sábado, 13 de diciembre de 2025

Jocelyne Laâbi: "Ese Marruecos que fue el mío"


 

UNA CRÓNICA DE LA RESISTENCIA

Ni la venganza ni el perdón ni las cárceles
ni siquiera el olvido pueden modificar el invulnerable pasado 

Jorge Luis Borges

La celebrada novela El camino de las ordalías de Abdellatif Laâbi, quizá el más grande poeta vivo de Marruecos, mostraba un relato itinerario de la tortura en la prisión, de la puesta en libertad, del sentir de nuevo la respiración y el cuerpo de la ciudad de Fez y la fauna de los hombres libres, de la recuperación —en definitiva— de la infancia (voces, rostros, nombres) y el encuentro con la familia: contar un cuento a su hija, visitar la tumba de la madre y tratar de recomponer el color de sus ojos: «Los tenía garzos, de un tono particular, más cercano al verde que al azul, como de orégano fresco».
Pero hay otro itinerario que contradice la afirmación de Abdellatif Laâbi de que «la prisión es una isla que deriva sordamente por la curva inasible del tiempo» y que, sin embargo, expresa «el sufrimiento exacto». Me refiero a la obra de Jocelyne Laâbi Ese Marruecos que fue el mío: un libro memorioso en el que la autora intenta compendiar la vida de una niña en Mequinez, adonde arribó de la mano de una familia colonialista, con el relato de los años apasionantes, pero también oscuros, de su crecimiento como persona, estudiante y rebelde enamorada del joven poeta y teatrero Laâbi (que representaba un papel en la obra de Brecht Los fusiles de la señora Carrar), con el que enmaridó en 1964. Eran esos mismos años del surgimiento de una nueva cultura, del movimiento poético y de la insurrección en torno a la revista rabatí Souffles, fundada y dirigida por Abdellatif Laâbi y en la que también se afanaría Jocelyne.
Este libro, que comienza como unas memorias con el recuerdo del acíbar usado para combatir la onicofagia de una niña, exhibe la foto colonial de Marruecos desde los ojos de una adolescente francesa que acude al colegio de las monjas en la ciudad de Mequinez. Es la historia de una familia obrera típica de la época, con un padre judeófobo y una hija a punto de descubrir —confesión de la madre— que Louis, el querido padre, fue además un miliciano antirresistente. Más que un ajuste de cuentas con los demonios familiares, es una comprensiva carta al padre y un canto de amor a Marruecos, la patria exasperante y nutricia.
A continuación, se produce un salto en el relato que nos lleva a la víspera de la detención, el 27 de enero de 1972, del marido —Abdellatif Laâbi— con el que aquella joven ha formado una familia con dos hijos y un tercero en camino. Pero, en seguida, un flash-back nos retrotrae al año 1964, los «burbujeantes, apasionantes años sesenta» durante los cuales ha explorado un nuevo mundo y ha adquirido una nueva lengua: «domesticaba esa lengua, antaño incomprensible ruido de fondo».
Ahora sí, hay un relato, desde la propia vivencia sufrida, de aquellos nefastos años, conocidos como los años de plomo, que dejaron una honda herida en la sociedad marroquí. Uno de los hitos que señalan ese tiempo fue, por ejemplo, la sangrienta represión dirigida por el general Ufkir, amigo del monarca Hassán ii, contra una manifestación de estudiantes, parados y chabolistas en Casablanca en marzo de 1965. En ese mismo año, la narradora de esta obra abandona la licenciatura para dedicarse a la crianza de su hijo Yacine (después nacerían Hind y Qods), en tanto Abdellatif se hace profesor de francés. Al año siguiente fundan la revista Souffles, publicación imprescindible para la historia del poscolonialismo y que sería cerrada por prohibición gubernativa el mismo año de la detención del poeta.
Pese a la corta vida de Souffles (1966-1972), esta rabiosamente juvenil «revista cultural árabe del Magreb» se atrevió a tocar todos los palos: cine, cultura nacional, arte, literatura magrebí, descolonización, negritud, cuestión palestina… La revista planteará las cuestiones más incisivas que serán debatidas en Marruecos en los siguientes decenios, como, entre otras, la lengua de expresión, la herencia colonial o la cultura popular. Los 22 números de la publicación (en realidad 17, ya que hubo 5 dobles números) crecieron en torno a un grupo amistoso de poetas, creadores y activistas, entre los cuales estuvieron —además del propio Laâbi— Nissaboury, Khatibi, Khair-Eddine, Serfaty, Chebaa, Melehi, Benjelloun, Chraibi, Alloula, etc. En 1970, Laâbi y Serfaty junto con otros crean la organización Ilal-Amam [Adelante], de carácter marxista-leninista, y Souffles deriva hacia una revista cada vez más radical y política, con una clara orientación internacionalista y revolucionaria. 
El núcleo central de la novela autobiográfica de Jocelyne es el relato de la lucha y la constitución del movimiento de las familias de los presos políticos, una lucha que fue esencialmente femenina. Quien narra esta historia es una mujer con muchas aristas: la funcionaria, la amante (a través de una conmovedora relación epistolar recogida en el libro), la militante política, la madre, la luchadora feminista, la amiga. Por eso esta historia, que ya fue contada anteriormente por otros, como el mismo Laâbi en El camino de las ordalías, adquiere en la voz de Jocelyne una valiosa y prístina vuelta de tuerca. Los matices son incontables, por ejemplo, el rasgo de poética sororidad con su suegra Ghita: «la conocí, por fin, el día en que leí el lenguaje de Ghita convertido en escritura por su hijo». Para Jocelyne, la cárcel —desde fuera de ella— también fue una escuela de vida y de cambio, sobre todo para las mujeres (esposas, madres, hermanas), y también de solidaridad: «Juntas luchamos y ese juntas quizá sea nuestra más hermosa victoria». Hay páginas de gran delicadeza, como la que dedica a la muerte de su amiga Evelyne Serfaty (que sufrió prisión y torturas) o la consagrada a la muerte de Saída (también Abdellatif le dedicó el cuento Saída y los ladrones del sol).
Debo reiterar que el punto de vista genérico lo cambia todo: esta historia, conocida y referida por otros, en el recuento de Jocelyne se convierte en otra historia más compleja, más rica, excéntrica, intimista, cordial, feminista. El tiempo indigno de la prisión y la lucha de las mujeres por los derechos de sus hombres cautivos (a veces, desaparecidos) devienen un tiempo de «amor y amistad, abnegación, mezquindad, rabia y risa, impotencia y cólera, felicidad, duelo» en la sentida crónica de Jocelyne. La represión ejercida por el poder contra una juventud con ansias de cambio y modernización y la lucha de las mujeres por los derechos humanos de quienes, si no hubiera sido por ellas, habrían sido ninguneados, olvidados, borrados, es una parcela de la memoria del Marruecos reciente que sigue viva gracias a testimonios como Ese Marruecos que fue el mío de Jocelyne Laâbi.

Miguel A. Moreta-Lara
Málaga, mayo 2024 

 


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