sábado, 13 de diciembre de 2025

Ignacio Gutiérrez de Terán: "Gaza:poemas contra el genocidio

 

 


 INTRODUCCIÓN

Qué doloroso es componer una antología como esta. Palestina, Gaza de manera brutal y ante la mirada impotente de medio mundo, Cisjordania, subrepticiamente a través de la expansión inclemente de los colonos, sigue sufriendo una campaña de erradicación. Una agresión inclemente, prolongada desde hace más de 75 años. La campaña de exterminio física y cultural emprendida por un proyecto sionista preciso en su brutalidad ha entrado en un momento de «solución final» que, pensábamos, había quedado atrás en los anales del siglo pasado. Empero, se trata de algo real, cruel en sus métodos, injurioso en una política de silenciamiento de la víctima y ensalzamiento de los verdugos que, por desgracia, sigue vigente en numerosos ámbitos del mundo occidental. Durante décadas la voz palestina ha sido silenciada, si no desvirtuada por medio de la criminalización y el falso victimismo de quienes con ahínco la han usurpado; y si asistimos a algo parecido a un grito de indignación, una repulsa mundial a lo que viene sufriendo la población de la Franja de Gaza desde octubre de 2023, se debe a la barbarie extrema, desatada, injustificable incluso para sus valedores tradicionales, de los dirigentes sionistas actuales. Se han lanzado sin ambages ni circunloquios a consumar el gran sueño de una ideología racista y antihumana que pretende vaciar Palestina de sus habitantes, todo ello en nombre de un derecho divino que, en realidad, esconde un entramado de intereses económicos, comerciales y geopolíticos con un claro trasfondo neocolonialista.
Las terribles consecuencias de la destrucción de centenares de aldeas y la expulsión de cientos de miles de personas, en 1948 y a lo largo de los años siguientes, presiden los poemas de los autores que los sufrieron en primera persona, Abu Salma o los hermanos Tuqán, Ibrahim y Fadwa, por ejemplo; pero también hay en ellos, y en quienes les siguieron, una reivindicación orgullosa de la identidad palestina y una apuesta consciente por la resistencia. Precisamente, el término «literatura de la resistencia» fue reivindicado por uno de los grandes intelectuales palestinos, Gassán Kanafani, asesinado por el Mosad en Beirut en 1972, desde el título mismo de su célebre Adab al-muqawama fi Filastin al-muhtalla, 1948-1966 (Literatura de Resistencia en Palestina Ocupada 1948-1966), estudio seminal sobre la nueva poesía palestina. Kanafani atribuye a los por aquel entonces jóvenes poetas que publicaban sus primeros libros un nuevo modo de hacer poesía. Ideas sencillas, expresadas con un agudo hálito poético, imágenes directas, símbolos originales, la implicación real y profunda del yo poético… Para Kanafani, la aparición de una nueva corriente creativa en la Palestina histórica representa un alzamiento en toda regla contra lo que denomina el «culturicidio palestino». La ocupación sionista ha mostrado siempre gran aptitud para reprimir los intentos de una expresión artística genuina prohibiendo libros y editoriales, asfixiando a los centros educativos y evitando el desarrollo de una conciencia y cultura palestinas propias, sobre todo en las urbes. Por fortuna, añadía, poetas como Tawfiq Zayyad, Mahmud Darwish, Samih al-Qasim y Salem Yubrán, quienes componen la espina dorsal del estudio, levantaron un estandarte estilístico y espiritual que ha mantenido viva durante décadas la palabra resistente frente a la Ocupación.
Los versos escritos desde Palestina y sus gentes empujadas al destierro hablan de eso, de amor a la tierra —«no podrán amor nuestro, arrancarte los ojos», escribía Fadwa Tuqán— de los símbolos nacionales palestinos, el olivo, el tomillo, las vides, el higo chumbo, el olor de la yerba húmeda… y también de fedayines, de gentes comunes y corrientes que defienden a los suyos «con los dientes» —diría Tawfiq Zayyad—, en un afán, criminalizado desde el exterior las más de las veces, por hacer valer unos derechos usurpados del modo más vil. Es tal la afrenta padecida por el pueblo de Palestina que un autor de natural apacible y de pulsión indudablemente intimista neo romántica, como el gazatí Harun Hashem Rashid, interpelaba hace décadas a sus «compañeros de angustia e infortunio» insistiendo en que él también era «uno de ellos en el fuego del odio», en la traducción del profesor Martínez Montávez en su antología El poema es Filistín (1980). Se puede apreciar en todos estos poemas tristeza e indignación, pero también una profunda convicción de luchar por lo que es justo. Y un sonoro latido de esperanza. Sin embargo, los poemas palestinos que se han escrito en y sobre Gaza desde octubre de 2023 aluden en primera instancia al terror, el hambre, la aniquilación y la desesperanza ante unas matanzas cometidas día y noche ante la pasividad del planeta en su conjunto. En palabras del joven poeta gazatí Mohammed Moussa no podía haber sido de otro modo: padecer un genocidio aporta una perspectiva sombría en la que «los poetas de Gaza están forjando una nueva poesía, redefiniendo su esencia y significado. Nos vemos compelidos a redactar elegías, a escribir de continuo sobre el hambre que asuela nuestros cuerpos y sobre las familias y los niños a quienes han quemado vivos en sus tiendas».
La destrucción sistemática, planificada, de la tierra de Gaza, sus gentes y su historia ha devastado los cimientos de la creación literaria. De qué otra cosa que de muerte y desolación puede escribirse en la enorme fosa común en que ha quedado convertida Gaza. La devastación ha dado lugar a diversos subgéneros y poetas a quienes se atribuye la paternidad de determinadas tendencias temáticas o discursivas. Así, Ni’ma Hasan es la poeta de las jaimas en los campos de refugiados; Anees Ghanima, el de las ruinas, y Alaa al Qatrawi, a quien el régimen de Tel Aviv privó de sus cuatro hijos menores de edad, la de la maternidad reducida a la nada. Todos y todas hablan de cementerios, desplazados, casas borradas del mapa, el frío que estrangula los huesos, la sed del verano tórrido y desamparado. Y siempre el hambre, la hambruna como castigo colectivo impuesto por la Ocupación para forzar, de paso, el éxodo palestino. «Me lacera el hambre, pero tengo más hambre de vida», dice Haydar al Ghazali, que ha hecho de este padecimiento un leitmotiv hasta recrear, sarcasmo del destino, el género de los poetas saalik (vates errantes del desierto) de la época preislámica (siglos v/vi), que describían el padecimiento del estómago vacío con un realismo —y unas metáforas— que solo los poetas contemporáneos de Gaza han podido igualar. Si es que no lo han superado.
No todo, sin embargo, es desesperanza. Mona Musaddar ansía el fin del genocidio y lo invoca: «Cuando termine el genocidio no mandaré mensajes a los amigos preguntando si siguen vivos»; Fatena al Ghorra da consejos a los suyos para que sobrevivan a los bombardeos, la hambruna y la indiferencia de la llamada comunidad internacional; y Amal Abu Asi vuelve a plantar cara a la barbarie y la sinrazón de un Estado criminal: «Gaza seguirá existiendo mientras haya pájaros surcando el cielo». Los más recuerdan a su madre, bien porque los bombardeos la han asesinado, bien porque casi todos solemos tender a pensar en nuestras madres en los momentos de máxima desolación. Ahmad al Qarinawi la recuerda «con su túnica de terciopelo», mientras Salim al Naffar, asesinado por las bombas de la ocupación lo mismo que Hiba Abu Nada o Maryam Hegazi, llora su partida: «¿Precisamente ahora tenías que soltarme la mano?». Doha al Kahlut dibuja, por su parte, una visión confusa y distante de la madre en mitad, una vez más, de la desolación: «Ansío tu mano, pero resultas tan irreal y distinta allá, en el horizonte, entre el sueño y la vigilia». 
Nos gustaría decir, a modo de colofón, que todavía, según se escriben estas líneas al menos, días antes de la entrada en vigor del llamado plan de Trump, estamos a tiempo de detener tamaña barbarie. Algunos pueblos y un puñado de dirigentes de este mundo parecen haber despertado de un cínico letargo que continúa, sin embargo, asolando al resto. Hasta el momento, no ha sido suficiente. La gente de Palestina y Gaza en particular está acostumbrada a sufrir pesares. Y a resistir. Lo llevan haciendo desde hace un siglo, cuando comenzó a intensificarse la colonización de Palestina y el expolio cometido sobre sus legítimos dueños. Yawad al Aqqad se preguntaba, como tantos otros escritores palestinos: «para qué sirve la poesía, las palabras, entre tanta sangre; si, con todo lo que está ocurriendo, el mundo calla, condena, vuelve a callar y termina refugiándose en una mudez imperturbable, ¿de qué sirve?». La poesía tiene que servir, querido Yawad, sí; servirá. Y Gaza seguirá, contra viento y marea, resistiendo al más feroz de los proyectos de usurpación del siglo xxi. «Mi pueblo lo tiene claro: o morir o resistir; libertad para poder vivir», afirma la eternamente combativa Dareen Tatur. De lo contrario, para vergüenza de la humanidad en su conjunto, nunca podremos borrar de nuestra conciencia el gran temor expresado por Yazid Shaath en su escalofriante «Gaza, fosa común». No dejemos que ocurra.

Ignacio Gutiérrez de Terán
Madrid, octubre de 2025

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