del pasado consiste en
decir que la verdad es “una característica de la religión islámica” que
Dios reveló afirmándola como la última verdad sin que haya otra que
pueda negarla. Dios mismo, en este sentido, selló su mensaje y no tiene
nada más que revelar. La religión de Dios es el islam y la tierra es el
reino de esta última religión verdadera. Dicho esto, ¡acaso tengo
derecho yo, el ser que no tiene más poder que el del idioma, a usar
algunos de sus vocablos y declarar: no quiero este reino! El pasado es
estrictamente religioso. Mi pasado, sin embargo, es el de aquellos que
rechazaron el pasado religioso, es decir, la poesía, la filosofía, el
sufismo —que negó la religión en su forma jurídica y jurisprudencial— y
los marginados libres a lo largo de 14 siglos en los diversos campos.
Estos fueron los que crearon lo que se llama hoy la civilización
árabe-islámica.
P. Dice en Principio del cuerpo, final
del mar: “El sueño es el hermano de la muerte; los moradores del Paraíso
no duermen”. ¿Tal vez dormir sea una manera de escritura?
R. La cita viene en boca de con quienes
el poeta quería dialogar. No hay que olvidar la dualidad del ser
humano: Dios y diablo; mente e imaginación; cuerpo y alma; realidad y
ficción; absurdo y razón; existencia y nada; sueño y muerte, este largo
dormir después del cual no hay despertar. Pienso que la escritura emana
de todo esto mientras lo abraza.
El silencio como enfermedad
P. ¿Es el silencio un remedio?
R. El silencio es una enfermedad. No
puede ser un remedio. Es, en su estado más agradable y sereno, otra
muerte. El remedio, no obstante, se busca en la pregunta, en todo lo que
escapa de las respuestas. La respuesta es un tipo de muerte cultural.
¿La muerte con muerte se cura?
P. En su obra hay mucha energía,
dominada por una serenidad que no tiene ni su pueblo ni su historia. ¿Es
la infancia la que le otorga ese poder de sosiego?
R. Es el poder que no se satisface con
las respuestas, sino que las supera; es la búsqueda constante de la
parte ausente-presente en el ser, es esta intuición que nunca me
abandona: el hombre crea su propia identidad y no la hereda. Tengo la
absoluta certeza de que el “otro” diferente es el que integra el yo. A
todo esto debe esa energía, sosiego y serenidad. La infancia es la brisa
que corre entre todo esto, es su sol.
P. Dijo en 2005: “Occidente debe
aprender a poner el corazón al lado de la razón”. ¿Considera que
Occidente escucha el corazón? ¿Y qué está diciendo el corazón?
R. El ser humano ve y escucha en la
medida en que su corazón ve y escucha. Piensa y entiende en la medida en
que su corazón lo hace. El corazón es la fuente de “la libertad libre”,
según Rimbaud, no la mente o el intelecto. La mente o el pensamiento
solo tienen significado si se cargan con la luz del corazón, y el
corazón aquí es la poesía. En esto consiste el sentido del hombre.
Siempre recuerdo un verso de un gran poeta árabe evocando su tierra
natal, dice: “Desde que se desvaneció la morada/ aparté la mirada y
atraje el corazón”.
Adonis en ediciones del oriente y del mediterráneo: